1 may 2024

Misterios de Somuncurá

“Esos hombres parecieran hechos a la medida del paisaje y la quietud que los rodea. Da la impresión que a la larga el lugar los ha ido absorbiendo y no pueden escapar del mismo”. Jorge Castañeda

Hay lugares en la Patagonia que despiertan la curiosidad de los viajeros, ya sea por sus paisajes o historias, así como también por sus misterios y leyendas. Uno de ellos se encuentra en el corazón de la Patagonia argentina, repartido entre en las provincias de Río Negro y Chubut: la Meseta de Somuncurá.


¿Qué misterios esconde Somuncurá? ¿Cuáles son algunas de las leyendas de este remoto lugar del sur argentino? ¿Por qué es considerado un lugar inhóspito? Algunas de las preguntas que tenía en mente antes de emprender mi viaje.

La llegada a América de los primeros pueblos procedentes de Asia habría ocurrido hace 70.000 años. Por su parte los estudios arqueológicos realizados en las cuevas de la Patagonia meridional demuestran que ya había seres humanos en la región hace más de 10.000 años.

La Patagonia tiene un poblamiento inicial de una antigüedad aproximada de 13.000 años y una colonización surgida de un proceso complejo que comienza a fines del Pleistoceno, cuando las grandes masas de hielo empiezan a retirarse y el clima se vuelve más favorable para la instalación humana. A partir de allí, se suceden distintas etapas en la historia sociocultural de la Patagonia, previa a la llegada de los europeos.

La ciencia sostiene que hace cientos de millones de años los dinosaurios caminaron en estas tierras del confín del mundo, hoy desoladas estepas patagónicas. Según una leyenda, se cree también, que un grupo de navegantes europeos —los templarios—, en tiempos anteriores a Colón, trajeron un tesoro a este lugar para esconderlo.

Roberto Hosne en uno de sus libros, “La sola mención de la Patagonia alienta la idea de que hay algo diferente por conocer y experimentar, tierra desolada, inhóspita y deslumbrante a la vez. Una naturaleza agresiva e indomable requería ser enfrentada por gente recia y decidida, con espíritu pionero y metas irrenunciables. Se requirió del mito y de la utopía para enfrentar tanta adversidad”. (“Patagonia: leyenda y realidad”).

El paisaje es abrumador y desolador, el viento sopla fuerte y el sol es abrasador. Nos encontramos en la Meseta de Somuncurá, donde la vista se pierde en el horizonte infinito. En el centro de la provincia de Río Negro, los 600 kilómetros que separan el mar de la Cordillera de los Andes, conforman un llano elevado único en el planeta, un área inhóspita y virgen, donde vemos la naturaleza en estado puro y nos encontramos con un paisaje eterno y enigmático, sin obstáculos.

Todo es gigante en la Meseta de Somuncurá, la antigua tierra donde habitaron los pueblos originarios de la Patagonia: tehuelches y mapuches. “Somuncurá” significa en lengua mapuche "piedra que suena o habla". El topónimo se relaciona con el sonido de las rocas, tal vez en relación, a su vez, con el sonido del viento.


El escritor Roberto Payró, en las crónicas que escribió cuando fue a la Patagonia como enviado del diario La Nación, daba cuenta de la cualidad ambivalente que pesa sobre el territorio patagónico: la riqueza natural pero el olvido estatal, el proyecto nacional pero la amenaza extranjera, la impresión de que se tiene un diamante entre manos, pero nadie que lo sepa pulir. Cuando zarpó del puerto de Buenos Aires en 1898, Payró formaba parte de los escritores que entonces empezaban a producir obras en las que la Patagonia “inhóspita y maldita” que había descripto Charles Darwin era reformulada como fuente de riquezas naturales y como espacio por incorporar a una idea de nación y de progreso.

El título de sus crónicas compiladas, La Australia Argentina, habla de eso último: del país joven y pujante en el que se puede reproducir un modelo de progreso. Los textos reunidos en La meseta patagónica del Somuncurá La meseta patagónica de El Cuy, compilados por Ricardo F. Masera, confirman que a principios del siglo XXI la Patagonia sigue padeciendo esa misma ambivalencia en la que se gesta su estancamiento. Los dos libros describen específicamente ambas mesetas (la primera ubicada entre Chubut y Río Negro, la segunda enteramente rionegrina), los dos realzan sus potencialidades geológicas, económicas y culturales y, al mismo tiempo, denuncian las inoperancias estatales que hacen de esas potencialidades pura promesa, el eterno suspenso.

Hombres y mujeres viven en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido hace millones de años. Como llaman los pobladores, “la planicie”, es un lugar místico y especial. En lugares olvidados y perdidos de la mano de Dios, las historias de los habitantes de la Meseta de Somuncurá se entremezclan entre soledad, desolación y abandono. Desde pequeños, los niños de la meseta aprenden a ensillar los caballos, juntar los cueros, acarrear agua en baldes o encender el fogón temprano en la mañana y el farol por la noche.

Alejados de los grandes centros urbanos y olvidados por las autoridades, los habitantes de la meseta “hacen patria”, luchando por sobrevivir cada día en uno de los sitios más remotos e inhóspitos del mundo. Cuando en la Patagonia dicen “me voy a la Meseta de Somuncurá”, están diciendo que se van lejos. Muy lejos. Los viajeros más aventureros saben que se dirigen a uno de los paisajes más aislados del mundo, un lugar donde la naturaleza se abre paso en un territorio salvaje e indómito.

Como cuentan los lugareños, “las piedras ruedan solas por las noches y suena el viento al jugar con ellas en el corazón de Somuncurá”. Denominada por los geólogos como “una isla en tierra firme”, la meseta es una altiplanicie de roca volcánica ubicada entre las provincias de Río Negro y una parte al sur de Chubut. Un millón seiscientas mil hectáreas toman esa forma, levantándose hasta unos 600 metros de altura. Se estima que tiene aproximadamente 300 millones de años y surgió cuando el mar cubría aún la mayor parte de América del Sur.

La Ruta Nacional 23 y 3 bordean la Meseta de Somuncurá. Hay diferentes opciones para llegar, especialmente en excursiones desde las localidades y parajes de Sierra Grande, Los Menucos, Valcheta, Maquinchao, El Caín, Cona Niyeu y Prahuaniyeu. Así como también es posible contratar excursiones desde otros puntos de la provincia, como San Antonio Oeste, Viedma o Las Grutas.

Son trecientos cincuenta kilómetros (de tierra y por la Ruta Nacional 23) los que separan a la ciudad de Bariloche, de Los Menucos, ubicado en el centro de la Río Negro. Nos encontramos en una de las zonas más remotas del sur de Argentina, donde el clima es árido, frío y continental. Las temperaturas máximas en verano rondan los 42 C° y en invierno las mínimas los -20.

Recorrer la meseta puede ser riesgoso, especialmente para las personas que no conocen la zona. El tránsito en la meseta es difícil y de marcha lenta por la gran abundancia de piedras que tiene el camino. Desplazarse de un sitio a otro puede demorar hasta medio día, incluso si uno se encuentra a tan sólo 20 o 30 kilómetros de distancia. Es importante tener conocimientos de los caminos y viajar en un vehículo 4x4. Contar con un guía local o un operador turístico es indispensable.

La Ruta Nacional 23 atraviesa la estepa patagónica y se entrelaza con las vías del tradicional “Tren Patagónico”, que une Bariloche con Viedma, la capital de la provincia. Por esta ruta pasaron viajeros y exploradores como el Perito Moreno y el inglés George Musters, quien entre 1869 y 1870, realizó una hazaña única, recorriendo 2.700 kilómetros en una caravana con los tehuelches desde Punta Arenas hasta Carmen de Patagones.

La Meseta de Somuncurá es un Área Natural Protegida desde el año 1986. Allí donde todo parece nada, existe un área con una biodiversidad única en el mundo: más de 70 especies entre las que se encuentran águilas, martinetas, jotes, patos, cisnes y halcones, entre otros. Dos de ellas en peligro de extinción, el choique o ñandú petiso y el flamenco austral.


Una de las especies endémicas de la meseta y de la provincia de Río Negro, es la “ranita de Somuncurá”. Es totalmente acuática y vive en un área muy reducida, en las nacientes del arroyo Valcheta, que por sus aguas cálidas y transparentes se convierte en un microhábitat especial y único. La mojarra desnuda es otras de las especies típicas de la zona. Se trata de un pez único, debido a que sus escamas son reabsorbidas en el adulto, por eso su nombre. Su población se redujo por el avance de peces exóticos, como la trucha y la mojarra plateada, introducidos por el hombre. Es hábil nadadora y habita zonas de corriente que le exigen estar en permanente movimiento.

Al recorrer la meseta, observamos que esta fue una zona de una gran explosión volcánica, y de aquellos tiempos, quedaron las bocas, que hoy son los cerros. Durante el viaje por esta tierra desolada, hay referencias de los habitantes silenciosos de la región: cañadones, paredones y lagunas que forman con las lluvias. La población de la meseta se encuentra en pequeños parajes al pie de la misma. La Meseta de Somuncurá es unos de lugares menos explorados por los turistas que llegan a la Patagonia.

La mayoría de las excursiones se hacen desde el pueblo de Valcheta, desde donde es posible realizar diversas actividades turísticas, ecológicas y de aventura. Uno de los lugares imperdibles es el Cerro Corona, el símbolo espiritual de la cultura Tehuelche, que, con sus 1900 metros de altura sobre el nivel del mar, domina la planicie de la meseta. (Para acceder a al cerro Corona es necesario contar con autorización de los propietarios de los campos y de la Secretaría de Ambiente).

Hay numerosos sitios con pinturas y grabados en la Meseta de Somuncurá, los cuales se caracterizan por una notable variedad de formas y motivos. Generalmente se encuentran en las paredes de los cañadones y en aleros de rocas, cerca del agua sobre basaltos. Los motivos que predominan son “no figurativos”, es decir que no representan formas como animales o manos, aunque en algunos sitios se han encontrado algunas figuras de huellas de animales. Se estima que las pinturas tienen una antigüedad de 400 a 1.600 años. Los grabados en roca, anteriores a las pinturas, tienen hasta 2.800 años lo más antiguos.

La meseta fue tradicionalmente un territorio de caza para los tehuelches. La zona ubicada al sur de la localidad de El Caín, es conocida como “Yamnago” en lengua tehuelche, un lugar de caza de guanacos hace unos 2.000 años. Antiguamente, los nativos cazaban las crías (chulengos) desde noviembre hasta abril. Según los relatos de varios exploradores, se conocía la existencia de una piedra sagrada a la cual los tehuelches rendían tributo y pedían permiso antes de iniciar la cacería. Los misterios de la Meseta de Somuncurá comienzan a revelarse con el paso del tiempo.

En el año 2006, un grupo de investigadores dirigidos por el antropólogo Rodolfo Casamiquela llegó al sitio exacto donde se encuentra la “Piedra Sagrada” de los tehuelches, bautizada por los nativos como “La Vieja”, que había sido descubierta en 1865 por el naturalista suizo Jorge Claraz, quien dejó anotaciones en su libro de viaje y describió el sitio como “el paraíso terrenal de los indios pampas, (que) dicen que su Dios lo hizo para ellos y para que ningún indio que pasara por allí sufriera hambre”.
“Yamnago” puede considerarse como una trampa para guanacos, la laguna es pequeña, de forma alargada, orientada casi de norte a sur y desde todas las sierras vecinas bajan las tropas de guanacos a beber” había dicho el explorador.

Escribió también que los tehuelches “se acercan al montón (de leña) con respeto, no cabalgan frente a él, sino que lo rodean en un semicírculo, dirigiendo una oración a la vieja”. “Le ruegan que los proteja cuando están a caballo y que les de carne para sus campos” escribió Claraz, en sus apuntes de 1865. El guanaco ha sido históricamente el competidor de pasturas con los ovinos. En la actualidad hay apenas casi 4 mil ejemplares junto a unas 9 mil ovejas. Las cifras reflejan que el guanaco está en peligro de extinción y la Argentina, alberga de norte a sur, el 95 por ciento de la población mundial.

Una de las leyendas en torno a la Meseta de Somuncurá tiene como protagonistas a los caballeros de la Orden del Temple. Los caballeros templarios fueron una orden militar cristiana de la Edad Media, quienes lucharon contra los musulmanes por la posesión de Jerusalén. Eran monjes guerreros. La misión de ellos era custodiar a los cristianos en las peregrinaciones a Tierra Santa. Hay quienes creen y sostienen que en la provincia de Río Negro habrían llegado los Templarios, antes de que Colón llegara a América.  Los monjes templarios usaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada en él.

Según esta leyenda, los templarios llegaron a la Patagonia para esconder en la profundidad de Somuncurá los tesoros del Templo de Salomón, del cual fueron custodios, destacando entre ellos uno de los mayores tesoros del cristianismo: el “Santo Giral”, es decir la cipa en que Jesús bebió en la Última Cena. La orden de los Templarios fue fundada en 1118 por nueve caballeros, liderados por el francés Hugo de Payens.

Se iniciaron con votos de castidad, pobreza y obediencia. El lugar que esconde esta leyenda está a unos 50 kilómetros al sur del balneario de Las Grutas, en la costa de Río Negro. El Fuerte Argentino, al parecer, nació para imaginar aventuras. La particularidad del paisaje natural sugiere mitologías. Piratas, científicos y habitantes originarios lo visitaron atraídos por ese paisaje singular.

Según el Grupo de Investigaciones Esotéricas “Delphos”, allí llegó el Cáliz Sagrado en manos de Parsifal y sus sorprendidos marinos. Los pobladores cuentan historias transmitidas por sus antepasados: ese lugar fue elegido muchos años después por los españoles para instalar cañones que apuntaban hacia el golfo. En el Fuerte Argentino, los que buscaron alguna evidencia de asentamiento humano solo encontraron unas tejuelas de cerámica, que son como cuñas para poner en la carga de los barcos para que no se balancee. Y una extraña piedra con una cruz templaria en bajorrelieve, a unos 80 kilómetros, bien adentro de la Meseta de Somuncurá.

Los vestigios de los colonos ingleses también forman parte de la Meseta de Somuncurá. La Estancia Chacay perteneció a la Compañía Argentina de Lanas del Sur en 1890. Los ingleses abanderaron la zona por falta de agua y el gobierno de la provincia remató las tierras. Luego de muchos años, aún está la tranquera con una chapa que dice “Sírvase cerrar la tranquera y curar con Polvos de Cooper” (usado contra la sarna). En la actualidad, el casco de la estancia todavía conserva la edificación británica, así como también hay un museo.

La Capital Nacional de la Piedra Laja, el pueblo de Los Menucos, se encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá, donde los habitantes, en su mayoría pequeños y medianos productores de ganado ovino, han formado hace unos años el grupo “Meseta Infinita”, ofreciendo una alternativa económica para el desarrollo del pueblo. Es una agrupación de pobladores rurales con más de 10 años de existencia, cuyo objetivo principal es desarrollar turísticamente a la Meseta de Somuncurá haciendo foco en su patrimonio histórico, cultural y natural. 

Como sus integrantes cuentan “proponen ir en busca del desafío y ascender a la mítica meseta junto a quienes la han recorrido durante toda una vida. Profundos cañadones, soberbios paredones, lagunas en atardeceres que cortan el aliento, noches bajo un universo de incontables estrellas y días sólo perturbados por el murmullo del viento. Lugares que habrán de visitar en este recorrido, donde sus habitantes parecen vivir más allá del tiempo”.

Los Menucos se muestra acorde a su carácter ganadero y su vinculación histórica de la minería de la piedra laja. A pocos kilómetros y en proximidades de una laguna salada, se ve un gran mallín profundo "en él todo lo que cae desaparece", según la creencia popular.

La travesía por estas remotas tierras nos regala imágenes de película. El paisaje es siempre solitario y la vista se pierde en horizontes infinitos. El cielo azul y el desierto patagónico siempre como protagonistas a lo largo del camino, en la inmensidad de la soledad. En la Meseta de Somuncurá también se esconden historias trágicas. Las ruinas de la Mina Gonzalito, uno de los sitios más característicos de la zona, representan la imagen del olvido y la desolación. Por este lugar pasa una ruta de ripio que nace paralela a la costa de Río Negro, unos 50 kilómetros al sur de San Antonio Oeste, y nos conduce directo hacia la Meseta de Somuncurá.

En este lugar existió una mina que en su mejor momento albergó 600 personas, la mayoría eran trabajadores que extraían plomo, plata y zinc, en terribles condiciones sanitarias y a cambio de muy poco dinero. Muchos de los mineros morían antes de cumplir los 40 años. Luego de muchos años de explotación, la Mina Gonzalito abandonó la extracción a mediados de los años ochenta. Se cree que llegaron a vivir 3000 personas en la zona de la Mina Gonzalito. Con el paso de los años, las casas de la zona fueron abandonadas y el lugar quedó totalmente en ruinas. Fue un pueblo que comenzaba a crecer y progresivamente desapareció fue desapareciendo.

El final llegó definitivamente en 1982, cuando una empresa española que lo gestionaba presentó la quiebra, dejando, según los pobladores, un desastre ambiental: contaminación, polución del agua y enfermedades. Hoy solamente fantasmas deambulan por la Mina Gonzalito, uno sitio marcado por la triste realidad en este remoto lugar del país. Cándido Román, un minero que había cumplido 90 años cuando murió, fue el último habitante del lugar. Este antecedente trágico de la Mina Gonzalito no hace más que traer malos augurios cuando hablamos de la minería en la Patagonia.

En la actualidad, los representantes de las comunidades originarias, se oponen a la llegada de nuevas mineras. El año pasado, el gobierno de la provincia de Río Negro otorgó permisos de cateo a una minera. Lo hizo sin la consulta previa a las comunidades originarias que es de carácter constitucional.

Las comunidades mapuche tehuelches afirman que no permitirán el ingreso a sus territorios siempre en disputa. En junio de este año, representantes de los pueblos originarios llegaron a Viedma para denunciar “políticas de ecocidio”. Un gran número de personas se congregó en la capital de la provincia para dejar en claro que defenderán su territorio ancestral frente a la megaminería, el fracking y el hidrógeno verde.

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