5 feb 2024

Ushuaia: Paseo pueblo viejo

En este sector de la ciudad han sido reubicadas las casas de los antiguos pobladores. El lugar preserva el patrimonio arquitectónico de la Ushuaia fundacional recuperando las antiguas construcciones de madera y chapa.

El riguroso clima de Tierra del Fuego les impuso a los pioneros un verdadero desafío: levantar casas que resistieran todos los embates del clima. El práctico sistema de construcción en seco, consistente en una estructura modular de madera revestida con planchas de zinc, podía armarse con rapidez y presentaba una alta resistencia al clima local.

Museo de la Ciudad (Casa Pena)


Construida en 1928, se encuentra en Av. Maipú 263. Se trasladó al Paseo Pueblo Viejo en 2009. Perteneciente a la familia Pena como vivienda particular. Compuesta por 84m2 cubiertos, la misma contaba con una sala de estar, cocina comedor y dos habitaciones. Su estructura de madera y revestimiento con chapa. Funcionó como vivienda familiar hacia la década del 70. A partir de ese período comienza a funcionar el juzgado de paz y la aduana. Luego pasó el dominio a la empresa de transporte El Pampeano, y ante su quiebra fue vendida judicialmente en el año 1999. Su nuevo propietario Sian Zon Li decide donarla a la municipalidad de Ushuaia, se inaugura el 13 de octubre de 2009 como Museo de la Ciudad.

Casa Leviñanco

Se transportó en 2020 al Paseo Pueblo Viejo. Fue construida en 1926 para la familia Leviñanco y luego donada a la Municipalidad de Ushuaia por la familia Mansilla, sus últimos propietarios. En la actualidad funciona allí la Cámara de Turismo. 

Casa Beban 

Es Patrimonio Cultural de la ciudad y uno de los mayores exponentes del patrimonio arquitectónico local. En este lugar se realizaron innumerables hechos sociales de importancia para la población de Ushuaia. Perteneció a Tomás Beban (hijo de un inmigrante de origen croata), quien cuando decidió casarse encargó a Suecia los paneles de su futura casa. La vivienda la trajeron desarmada y la instalaron entre 1911 y 1913. Debido al deterioro que mostraba, la Municipalidad de Ushuaia decidió recuperar el edificio y trasladarlo, desde el lugar donde fue construido (en Av. Maipú 857) hacia su ubicación actual en el Paseo Pueblo Viejo. En 1994 la casa Beban se inauguró como Centro Cultural y de Exposiciones.


4 feb 2024

Ushuaia: Casa el primer argentino

Luis Pedro Fique llegó a Ushuaia como miembro de la División Expedicionaria al Atlántico Sud al mando del Coronel de Marina Augusto Lasserre en 1884. Fique terminó afincándose en la flamante población y desarrolló una intensa actividad comercial hasta su muerte en 1928. En 1888 abrió el almacén "El Primer Argentino”.


Al principio se desempeñó como personal de la Subprefectura Marítima, cumpliendo una destacadísima y heroica actuación en un sin número de oportunidades, hasta que finalmente inició una actividad comercial consistente en procesamiento y enlatado de mariscos para enviar al norte,  “… para lo cual construyó un muelle de 88 mts., o sea más largo que el oficial, y poseyó varias navecillas.” (Navegantes, presos y pioneros en la Tierra del Fuego de Arnoldo Canclini.).



Ubicación: Av. San Martín 1172, Ushuaia 

3 feb 2024

Los orígenes de Ushuaia

Fundada el 12 de octubre de 1884 por el comandante de Marina Augusto Lasserre, “la ciudad más austral del mundo”, todos los años prepara una gran fiesta para festejar un nuevo aniversario de su fundación. El 12 de octubre de 1884 se declaró oficialmente habilitada la entonces subprefectura de Tierra del Fuego, hoy Prefectura Ushuaia e Islas del Atlántico Sur, siendo la primera institución nacional en asentarse en la isla.

El 28 de septiembre de 1884, con alrededor de trescientos habitantes, Ushuaia recibió a Lasserre, que llegó con la “División Expedicionaria al Atlántico Sur” a bordo de la cañonera Paraná, después de haber pasado por la Isla de Los Estados, con un personal de ciento dos hombres. El superintendente de la “Misión Sud Americana” era el reverendo Thomas Bridges, cuya firma figura entre muchas otras en el acta de establecimiento de la subprefectura marítima. 

Otros firmantes locales fueron los catequizadores de la misión Robert W. Whaits y Juan Lawrence, encargado de la enseñanza, por lo que se puede considerar el primer docente de Tierra del Fuego; y, por otro lado, para mencionar sólo a los que se quedaron en el lugar, están las del personal de la subprefectura Alejandro Virasoro y Calvo, quien fue designado primer subprefecto; Pedro Reyes; y Luis Fique, conocido en Ushuaia como “El Primer Argentino”.

Los resultados de dicha expedición no se reducen al simple hecho de un cambio de banderas, sino que en representación de la Armada Argentina y del Estado Nacional, al izar nuestro pabellón nacional, sentó las bases firmes e indelebles de nuestra soberanía nacional en los territorios del sur.

La tarea de Lasserre no terminaría allí, la de la Armada Argentina tampoco. Durante décadas la ruta trazada por aquella Expedición se vio reeditada en innumerables ocasiones, toda vez que los buques y transportes de la Armada Argentina recalaron en esta bahía para abastecer de víveres, transportar materiales y ser nexos de comunicación para el naciente asentamiento que se convertiría en la capital de Tierra del Fuego, bastión más austral de la República Argentina y puerta de ingreso a la Antártida.

“La División Expedicionaria al Atlántico Sud, modesta, sufrida y calladamente, realizó una expedición naval rica en hechos memorables. En el orden político debe reconocérsele a la División del Comodoro Lasserre, el haber hecho efectiva la soberanía argentina en Tierra del Fuego. Él izó allí por vez primera el pabellón nacional. La función administrativa fue además celosamente cuidada cuando se dejó reglamentada hasta la minucia, el funcionamiento de las subprefecturas, las atribuciones de las autoridades, las obligaciones del personal subalterno, y reguladas las relaciones de estos últimos con la misión protestante y los indígenas por ella catequizados. Se fundaron también en aquella oportunidad las bases en que se asentaría la futura población capital del territorio fueguino: Ushuaia”, son las palabras del historiador Armando Braun Menéndez en su libro “Pequeña Historia Fueguina”, donde narra acabadamente lo logrado por Lasserre.

Ese acto significó la definitiva toma de posesión de la costa sur de la Isla por parte de la Argentina. Construyó varios edificios públicos, entre ellos la Subprefectura dependiente de la Armada, e instaló balizas para la navegación. Poco después visitó Punta Arenas, acto en el cual comunicó oficialmente la afirmación argentina de la zona al gobierno chileno. A fines del mismo año, el Coronel de Marina Lasserre viajó a Europa, para traer el primer crucero acorazado que se incorporó a la flota argentina, el “Patagonia”, así llamado en honor a su actuación.

Para poblar la zona, el Gobierno Argentino instaló, en 1902, una cárcel. Un hito que marcó su perfil durante la primera mitad del siglo. En ese penal se alojaron algunos de los más famosos criminales de la época. La cárcel llegó a tener más de 600 presos y ayudó en el desarrollo de Ushuaia pues daba servicios a toda la ciudad, como electricidad, imprenta, teléfono y hasta bomberos. Fuera de la cárcel, los presos construyeron caminos, puentes y también el tren más conocido como el “Tren del Fin del Mundo”.

2 feb 2024

En el país del viento, las crónicas de Roberto Arlt

Entre enero y febrero de 1934 Roberto Arlt realizó un viaje al sur de Argentina como cronista del diario El Mundo. Los textos —que fueron publicados entonces en la columna diaria de ese periódico bajo el título “Aguafuertes patagónicas”— reaparecen ahora en la compilación realizada por Sylvia Saítta, En el país del viento. Viaje a la Patagonia (1934).


La narrativa de Roberto Arlt (1900-1942) desde la primera mitad del siglo XX, instaura -como Borges- un paradigma literario que influirá en la narrativa argentina de su época y en la contemporaneidad. Pese a su corta vida, su obra abarcó diversos géneros, la novela, en la que se destacan El juguete rabioso (1926), Los siete locos y Los lanzallamas (1929 y 1931) y El amor brujo (1932). Vinculado al periodismo, publica numerosos cuentos, recopilados en El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941), y sus famosas aguafuertes en revistas y diarios como El Mundo.

La locura, la marginalidad, la humillación, la traición, la conspiración política, la invención técnica serán los principales temas de toda su narrativa. Sus ficciones tienen como escenario principal a Buenos Aires y como protagonistas a personajes de la clase media, en el contexto de la crisis económico-social y el desasosiego ante la inminente guerra mundial durante las décadas de 1920 y 1930.

También se dedicó al teatro y sus obras fueron puestas en el Teatro del Pueblo. Ocupó un lugar excéntrico en el campo literario y, si bien su narrativa incorpora el lenguaje coloquial, su estilo no fue el del realismo tradicional, sino que estuvo próximo a la vanguardia histórica con su impronta expresionista, creó una estética del grotesco y realizó una exploración del fantástico. Desde esta perspectiva original, Arlt logró un aporte renovador de gran trascendencia en la historia de la literatura argentina.

La entrada de Roberto Arlt a la realidad patagónica se produce a través de la ciudad de Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires. Desde su llegada allí intenta establecer una comunicación con el lugar, encontrar las coordenadas descriptivas bajo las cuales comparar lo que comienza a percibir y conocer. En esta búsqueda sale al encuentro de las personas que habitan esas ciudades e indaga en las formas en las que el hábitat los condiciona.


Demanda las anécdotas y las leyendas que le permitan comprender la cosmología y penetrar en las verdades territoriales. Se fascina por los paisajes naturales desde la mirada urbana a través de metáforas mientras busca las huellas de la intervención del hombre en el territorio y la forma en que este se adapta a la hostilidad del ambiente.

En Viedma encuentra a los letrados que buscan introducir la lógica legal en el mundo cordillerano. En Neuquén se encuentra con la belleza natural del lago Nahuel Huapi y la imponencia del cerro Tronador. Descubre en la cordillera paisajes que se vuelven imaginarios y asombrosos, sometiéndolo a un mundo de encantamiento y ensoñación. Pero los sueños telúricos de castillos europeos perdidos dan lugar a las pesadillas cuando descubre el hambre en las escuelas y la verdadera Patagonia del viento y las distancias que exige y demanda.

Buenos Aires parece tan lejos en las crónicas de Arlt que uno siente que se habla de otro país. La Nación es una idea lejana, inasequible, extranjera. La lucha constante para sobrevivir al invierno no deja lugar para los intelectualismos. El país del viento es hostil pero también hermoso. Un pálido hilo de humo nos habla de la civilización y del olvido, mientras imaginamos la pedrería de la Vía Láctea dispuesta sobre el cielo y las historias mágicas que se cristalizan en la roca.

Fragmentos de “En el país del viento”

Neuquén podría llamarse el país del viento, y estoy seguro que semejante nombre reflejaría mejor su calidad geográfica.

Viento que viene desde la cordillera y llega a través de cientos de leguas hasta el océano Atlántico imprimiéndole a la región, escasa de agua hacia el este, un carácter árido y desolado. El desierto patagónico.

Los días calmos de esta región son idénticos a los ventosos de Buenos Aires.

Cierto es que el viajero termina por acostumbrarse y es recién cuando observa este fenómeno que comprenda su permanencia. Y su fuerza.

Porque reparando en las alamedas y en los árboles que coronan los cerros y se empinan en sus laderas, no es necesario preguntar en qué dirección queda el lado este, de dónde llega el viento, pues los troncos con sus copas inclinadas en esa dirección demuestran cuán continua, día y noche, es la fuerza elástica que termina por doblar el tronco de los árboles y fijar en sus células una total inclinación hacia el Atlántico.

En los mismos valles, honduras entre dos cerros, parajes protegidos del viento, este, perdiendo parte de su fuerza, no deja de doblar los arbolados que rodean los caseríos, y el mismo trabajo, pero ya más arduo, arquitectura de los elementos, increíble de no verla, se constata en los cerros de piedra y en los médanos de grava.

Y es que las fachadas montañosas que dan la cara a la cordillera están todas casi cortadas a pico, y son enhiestas, perpendiculares a tierra, mientras que su prolongación hacia el este ondula, como si encalmada la furia del viento, este acariciara el material que un poco más atrás ha herido con su violencia.

En los médanos, semejante dibujo aerográfico guarda una tan constante simetría que no es posible dudar de su origen.

Este mismo trabajo es más nítido, aún, en las aguas de los ríos.

Los ríos del norte de nuestro país se diferencian de los del sur, en que los del norte son blandos, lechosos, tibios. Por ancho que sea su lecho, por más intenso su declive, por más traidora que se repute su linfa, no se les teme y su aspecto convida a la existencia perezosa, muelle.

Mirando uno un río del norte, dice o piensa: «Aquí me quedaría viviendo siempre tendido en una hamaca paraguaya».

El río del sur no da pie a tan holgadas imaginaciones.

Oscuro, violeta, azul turquí, el río del sur precipita sus aguas de color tinta violentamente hacia el este. Corre entre barrancas casi siempre perpendiculares al agua que las roe, orillas de piedra o de greda, verdes de pasto, y enmarcando en su fondo esa corriente de agua rápida, que desciende sin zumbar casi, con una elástica cautela de indio que tiene asegurada su puñalada o el punto de mira de la saeta.

Camina así rápidamente, empujado por el viento.

Y esta marcha de las corrientes es tan violenta, que las balsas, como ser la que atraviesa el Limay cerca del lago Nahuel Huapi, están aseguradas por cables transversales, y no es necesario que su cauce sea profundo (ya que en casi todos estos ríos transparentes se distingue perfectamente el lecho de ovaladas piedras verdes) porque el agua corre con tal rapidez que sólo un buen nadador puede atreverse a cortar estas corrientes silenciosas y oscuras, que trazan en el verde césped, curvas de glacial cristal violeta.

Todo está aquí sometido al imperio del viento, que sopla, aúlla, se queja y brama, dando en pleno verano la sensación de la proximidad del invierno. Tan sostenido es su impulso que hasta Bahía Blanca llega el viento de la cordillera, y las llanuras de Río Negro están en continuo barridas y limadas por su ola elástica e invisible.

De ahí que el viajero que cruza a caballo las alturas de estas montañas, aun en verano, no debe olvidarse de su saco de cuero y de un protector par de gafas, pues de lo contrario, en marcha contra el viento y al galope, las lágrimas le nublarán la vista de tal modo que será el caballo quien le conduzca a él y no él al potro.

De día, bajo el sol, el viento es una cosa limpia y vigorosa, jamás cargada de polvo como en la región de las llanuras; de noche, en el silencio frío, es un bramido, que hace crujir todas las articulaciones de la vivienda de madera, imprimiendo un encanto nórdico y misterioso a la oscuridad. Y entonces, nada hay más agradable que cerrar las puertas y ventanas y meterse en la cama de piel, mientras que el otro afuera sopla cavernosamente y ulula como en las noches del gran invierno polar.

ALEMANES EN BARILOCHE Cae la tarde. Don Bernardo Boock se pasea lentamente por la confitería alemana de Herr Carlos Tribelhorn. Tribelhorn –¡oh, qué nombre magnífico para un cuento de Hoffman!– tiene el pelo de estopa y la nariz larga y sinuosa. Escucha y sonríe, mientras que el gigantesco don Bernardo se pasea frente al mostrador.

Don Bernardo Boock tiene sesenta y ocho años de edad y veinticinco hijos. Cuando tenía veintidós años levantaba y cargaba trescientos kilos. Tres de los hijos de la primera mujer de don Bernardo han muerto, y ahora no le quedan más que veintidós.

Con la boina metida hasta las orejas, los pies enterrados en botines de paño y la ancha caraza amarilla, don Bernardo se pasea lentamente, frente a la nariz sinuosa y movediza, como la trompa de un puercoespín, del amigo Herr Tribelhorn.

Don Bernardo Boock nació en Brudelsdof, Alemania. Se pasa los dedos por el blanco cepillo de sus bigotes y, mientras yo diezmo una torta alemana de pasta y grosella y Tribelhorn alarga la nariz detrás del mostrador, don Bernardo estira el puño enorme como un gran guante de box de doce onzas, y habla de los tiempos heroicos de Bariloche.

En aquellos años, Bariloche no existía, ni siquiera como un nombre. Era selva y pantano. Hasta ese lugar desierto había llegado Carlos Wiederhold, de la Compañía Chileno-Argentina, que dejó un puesto a cargo de Otto Goedeke. Otto era peón de Wiederhold, pero aspiraba. Hizo fortuna y murió asesinado. Casi simultáneamente con Otto, llegó don Bernardo Boock. Boock venía de Viedma, con un carro cargado de tres mil kilos y arrastrado por catorce caballos. Con él viajaban su mujer y sus hijos. Tras del carro marchaba una tropilla de ciento cincuenta caballos para los relevos. En el carro, Boock traía armas, alimentos, medicinas, ropas, herramientas. Tras de él, marchaba lentamente un rebaño de mil setecientas ovejas. Cuando Boock llegó a Bariloche, sólo le quedaban seiscientas veintinueve ovejas. Nunca se olvidará don Bernardo de esto.

El viaje duró tres meses. El camino había que abrirlo entre montes tan espesos que era indispensable utilizar el hacha y el machete. Donde el bosque espesaba menos se lanzaban tropillas de yeguas para que abrieran huella. Cuando Boock llegó a la que hoy es la calle Bartolomé Mitre, detuvo su carro. Le parecía encontrarse sobre una cinta de goma. La tierra elástica ondulaba bajo sus pies. El agua potable estaba a muy poca profundidad. No había más que cavar pozos de dos o tres metros. Y allí instaló su carpa. Luego fabricó su casa. La casa donde aún mora.

–Yo serruché con mis manos –dice don Bernardo, paseando frente a la sutil nariz de Tribelhorn– los tablones. Con un hacha corté las tejuelas de alerce. Luego vino mi hermano y trajo más ovejas. La vida entonces era muy cara aquí. Los “vicios” (tabaco, yerba, azúcar) se traían en su mayor parte de Chile. El kilo de sal costaba cincuenta. Aquí había que hacerlo todo.

Don Bernardo calla un momento y yo le digo:

–Me contó un estanciero de Nahuel Huapí que su padre se quedó sin azúcar un invierno y había gente que, para endulzar el café, le echaba caramelos de miel que se vendían de golosinas a los indios.

Don Bernardo piensa un momento, y sonríe.

–Yo sé quién se lo contó –dijo–. A ese lo ayudé a nacer yo. Aquí había que hacer de todo, incluso de partero. Yo he asistido mujeres; he trabajado de dentista, de mecánico, herrero, carpintero, médico, quintero...

–¿Buenos recuerdos...?

–Y malos. (Señala una lívida cicatriz que le soslaya el cuero cabelludo de la sien a la oreja.) Esto es de un balde. Trabajaba en el fondo de un pozo, cuando un mestizo que había tenido conmigo una cuestión, dejó caer el balde. Conocí a mucha gente también. Me acuerdo cuando el presidente Justo estaba de novio en Viedma con la hija del general Bernal. Hace tres años el general Justo estuvo aquí, y tomó unos mates conmigo, en la puerta de mi casa.

–Aventuras y líos...

–Mejor no hablar. Se hicieron muchas barbaridades. Me acuerdo del juez... En fin, para qué hablar. Casi lo maté al coronel de bomberos... de Buenos Aires, porque me quiso atropellar con un caballo mío, que le había prestado. Se vino a mí gritando: “Yo no estoy acostumbrado a montar caballo manso, ¿sabe?”. ¡Maula!... Había un cordero cocinándose en el asador. Arranqué el asador; con la fuerza el cordero fue a parar como a veinte metros. Si el coronel se acerca, lo mato... Agarró, dio vuelta el caballo y se fue...

La mirada de Bernardo Boock se ha encendido y las venas en las sienes laten hinchándose. Tribelhorn, pelo de estopa, nariz sutil, sonríe con su grande boca y ojos de puntas de huevo duro. Boock mira duramente hacia la calle, que hace cincuenta años era un bosque de maitenes y, pasándose la mano por el cepillo blanco de sus bigotes, remurmura:

–La vida no era juguete, entonces, aquí. El invierno se lo pasaba uno completamente aislado, sin noticias de ninguna parte. Seis meses así, metido hasta las orejas en la nieve.

 

 

 

Mi libro "Historias de la Patagonia"

‘ Historias de la Patagonia’ es una maravillosa crónica histórica y viajera de una región especial conocida como “el fin del mundo”. Desde l...