“Esos hombres parecieran hechos a la medida del paisaje y la quietud que los rodea. Da la impresión que a la larga el lugar los ha ido absorbiendo y no pueden escapar del mismo”. Jorge Castañeda
Hay lugares
en la Patagonia que despiertan la curiosidad de los viajeros, ya sea por sus
paisajes o historias, así como también por sus misterios y leyendas. Uno de
ellos se encuentra en el corazón de la Patagonia argentina, repartido entre en
las provincias de Río Negro y Chubut: la Meseta
de Somuncurá.
¿Qué
misterios esconde Somuncurá? ¿Cuáles son algunas de las leyendas de este remoto
lugar del sur argentino? ¿Por qué es considerado un lugar inhóspito? Algunas de
las preguntas que tenía en mente antes de emprender mi viaje.
La llegada a
América de los primeros pueblos procedentes de Asia habría ocurrido hace 70.000
años. Por su parte los estudios arqueológicos realizados en las cuevas de la
Patagonia meridional demuestran que ya había seres humanos en la región hace
más de 10.000 años.
La Patagonia
tiene un poblamiento inicial de una antigüedad aproximada de 13.000 años y una
colonización surgida de un proceso complejo que comienza a fines del
Pleistoceno, cuando las grandes masas de hielo empiezan a retirarse y el clima
se vuelve más favorable para la instalación humana. A partir de allí, se
suceden distintas etapas en la historia sociocultural de la Patagonia, previa a
la llegada de los europeos.
La ciencia
sostiene que hace cientos de millones de años los dinosaurios caminaron en
estas tierras del confín del mundo, hoy desoladas estepas patagónicas. Según
una leyenda, se cree también, que un grupo de navegantes europeos —los
templarios—, en tiempos anteriores a Colón, trajeron un tesoro a este lugar
para esconderlo.
Roberto
Hosne en uno de sus libros, “La sola
mención de la Patagonia alienta la idea de que hay algo diferente por conocer y
experimentar, tierra desolada, inhóspita y deslumbrante a la vez. Una
naturaleza agresiva e indomable requería ser enfrentada por gente recia y
decidida, con espíritu pionero y metas irrenunciables. Se requirió del mito y
de la utopía para enfrentar tanta adversidad”. (“Patagonia: leyenda y
realidad”).
El paisaje
es abrumador y desolador, el viento sopla fuerte y el sol es abrasador. Nos
encontramos en la Meseta de Somuncurá, donde la vista se pierde en el horizonte
infinito. En el centro de la provincia de Río Negro, los 600 kilómetros que
separan el mar de la Cordillera de los Andes, conforman un llano elevado único
en el planeta, un área inhóspita y virgen, donde vemos la naturaleza en estado
puro y nos encontramos con un paisaje eterno y enigmático, sin obstáculos.
Todo es
gigante en la Meseta de Somuncurá, la antigua tierra donde habitaron los
pueblos originarios de la Patagonia: tehuelches y mapuches. “Somuncurá”
significa en lengua mapuche "piedra
que suena o habla". El topónimo se relaciona con el sonido de las
rocas, tal vez en relación, a su vez, con el sonido del viento.
El escritor Roberto Payró, en las crónicas que escribió cuando fue a la
Patagonia como enviado del diario La Nación, daba cuenta de la cualidad
ambivalente que pesa sobre el territorio patagónico: la riqueza natural pero el
olvido estatal, el proyecto nacional pero la amenaza extranjera, la impresión
de que se tiene un diamante entre manos, pero nadie que lo sepa pulir. Cuando
zarpó del puerto de Buenos Aires en 1898, Payró formaba parte de los escritores
que entonces empezaban a producir obras en las que la Patagonia “inhóspita y
maldita” que había descripto Charles Darwin era reformulada como fuente de
riquezas naturales y como espacio por incorporar a una idea de nación y de
progreso.
El título de sus crónicas compiladas, La Australia Argentina,
habla de eso último: del país joven y pujante en el que se puede reproducir un
modelo de progreso. Los textos reunidos en La meseta patagónica del
Somuncurá y La meseta patagónica de El Cuy, compilados por
Ricardo F. Masera, confirman que a principios del siglo XXI la Patagonia sigue
padeciendo esa misma ambivalencia en la que se gesta su estancamiento. Los dos
libros describen específicamente ambas mesetas (la primera ubicada entre Chubut
y Río Negro, la segunda enteramente rionegrina), los dos realzan sus
potencialidades geológicas, económicas y culturales y, al mismo tiempo,
denuncian las inoperancias estatales que hacen de esas potencialidades pura
promesa, el eterno suspenso.
Hombres y
mujeres viven en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido hace millones
de años. Como llaman los pobladores, “la planicie”, es un lugar místico y
especial. En lugares olvidados y perdidos de la mano de Dios, las historias de
los habitantes de la Meseta de Somuncurá se entremezclan entre soledad,
desolación y abandono. Desde pequeños, los niños de la meseta aprenden a
ensillar los caballos, juntar los cueros, acarrear agua en baldes o encender el
fogón temprano en la mañana y el farol por la noche.
Alejados de
los grandes centros urbanos y olvidados por las autoridades, los habitantes de
la meseta “hacen patria”, luchando por sobrevivir cada día en uno de los sitios
más remotos e inhóspitos del mundo. Cuando en la Patagonia dicen “me voy a la
Meseta de Somuncurá”, están diciendo que se van lejos. Muy lejos. Los viajeros
más aventureros saben que se dirigen a uno de los paisajes más aislados del
mundo, un lugar donde la naturaleza se abre paso en un territorio salvaje e
indómito.
Como cuentan
los lugareños, “las piedras ruedan
solas por las noches y suena el viento al jugar con ellas en el corazón
de Somuncurá”. Denominada por los geólogos como “una isla en tierra firme”,
la meseta es una altiplanicie de roca volcánica ubicada entre las
provincias de Río Negro y una parte al sur de Chubut. Un millón
seiscientas mil hectáreas toman esa forma, levantándose hasta unos 600 metros
de altura. Se estima que tiene aproximadamente 300 millones de años y surgió
cuando el mar cubría aún la mayor parte de América del Sur.
La Ruta Nacional 23 y 3 bordean la Meseta de Somuncurá. Hay diferentes
opciones para llegar, especialmente en excursiones desde las localidades y
parajes de Sierra Grande, Los Menucos, Valcheta, Maquinchao, El Caín, Cona
Niyeu y Prahuaniyeu. Así como también es posible contratar excursiones desde
otros puntos de la provincia, como San Antonio Oeste, Viedma o Las Grutas.
Son trecientos cincuenta kilómetros (de tierra y por la Ruta Nacional 23)
los que separan a la ciudad de Bariloche, de Los Menucos, ubicado en el centro
de la Río Negro. Nos encontramos en una de las zonas más remotas del sur de
Argentina, donde el clima es árido, frío y continental. Las temperaturas máximas
en verano rondan los 42 C° y en invierno las mínimas los -20.
Recorrer la meseta puede ser riesgoso, especialmente para las personas
que no conocen la zona. El tránsito en la meseta es difícil y de marcha lenta
por la gran abundancia de piedras que tiene el camino. Desplazarse de un sitio
a otro puede demorar hasta medio día, incluso si uno se encuentra a tan sólo 20
o 30 kilómetros de distancia. Es importante tener conocimientos de los caminos
y viajar en un vehículo 4x4. Contar con un guía local o un operador turístico
es indispensable.
La Ruta Nacional 23 atraviesa la estepa patagónica y se entrelaza con las
vías del tradicional “Tren Patagónico”, que une Bariloche con Viedma, la
capital de la provincia. Por esta ruta pasaron viajeros y exploradores como el
Perito Moreno y el inglés George Musters, quien entre 1869 y 1870, realizó una
hazaña única, recorriendo 2.700 kilómetros en una caravana con los tehuelches
desde Punta Arenas hasta Carmen de Patagones.
La Meseta de Somuncurá es un Área Natural Protegida desde el año 1986.
Allí donde todo parece nada, existe un área con una biodiversidad única en el
mundo: más de 70 especies entre las que se encuentran águilas, martinetas,
jotes, patos, cisnes y halcones, entre otros. Dos de ellas en peligro de
extinción, el choique o ñandú petiso y el flamenco austral.
Una de las especies endémicas de la meseta y de la provincia de Río
Negro, es la “ranita de Somuncurá”. Es totalmente acuática y vive en un área
muy reducida, en las nacientes del arroyo Valcheta, que por sus aguas cálidas y
transparentes se convierte en un microhábitat especial y único. La mojarra
desnuda es otras de las especies típicas de la zona. Se trata de un pez único,
debido a que sus escamas son reabsorbidas en el adulto, por eso su nombre. Su
población se redujo por el avance de peces exóticos, como la trucha y la
mojarra plateada, introducidos por el hombre. Es hábil nadadora y habita zonas
de corriente que le exigen estar en permanente movimiento.
Al recorrer la meseta, observamos que esta fue una zona de una gran
explosión volcánica, y de aquellos tiempos, quedaron las bocas, que hoy son los
cerros. Durante el viaje por esta tierra desolada, hay referencias de los
habitantes silenciosos de la región: cañadones, paredones y lagunas que forman
con las lluvias. La población de la meseta se encuentra en pequeños parajes al
pie de la misma. La Meseta de Somuncurá es unos de lugares menos explorados por
los turistas que llegan a la Patagonia.
La mayoría de las excursiones se hacen desde el pueblo de Valcheta, desde
donde es posible realizar diversas actividades turísticas, ecológicas y de
aventura. Uno de los lugares imperdibles es el Cerro Corona, el símbolo
espiritual de la cultura Tehuelche, que, con sus 1900 metros de altura sobre el
nivel del mar, domina la planicie de la meseta. (Para acceder a al cerro Corona
es necesario contar con autorización de los propietarios de los campos y de la
Secretaría de Ambiente).
Hay numerosos sitios con pinturas y grabados en la Meseta de Somuncurá,
los cuales se caracterizan por una notable variedad de formas y motivos.
Generalmente se encuentran en las paredes de los cañadones y en aleros de rocas,
cerca del agua sobre basaltos. Los motivos que predominan son “no figurativos”,
es decir que no representan formas como animales o manos, aunque en algunos
sitios se han encontrado algunas figuras de huellas de animales. Se estima que
las pinturas tienen una antigüedad de 400 a 1.600 años. Los grabados en roca,
anteriores a las pinturas, tienen hasta 2.800 años lo más antiguos.
La meseta fue tradicionalmente un territorio de caza para los tehuelches.
La zona ubicada al sur de la localidad de El Caín, es conocida como “Yamnago”
en lengua tehuelche, un lugar de caza de guanacos hace unos 2.000 años.
Antiguamente, los nativos cazaban las crías (chulengos) desde noviembre hasta
abril. Según los relatos de varios exploradores, se conocía la existencia de una
piedra sagrada a la cual los tehuelches rendían tributo y pedían permiso antes
de iniciar la cacería. Los misterios de la Meseta de Somuncurá comienzan a
revelarse con el paso del tiempo.
En el año 2006, un grupo de investigadores dirigidos por el antropólogo
Rodolfo Casamiquela llegó al sitio exacto donde se encuentra la “Piedra Sagrada”
de los tehuelches, bautizada por los nativos como “La Vieja”, que había sido
descubierta en 1865 por el naturalista suizo Jorge Claraz, quien dejó
anotaciones en su libro de viaje y describió el sitio como “el paraíso terrenal
de los indios pampas, (que) dicen que su Dios lo hizo para ellos y para que
ningún indio que pasara por allí sufriera hambre”.
“Yamnago” puede considerarse como una trampa para guanacos, la laguna es
pequeña, de forma alargada, orientada casi de norte a sur y desde todas las
sierras vecinas bajan las tropas de guanacos a beber” había dicho el
explorador.
Escribió también que los tehuelches “se acercan al montón (de leña) con
respeto, no cabalgan frente a él, sino que lo rodean en un semicírculo,
dirigiendo una oración a la vieja”. “Le ruegan que los proteja cuando están a
caballo y que les de carne para sus campos” escribió Claraz, en sus apuntes de
1865. El guanaco ha sido históricamente el competidor de pasturas con los
ovinos. En la actualidad hay apenas casi 4 mil ejemplares junto a unas 9 mil
ovejas. Las cifras reflejan que el guanaco está en peligro de extinción y la
Argentina, alberga de norte a sur, el 95 por ciento de la población mundial.
Una de las leyendas en torno a la Meseta de Somuncurá tiene como
protagonistas a los caballeros de la Orden del Temple. Los caballeros
templarios fueron una orden militar cristiana de la Edad Media, quienes
lucharon contra los musulmanes por la posesión de Jerusalén. Eran monjes
guerreros. La misión de ellos era custodiar a los cristianos en las
peregrinaciones a Tierra Santa. Hay quienes creen y sostienen que en la
provincia de Río Negro habrían llegado los Templarios, antes de que Colón
llegara a América. Los monjes templarios
usaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada en él.
Según esta leyenda, los templarios llegaron a la Patagonia para esconder
en la profundidad de Somuncurá los tesoros del Templo de Salomón, del cual
fueron custodios, destacando entre ellos uno de los mayores tesoros del
cristianismo: el “Santo Giral”, es decir la cipa en que Jesús bebió en la
Última Cena. La orden de los Templarios fue fundada en 1118 por nueve
caballeros, liderados por el francés Hugo de Payens.
Se iniciaron con votos de castidad, pobreza y obediencia. El lugar
que esconde esta leyenda está a unos 50 kilómetros al sur del balneario de Las
Grutas, en la costa de Río Negro. El Fuerte Argentino, al parecer, nació para
imaginar aventuras. La particularidad del paisaje natural sugiere mitologías.
Piratas, científicos y habitantes originarios lo visitaron atraídos por ese
paisaje singular.
Según el Grupo de Investigaciones Esotéricas “Delphos”, allí llegó el
Cáliz Sagrado en manos de Parsifal y sus sorprendidos marinos. Los pobladores
cuentan historias transmitidas por sus antepasados: ese lugar fue elegido
muchos años después por los españoles para instalar cañones que apuntaban hacia
el golfo. En el Fuerte Argentino, los que buscaron alguna evidencia de
asentamiento humano solo encontraron unas tejuelas de cerámica, que son como
cuñas para poner en la carga de los barcos para que no se balancee. Y una
extraña piedra con una cruz templaria en bajorrelieve, a unos 80 kilómetros,
bien adentro de la Meseta de Somuncurá.
Los vestigios de los colonos ingleses también forman parte de la Meseta
de Somuncurá. La Estancia Chacay perteneció a la Compañía Argentina de Lanas
del Sur en 1890. Los ingleses abanderaron la zona por falta de agua y el
gobierno de la provincia remató las tierras. Luego de muchos años, aún está la
tranquera con una chapa que dice “Sírvase cerrar la tranquera y curar con
Polvos de Cooper” (usado contra la sarna). En la actualidad, el casco de la
estancia todavía conserva la edificación británica, así como también hay un
museo.
La Capital Nacional de la Piedra Laja, el pueblo de Los Menucos, se
encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá, donde los habitantes, en su mayoría
pequeños y medianos productores de ganado ovino, han formado hace unos años el
grupo “Meseta Infinita”, ofreciendo
una alternativa económica para el desarrollo del pueblo. Es una agrupación de
pobladores rurales con más de 10 años de existencia, cuyo objetivo principal es
desarrollar turísticamente a la Meseta de Somuncurá haciendo foco en su
patrimonio histórico, cultural y natural.
Como sus integrantes cuentan “proponen ir en busca del desafío y
ascender a la mítica meseta junto a quienes la han recorrido durante toda una
vida. Profundos cañadones, soberbios paredones, lagunas en atardeceres que
cortan el aliento, noches bajo un universo de incontables estrellas y días sólo
perturbados por el murmullo del viento. Lugares que habrán de visitar en este
recorrido, donde sus habitantes parecen vivir más allá del tiempo”.
Los Menucos se muestra acorde a su carácter ganadero y su vinculación
histórica de la minería de la piedra laja. A pocos kilómetros y en proximidades
de una laguna salada, se ve un gran mallín profundo "en él todo lo que cae
desaparece", según la creencia popular.
La travesía por estas remotas tierras nos regala imágenes de película. El
paisaje es siempre solitario y la vista se pierde en horizontes infinitos. El
cielo azul y el desierto patagónico siempre como protagonistas a lo largo del
camino, en la inmensidad de la soledad. En la Meseta de Somuncurá también se
esconden historias trágicas. Las ruinas de la Mina Gonzalito, uno de los
sitios más característicos de la zona, representan la imagen del olvido y la
desolación. Por este lugar pasa una ruta de ripio que nace paralela a la costa
de Río Negro, unos 50 kilómetros al sur de San Antonio Oeste, y nos conduce
directo hacia la Meseta de Somuncurá.
En este lugar existió una mina que en su mejor momento albergó 600
personas, la mayoría eran trabajadores que extraían plomo, plata y zinc, en terribles
condiciones sanitarias y a cambio de muy poco dinero. Muchos de los mineros
morían antes de cumplir los 40 años. Luego de muchos años de explotación, la
Mina Gonzalito abandonó la extracción a mediados de los años ochenta. Se cree que
llegaron a vivir 3000 personas en la zona de la Mina Gonzalito. Con el paso de
los años, las casas de la zona fueron abandonadas y el lugar quedó totalmente
en ruinas. Fue un pueblo que comenzaba a crecer y progresivamente desapareció
fue desapareciendo.
El final llegó definitivamente en 1982, cuando una empresa española que
lo gestionaba presentó la quiebra, dejando, según los pobladores, un desastre
ambiental: contaminación, polución del agua y enfermedades. Hoy solamente
fantasmas deambulan por la Mina Gonzalito, uno sitio marcado por la triste
realidad en este remoto lugar del país. Cándido Román, un minero que había
cumplido 90 años cuando murió, fue el último habitante del lugar. Este
antecedente trágico de la Mina Gonzalito no hace más que traer malos augurios
cuando hablamos de la minería en la Patagonia.
En la actualidad, los representantes de las comunidades originarias, se
oponen a la llegada de nuevas mineras. El año pasado, el gobierno de la
provincia de Río Negro otorgó permisos de cateo a una minera. Lo hizo sin la
consulta previa a las comunidades originarias que es de carácter
constitucional.
Las comunidades mapuche tehuelches afirman que no permitirán el ingreso a
sus territorios siempre en disputa. En junio de este año, representantes de los
pueblos originarios llegaron a Viedma para denunciar “políticas de ecocidio”.
Un gran número de personas se congregó en la capital de la provincia para dejar
en claro que defenderán su territorio ancestral frente a la megaminería, el
fracking y el hidrógeno verde.