25 de mayo de 1865. Era domingo de tarde cuando el velero Mimosa, de unas mil toneladas, levó anclas en el río Mersey, llevando a bordo ciento cincuenta y tres almas rumbo a un destino lejano.
Pronto terminaron las acostumbradas señales de despedida, y entonces llegó para estos inmigrantes, divididos en pequeños grupos, el tiempo de pensar, soñar y también llorar, mientras repasaban la correspondencia recibida el último año de sus hogares y sus amigos.
La neblina se acumulaba sobre la costa que comenzaba a alejarse, y también sobre el paisaje marítimo que se dilataba frente a los viajeros, mientras la larga procesión de bellas montañas desaparecía de su vista quizás por siempre.
Esta historia tuvo un protagonista intrépido e ingenioso: el reverendo Michael D. Jones, director del colegio de Bala. El reverendo profesor había hecho un recorrido por los distritos galeses en Estados Unidos y se apenó e impresionó mucho por la notable degeneración de esos pequeños grupos de compatriotas, arrojados en medio de masas de extranjeros, muchos de ellos inmigrantes atrasados y analfabetos de otras naciones europeas.
Un comité de dirigentes formado en Liverpool inició negociaciones con varios países, con miras a adquirir un gran terreno en términos y condiciones favorables que permitieran a los galeses permanecer juntos. Habiéndose decidido por la Patagonia, fue fundamental el apoyo del representante argentino en Londres, que favoreció al proyecto después de consultar la opinión de su gobierno.
En 1862, una delegación de dos miembros, integrada por Sir T. Love Jones Parry Madryn Castle, más tarde miembro del Parlamento por el Condado de Merioneth, y el señor Lewis Jones, miembro activo del comité del directorio, fue enviada a conferenciar con el gobierno argentino.
Allí se decidió establecer una colonia galesa en el valle del río Chubut, que corre hacia el este a través del corazón de la Patagonia, desde los Andes hasta el Atlántico.
Referencias
"La Patagonia que canta. Memorias de la colonización galesa", William C. Rhys.