Las crónicas viajeras del presidente norteamericano en la Patagonia
Desde tiempos inmemorables la Patagonia ha sido una tierra que atrae a aventureros
y exploradores. Existe una extraña fascinación con esta región que esconde un
encanto único, ya sea por descubrir lo "desconocido", o aventurarse
en los lugares más recónditos del mundo.
Una de las tantas personalidades célebres que viajó por la Patagonia,
fue el presidente estadunidense Theodore
Roosevelt, o simplemente "Teddy", como se lo conoce en su país.
"El
hombre debe tener juventud y fuerza que busca aventuras en los espacios amplios
y desolados de la tierra, en las marismas y entre las vastas masas montañosas,
en los bosques del norte, en medio de las humeantes selvas de los trópicos o en
los desiertos de arena o de nieve." Theodore Roosevelt
Theodore Roosevelt es uno de los personajes políticos más interesantes
de la historia norteamericana. Como soldado, participó de la Guerra de la
Independencia cubana en 1895 y en 1901. Fue el presidente más joven en la
historia del país, cuando siendo vicepresidente del partido Republicano y luego
del asesinato del Presidente McKinley, llegó a la Casa Blanca con tan sólo 42
años.
Hoy se lo recuerda como un gran defensor del imperialismo americano,
siendo el impulsor de la "Política del Garrote" (Big Stick), cuyo
famoso lema era "habla suavemente, pero lleva un garrote." Fue
reelecto en las elecciones de 1904. Intentó triunfar nuevamente en 1912 pero perdió
ante el demócrata Woodrow Wilson.
El 5 de
noviembre de 1913, Theodore Roosevelt llegó a la Argentina. Algunos de
sus paseos en la ciudad de Buenos Aires incluyeron una visita al teatro Colón,
la Facultad de Medicina, así como también el Hipódromo Argentino. Teddy también
visitó la ciudad de La Plata. Pero su recorrido no terminó en los lugares más
"conocidos" o urbanizados, sino que se aventuró en lo más profundo de
la Argentina, viajando desde la Patagonia hasta Tucumán, lo cual lo convirtió
en el primer presidente de su país en visitar la región patagónica.
Teddy era un amante de la naturaleza y un explorador nato, le encantaban
los viajes y explorar lugares nuevos. Era un hombre multifacético. Fue soldado,
escritor y naturalista. Su vida siempre estuvo ligada a lugares remotos, ya que
trabajó varios años en un rancho del oeste americano, en la zona de Dakota del
Norte.
La Patagonia sería el escenario perfecto para su viaje. El 30 de
noviembre de 1913 visitó Bariloche,
cuando por aquel entonces era simplemente un pueblito. Había llegado junto a
Francisco Pecasio Moreno y según las crónicas históricas, recorrió el lago
Nahuel Huapi a bordo del vapor "Puerto Blest", así como también
visitó el Ciprés Histórico.
Theodore llegó desde Puerto Varas, Chile, donde lo esperaba Moreno y
otros delegados del gobierno nacional. Su recorrido incluyó la navegación por
los lagos Llanquihue, de Todos los
Santos y Frías. También anduvo a caballo por la zona, como un típico gaucho
patagónico de la época. Se podría decir que no era un turista más, sino que más
bien un gran viajero, que se interesaba por aprender de otras culturas.
Muchas de sus experiencias y vivencias en la Patagonia fueron
registradas en sus crónicas viajeras, en el libro "A Book Lover's Holidays in the Open" (Las
vacaciones de un amante de los libros al aire libre), el cual fue
publicado en 1916.
Estas son algunas de sus crónicas durante su paso por
la Patagonia:
"Al día siguiente a las cinco de la mañana partimos en nuestro
viaje de 400 millas a través de las inmensidades de la Patagonia hacía el
ferrocarril en Neuquén. Habíamos atravesado una región de paisajes que se
podían encontrar en otros lugares del mundo, una región similar a las montañas
y los lagos suizos o al Parque Nacional Yellowstone, Yosemite o la bahía de
Puget.
En algunos años los argentinos habrán llevado el ferrocarril a
Bariloche, y entonces todos los turistas que vengan a América del Sur deberían
planear visitar esta hermosa región. Sin duda, al igual que sucede en otras
zonas de increíble belleza del mundo, esto traerá el desarrollo a la región.
Gracias al Dr. Moreno, este extremo ya cuenta con un Parque Nacional y confío
que pronto lo habrá también del lado chileno.
Dejamos Bariloche en tres autos sabiendo que teníamos ante nosotros
varios duros días de viaje. Después de bordear el lago a lo largo de dos millas
ingresamos a una región de valles más llana. Tuvimos que cruzar un río
correntoso que los coches atravesaron a duras penas.
El camino consistía solamente de dos huellas creadas por los grandes carros
de transporte y muchas veces viajábamos a un costado del mismo o debíamos
dejarlo completamente de lado cuando algún arroyo lo cruzaba. La tercera vez
que cruzamos uno de estos arroyos uno de los autos se encajó y fue casi
imposible sacarlo. Una vez tuvimos que rellenar la huella con piedras debajo y
frente al auto para seguir viaje, algo similar de lo que habíamos hecho en
Arizona hace algunos meses cuando un temporal se había llevado un puente."
Tierra de gauchos
"En otro momento el primer auto se hundió en un hoyo de arena y una
partida de gauchos lo enganchó con sus cuerdas para arrástralo nuevamente a
tierra firme. Estos gauchos eran personajes de lo más pintoresco. Montaban
buenos caballos, fuertes, duros y salvajes y eran consumados jinetes, indiferentes
a los bruscos movimientos de las nerviosas bestias que montaban. Portaban un
ancho cinto de plata al cual adosaban un largo cuchillo.
Algunos tenían sus pantalones insertos en botas y otros vestían
pantalones anchos que sujetaban en los tobillos. Las monturas, a diferencia de
las nuestras, no tenían cuernos y el lazo lo portaban a un costado atado a una
argolla. Los estribos eran de lo más extraños. Eran grandes discos planos de
cuero con un final de metal en el cual insertaban el pulgar del pie. Sostenidos
sobre este tipo de estribo se sentaban en sus caballos con total indiferencia.
Era tierra de gauchos sobre la cual estábamos viajando. Cada hombre
nacido aquí vino al mundo sobre una montura. Vi chicos muy jóvenes cabalgando y
realizando actividades de hombres grandes, guiando arreos o llevando caballos
de tiro. Tan característico como estos jinetes eran las largas columnas de
carros de dos grandes ruedas tirados por cinco mulas o a veces por cuatro o
cinco bueyes.
La mayoría de las veces estos carros llevaban lana o cueros.
Ocasionalmente llegábamos a grandes pastizales rodeados de alambrados. Lo demás
era tierra desolada y rocosa como había sido desde tiempos inmemoriales. Vimos
muchos rebaños de ovejas y tropillas de caballos entre las cuales había una
cantidad inusual de tobianos. Había también muchas vacas y en dos o tres
ocasiones vimos majadas de cabras.
Era una tierra salvaje y ruda y la vida en una tierra así es dura para
el hombre y las bestias. A lo largo de todo el camino yacían los esqueletos y
restos de vacas y caballos muertos. Sin embargo, no vimos aves carroñeras ni
cuervos ni pequeños buitres. Si vimos a lo lejos y muy alto un cóndor. La vida
salvaje no era abundante a pesar de que vimos avestruces - la Rhea sudamericana
- y ocasionalmente algunos guanacos o llamas salvajes. Los zorros abundaban
porque en los escuálidos pequeños boliches colgaban cientos de sus pieles junto
a las de zorrinos."
La balsa del Río Negro
"A las tres desperté a los que dormían con un grito que en los días
lejanos que pasé en las praderas ganaderas del oeste me había despertado a mis
tantas veces del sueño pesado de los hombres de los rodeos. Era la noche corta
de noviembre en las latitudes del sur del continente. El alba llegaba temprano.
Partimos en el momento en que la tenue luz nos permitió ver el camino. Las
estrellas empalidecieron y se esfumaron. El amanecer fue glorioso. Salimos entre
las Colinas y nos internamos en una vasta y desolada planicie."