22 ago 2024

Cabo Vírgenes y sus historias

En el último punto de la Argentina continental, funciona desde 1904, el solitario faro de Cabo Vírgenes. Nos encontramos en la Patagonia Austral, donde el océano Atlántico se une con el Estrecho de Magallanes. Cabo Vírgenes es una tierra de extremos, un lugar de una naturaleza indómita. Y es también un lugar con muchas historias y personajes legendarios.

El 15 de abril de este año se cumplió un nuevo aniversario del mítico faro de Cabo Vírgenes. Desde 1904 guía a las embarcaciones en el extremo sur del continente. Un hito fundamental para los navegantes en una parte del mundo donde ocurrieron centenares de naufragios a lo largo de la historia.

Fue construido por la firma francesa Barbier, Bénard y Turenner, la misma que construyó la Torre Eiffel de París. Es alimentado con electricidad y guía a los barcos en la oscuridad de la noche cada cinco segundos con un alcance de 24 millas náuticas (44 km).

Inicialmente funcionaba con vapor de petróleo y en 1930 se cambió a gas de acetileno. Años después, el 20 de marzo de 1978, se modificó a sistema eléctrico y hasta la actualidad cumple un rol de vital importancia en la zona ya que permite a los buques nacionales e internacionales tener una referencia geográfica y poder navegar en forma segura en la boca del Estrecho de Magallanes.

Al lado del faro, y dependiente de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), se encuentra el Museo de Cabo Vírgenes, una máquina del tiempo hacia el pasado. Fue inaugurado en diciembre del año 2003 y se mantiene a la fecha como el baluarte del lugar.

Cuenta una enorme historia de todos los exploradores que llegaron al lugar y que forjaron los primeros pasos en la Patagonia. Reúne objetos, documentos oficiales, información, datos históricos y cartografía del lugar; En este sentido se refaccionaron otras dos viviendas para albergar a los investigadores que cada año desarrollan trabajos de campo en el extremo sur de Argentina.

Si uno observa detenidamente un mapa de Argentina y detiene la mirada en el extremo sur de la parte continental, verá a la derecha que el territorio termina en una pequeña punta con un ángulo muy cerrado. Los navegantes de antaño denominaron a esta clase de formación “cabo” y este en particular fue denominado Cabo de las Vírgenes.

El nombre “Cabo Vírgenes” deriva en honor a la fecha en que Hernando de Magallanes llegó por primera vez a estas tierras. Al ser un 21 de octubre de 1520 se celebraba el día de las Once Mil Vírgenes, y de aquella celebración surgió su nombre.  El cronista de Magallanes, el italiano Antonio Pigafetta anotó en su diario de viaje que: "Atravesamos en el día de las once mil vírgenes un estrecho, el cabo del cual llamamos Cabo de las once mil vírgenes". 

Stefan Zweig, describe el acontecimiento en su célebre libro Magallanes: la aventura más audaz de la humanidad: “Los buques se aproximan a ese paisaje singular, imponente y severo. Lo constituyen montes escarpados de aspecto inquieto, y a lo lejos, altas cimas cubiertas de nieve, un panorama completamente nuevo en ese viaje. ¡Pero cuán muerta está esa extensión! No vive en todo el contorno un solo ser humano, apenas si ha crecido aquí o allá algún árbol o arbusto. Sólo el viento silba y zumba constantemente sobre el silencio rígido de esta bahía espectralmente desierta”.

Con la aparición inesperada de piratas ingleses y holandeses, el estrecho de Magallanes adquirió la función de espacio de control de la circulación enemiga hacia el océano Pacífico. Los españoles, preocupados por defender sus posesiones en el Perú, en tanto proseguían la frenética búsqueda de otras fuentes de riqueza, eran observados por Inglaterra, siempre ávida por establecer una base en la Patagonia.

En el año 1529, el emperador Carlos V, que necesitaba dinero para proseguir la guerra en Francia, firmó el Tratado de Zaragoza y cedió a Portugal el derecho español sobre las Molucas, con lo cual realizó una provechosa venta de territorios extranjeros. Descartado el objetivo asiático, se producen los primeros intentos de colonización de la región patagónica, a fin de establecer el dominio hispánico en el área del estrecho.

El abandono del estrecho se vio alterado por la llegada en 1578 del temido corsario inglés Francis Drake, el “pirata de hierro” de la reina Isabel. La aspiración del colonialismo inglés de explorar las tierras australes, ya presentes en los planes expansionistas de Richard Grenville hacia 1575, proseguía con este viaje que combinaba el descubrimiento y la piratería.


Los navegantes casi no tenían información sobre la región sureña: contaban apenas con el relato de Pigafetta. Sobre la expedición de Drake quedaron diversas relaciones, principalmente la de Francis Fletcher, quien destacó la dificultad del cruce el estrecho debido a los continuos cambios geográficos durante el recorrido.

Ciudad del Nombre de Jesús

A tan sólo 3 kilómetros de Cabo Vírgenes, se estableció el primer asentamiento de origen español en la Patagonia. En la actualidad, no hay restos visibles de la antigua población, sin embargo, un monolito conmemora el hecho histórico.

Fue el explorador español Sarmiento de Gamboa, quien, en 1584, fundó la ciudad del Nombre de Jesús. La corona española le había encomendado la misión. Nadie podía imaginar, ni los más pesimistas, que sería el “viaje más desafortunado de que haya memoria”, según el historiador chileno Armando Braun Menéndez. 

En octubre de 1579, Sarmiento de Gamboa fue nombrado capitán superior de la expedición de reconocimiento al Estrecho de Magallanes. No sería fácil juntar a los marineros y soldados necesarios para participar en una expedición de reconocimiento desprovista de interés comercial.

Dada la confusión de bocas y canales para ingresar al Estrecho, la ruta por el mar del sur era más complicada que la entrada atlántica. Pero se imponía “cerrar aquel paso para guardar estos reinos antes que los enemigos lo tomen”, como lo formuló Sarmiento con su tenaz noción de servicio al rey y al virrey.

Los colonos llegaron a Cabo Vírgenes el 4 de febrero de 1584, fundando el asentamiento “Nombre de Jesús”, el once del mismo mes. En marzo del mismo año, Sarmiento de Gamboa fundó una segunda ciudad, “Rey Don Felipe”, dentro del estrecho de Magallanes, muy cerca de la actual ciudad chilena de Punta Arenas.

Un grupo de 338 personas llegaba a su destino para enfrentar la tierra patagónica. “Enfrentar” es la palabra exacta, pues se estableció una lucha contra el frío, el viento constante y la escasez de alimentos, a lo que se sumaban incidentes ocasionales con los indígenas.

La fundación del asentamiento Ciudad de Nombre de Jesús el 11 de febrero de 1584, en la boca oriental del estrecho de Magallanes (hoy Punta Dungeness), da lugar al típico ritual formalista de la conquista de nuevos territorios. Se toma posesión ante escribano, se arbola una cruz donde sería construida la iglesia y en la plaza se pone el árbol de la ejecución de la justicia. El desconocimiento de la región por parte de los pobladores anuncia tragedias. Allí se materializan las dificultades de la colonización a un grado extremo.

“Chapetones” es un término despectivo que designa al peninsular español que llegaba a América y que por desconocer las costumbres tenía problemas para adaptarse. Tal desconocimiento por parte de los chapetones anuncia tragedias en la región austral del continente americano. La tierra se impone sobre la voluntad imperial de la organización, desbarata ideales y liquida cualquier sueño de enriquecimiento. Los chapetones se ven forzados a luchar por su supervivencia.

Casi sin comida y con una tormenta persistente, Sarmiento de Gamboa se dirigió a Brasil con 42 personas y abandonó a los colonizadores. Desde Río de Janeiro intentó volver al Estrecho de Magallanes transportando a bordo mantenimiento y algo de ganado para cría, pero fracasó debido a una tempestad.

Sarmiento enfrentó rebeliones en Brasil y redactó decenas de cartas a su majestad. Mensajes de socorro y de urgencia, en los cuales advierte que estaba imposibilitado de acudir al estrecho tanto por tierra como por mar, y que la ayuda no podía demorar.

En caso de tardanza, temía lo peor para los colonos en el estrecho. Sin recibir el auxilio esperado y sin recursos propios, Sarmiento retornó a España a fin de solicitar la intervención de Felipe II. La expedición de Sarmiento había sido un fracaso absoluto y este nunca volverá al estrecho de Magallanes ni reencontrará a los colonos abandonados. Sarmiento falleció en 1592 sin tener noticias del destino de los colonos. El cronista Antonio de Herrera sería uno de los primeros en reconocer el “quijotismo” de una empresa condenada al fracaso.

Conocemos el desenlace de la tragedia por diversas fuentes, especialmente por el inglés Francis Pretty, que participó en el viaje alrededor del mundo de Thomas Cavendish, y por dos testimonios de un sobreviviente de la expedición, Tomé Hernández, que sería rescatado por Cavendish en enero de 1587. Restaban unos veinte pobladores cuando en un confuso incidente Cavendish rescató únicamente a Hernández. El resto de los colonos de la expedición fallecieron de frío e inanición. 

Hace unos años, un grupo de investigadores en arqueología de Argentina terminó con el mito del pueblo español olvidado en la Patagonia. Se trata del cementerio de colonos españoles más austral y antiguo del territorio argentino. Es el mayor indicio hallado hasta el momento de la primera fundación española de la Patagonia. 

La fiebre del oro

En el siglo XIX Cabo Vírgenes cobró inusitado auge por una fugaz fiebre del oro –que se encontraba sobre la costa– y durante la Primera Guerra Mundial la zona fue un paso obligado para los barcos de guerra ingleses y alemanes que incluso se enfrentaron en el lugar. Aventureros y buscadores de oro llegaron a Cabo Vírgenes de todas partes del mundo.

Los navegantes que llegaron a la región austral de América del Sur registraron sus adversidades con la nomenclatura que dieron a los accidentes geográficos. Por la costa occidental pueden seguirse sus peripecias. Sabemos que aquéllos navegan a la altura de la isla Socorro, cruzan el golfo de Penas, se introducen en la región de la Última Esperanza, se pierden en el seno de Obstrucción, y finalmente dan fondo en Puerto Hambre.

Según el historiador Armando Braun Menéndez, el hallazgo tuvo su origen en un naufragio, cuando un cúter pesquero que navegaba en la zona un día de 1876 fue sorprendido por una tormenta que lo hizo encallar. Los tripulantes se salvaron y lograron llegar a la costa. Al abrir un pozo para obtener agua potable, encontraron mezcladas con la tierra removida partículas de oro puro.

La noticia atrajo a aventureros de diferentes partes. Pronto, un techo de la costa abierta, desolada y ventosa del cabo, denominado Zanja a Pique por la configuración de las barrancas carcomidas por el Atlántico, se vio cubierto de campamentos improvisados.

En septiembre de 1884, una nave francesa llamada Arctique encalló en el cabo Vírgenes. Todas las naves que iban de Europa al Pacífico, que eran bastantes, doblaban allí para entrar al Estrecho de Magallanes, haciendo escala en la pujante población de Punta Arenas que habían fundado los chilenos en 1843. La noticia llegó a la ciudad y de inmediato, el reconocido empresario José Nogueira despachó a un grupo de hombres para trabajar allí como “raqueros”, quienes se dedicaban a saquear los barcos que perecían en el Estrecho de Magallanes.

Cuenta el historiador Martinic Berós: “la noticia del hallazgo cundió con velocidad increíble y muy pronto Punta Arenas fue un hervidero de hombres arribados de distintas partes que sólo deseaban alcanzar las barrancas atlánticas donde yacía el oro milenario.

Los buscadores construyeron canaletas de madera, en declive, con cavidades separadas por travesaños por donde hacían correr el agua. Las pepitas de oro quedaban depositadas en el fondo de esas cavidades.

El gran protagonista de la fiebre del oro fue Julio Popper, un ingeniero rumano que arribó al país en 1886. Interesa a gente influyente de la sociedad porteña y viaja al sur con el propósito de encontrar oro, pero considera excesiva la presencia de buscadores de oro en Cabo Vírgenes, vislumbrando el pronto agotamiento del valioso metal. Popper obtuvo un permiso especial del gobierno y se trasladó a Tierra del Fuego, donde instaló un lavadero de oro en una zona conocida como “El Páramo”.

La presencia aurífera en Cabo Vírgenes fue uno de los motivos que llevaron a cambiar la sede del territorio nacional de Santa Cruz, desde el lugar de ese nombre a Río Gallegos. En los primeros años, se obtuvo gran cantidad del preciado metal; sin embargo, con el pasar del tiempo, la cantidad disminuyó considerablemente.

Finalmente, en 1918 se inaugura el canal de Panamá y la zona fue quedando casi en el olvido –como a punto de caerse del mapa–, resguardando historias legendarias, una naturaleza casi virgen y una postal muy simbólica de lo que uno se imagina debe ser el panorama incógnito del fin del continente.

Conrado Asselborn, el último buscador de oro

Conocido como “el ermitaño de Cabo Vírgenes”, Conrado Asselborn fue un hombre duro de carácter y solitario. Descendiente de alemanes del Volga, nació en Villa María, Entre Ríos, el 10 de enero de 1916. Viajó desde el puerto de Paraná hacia Río Gallegos en 1936, para nunca más volver a su tierra natal.

Conrado fue el único que logró habitar de manera continua el área de Cabo Vírgenes, quien luego de haber estado preso en la cárcel del fin del mundo de Ushuaia, se instaló en un rancho precario, cerca del faro. Hasta 1992, cuando se suicidó, vivió durante 40 años retirado del mundo, alimentándose de los animales que cazaba y pescaba y comerciando los restos de oro que rescataba de antiguos naufragios en la zona.

“Yo no doy trabajo a los demás, cuando la cosa se ponga grave, sé muy bien lo que tengo que hacer”, dijo alguna vez. El 11 de mayo de 1992 terminó con su vida de manera repentina, pegándose un tiro. Moría de esta manera, el ermitaño de Cabo Vírgenes. Sus restos descansan en aquella tierra inhóspita, junto a los españoles y náufragos de todo el mundo que no pudieron dominar el tempestuoso mar austral.

Es un día gris y con niebla. Subo los 101 escalones que me conducen a la torre del faro de Cabo Vírgenes. Pienso en los intrépidos navegantes y exploradores, los colonos y buscadores de oro. Todos han dejado su huella en Cabo Vírgenes. En este confín del continente, es inevitable no sentir el peso de la historia.

 

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