En el último
punto de la Argentina continental, funciona desde 1904, el solitario faro de
Cabo Vírgenes. Nos encontramos en la Patagonia Austral, donde el océano
Atlántico se une con el Estrecho de Magallanes. Cabo Vírgenes es una tierra de
extremos, un lugar de una naturaleza indómita. Y es también un lugar con muchas
historias y personajes legendarios.
El 15 de abril
de este año se cumplió un nuevo aniversario del mítico faro de Cabo Vírgenes. Desde
1904 guía a las embarcaciones en el extremo sur del continente. Un hito
fundamental para los navegantes en una parte del mundo donde ocurrieron
centenares de naufragios a lo largo de la historia.
Fue construido
por la firma francesa Barbier, Bénard y Turenner, la misma que construyó la
Torre Eiffel de París. Es alimentado con electricidad y guía a los barcos en la
oscuridad de la noche cada cinco segundos con un alcance de 24 millas náuticas
(44 km).
Inicialmente
funcionaba con vapor de petróleo y en 1930 se cambió a gas de acetileno. Años
después, el 20 de marzo de 1978, se modificó a sistema eléctrico y hasta la
actualidad cumple un rol de vital importancia en la zona ya que permite a los
buques nacionales e internacionales tener una referencia geográfica y poder
navegar en forma segura en la boca del Estrecho de Magallanes.
Al lado del
faro, y dependiente de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), se
encuentra el Museo de Cabo Vírgenes, una máquina del tiempo hacia el pasado.
Fue inaugurado en diciembre del año 2003 y se mantiene a la fecha como el
baluarte del lugar.
Cuenta una
enorme historia de todos los exploradores que llegaron al lugar y que forjaron
los primeros pasos en la Patagonia. Reúne objetos, documentos oficiales,
información, datos históricos y cartografía del lugar; En este sentido
se refaccionaron otras dos viviendas para albergar a los
investigadores que cada año desarrollan trabajos de campo en el extremo sur de
Argentina.
Si uno observa
detenidamente un mapa de Argentina y detiene la mirada en el extremo sur de la
parte continental, verá a la derecha que el territorio termina en una pequeña
punta con un ángulo muy cerrado. Los navegantes de antaño denominaron a esta
clase de formación “cabo” y este en particular fue denominado Cabo de las
Vírgenes.
El nombre
“Cabo Vírgenes” deriva en honor a la fecha en que Hernando de Magallanes llegó
por primera vez a estas tierras. Al ser un 21 de octubre de 1520 se celebraba
el día de las Once Mil Vírgenes, y de aquella celebración surgió su
nombre. El cronista de Magallanes, el italiano Antonio Pigafetta
anotó en su diario de viaje que: "Atravesamos en el día de las once mil
vírgenes un estrecho, el cabo del cual llamamos Cabo de las once mil
vírgenes".
Stefan Zweig,
describe el acontecimiento en su célebre libro Magallanes: la aventura más audaz de la humanidad: “Los buques se
aproximan a ese paisaje singular, imponente y severo. Lo constituyen montes
escarpados de aspecto inquieto, y a lo lejos, altas cimas cubiertas de nieve,
un panorama completamente nuevo en ese viaje. ¡Pero cuán muerta está esa
extensión! No vive en todo el contorno un solo ser humano, apenas si ha crecido
aquí o allá algún árbol o arbusto. Sólo el viento silba y zumba constantemente
sobre el silencio rígido de esta bahía espectralmente desierta”.
Con la
aparición inesperada de piratas ingleses y holandeses, el estrecho de
Magallanes adquirió la función de espacio de control de la circulación enemiga
hacia el océano Pacífico. Los españoles, preocupados por defender sus
posesiones en el Perú, en tanto proseguían la frenética búsqueda de otras
fuentes de riqueza, eran observados por Inglaterra, siempre ávida por
establecer una base en la Patagonia.
En el año
1529, el emperador Carlos V, que necesitaba dinero para proseguir la guerra en
Francia, firmó el Tratado de Zaragoza y cedió a Portugal el derecho español
sobre las Molucas, con lo cual realizó una provechosa venta de territorios
extranjeros. Descartado el objetivo asiático, se producen los primeros intentos
de colonización de la región patagónica, a fin de establecer el dominio
hispánico en el área del estrecho.
El abandono
del estrecho se vio alterado por la llegada en 1578 del temido corsario inglés
Francis Drake, el “pirata de hierro” de la reina Isabel. La aspiración del
colonialismo inglés de explorar las tierras australes, ya presentes en los
planes expansionistas de Richard Grenville hacia 1575, proseguía con este viaje
que combinaba el descubrimiento y la piratería.
Los navegantes
casi no tenían información sobre la región sureña: contaban apenas con el
relato de Pigafetta. Sobre la expedición de Drake quedaron diversas relaciones,
principalmente la de Francis Fletcher, quien destacó la dificultad del cruce el
estrecho debido a los continuos cambios geográficos durante el recorrido.
Ciudad del Nombre de Jesús
A tan sólo 3
kilómetros de Cabo Vírgenes, se estableció el primer asentamiento de origen
español en la Patagonia. En la actualidad, no hay restos visibles de la antigua
población, sin embargo, un monolito conmemora el hecho histórico.
Fue el
explorador español Sarmiento de Gamboa, quien, en 1584, fundó la ciudad del
Nombre de Jesús. La corona española le había encomendado la misión. Nadie
podía imaginar, ni los más pesimistas, que sería el “viaje más desafortunado de
que haya memoria”, según el historiador chileno Armando Braun Menéndez.
En octubre de
1579, Sarmiento de Gamboa fue nombrado capitán superior de la expedición de
reconocimiento al Estrecho de Magallanes. No sería fácil juntar a los marineros
y soldados necesarios para participar en una expedición de reconocimiento
desprovista de interés comercial.
Dada la
confusión de bocas y canales para ingresar al Estrecho, la ruta por el mar del
sur era más complicada que la entrada atlántica. Pero se imponía “cerrar aquel
paso para guardar estos reinos antes que los enemigos lo tomen”, como lo
formuló Sarmiento con su tenaz noción de servicio al rey y al virrey.
Los colonos llegaron
a Cabo Vírgenes el 4 de febrero de 1584, fundando el asentamiento “Nombre de
Jesús”, el once del mismo mes. En marzo del mismo año, Sarmiento de Gamboa
fundó una segunda ciudad, “Rey Don Felipe”, dentro del estrecho de Magallanes,
muy cerca de la actual ciudad chilena de Punta Arenas.
Un grupo de
338 personas llegaba a su destino para enfrentar la tierra patagónica.
“Enfrentar” es la palabra exacta, pues se estableció una lucha contra el frío,
el viento constante y la escasez de alimentos, a lo que se sumaban incidentes
ocasionales con los indígenas.
La fundación
del asentamiento Ciudad de Nombre de Jesús el 11 de febrero de 1584, en la boca
oriental del estrecho de Magallanes (hoy Punta Dungeness), da lugar al típico
ritual formalista de la conquista de nuevos territorios. Se toma posesión ante
escribano, se arbola una cruz donde sería construida la iglesia y en la plaza
se pone el árbol de la ejecución de la justicia. El desconocimiento de la
región por parte de los pobladores anuncia tragedias. Allí se materializan las
dificultades de la colonización a un grado extremo.
“Chapetones”
es un término despectivo que designa al peninsular español que llegaba a
América y que por desconocer las costumbres tenía problemas para adaptarse. Tal
desconocimiento por parte de los chapetones anuncia tragedias en la región
austral del continente americano. La tierra se impone sobre la voluntad
imperial de la organización, desbarata ideales y liquida cualquier sueño de
enriquecimiento. Los chapetones se ven forzados a luchar por su supervivencia.
Casi sin
comida y con una tormenta persistente, Sarmiento de Gamboa se dirigió a Brasil
con 42 personas y abandonó a los colonizadores. Desde Río de Janeiro intentó
volver al Estrecho de Magallanes transportando a bordo mantenimiento y algo de
ganado para cría, pero fracasó debido a una tempestad.
Sarmiento
enfrentó rebeliones en Brasil y redactó decenas de cartas a su majestad.
Mensajes de socorro y de urgencia, en los cuales advierte que estaba
imposibilitado de acudir al estrecho tanto por tierra como por mar, y que la
ayuda no podía demorar.
En caso de
tardanza, temía lo peor para los colonos en el estrecho. Sin recibir el auxilio
esperado y sin recursos propios, Sarmiento retornó a España a fin de solicitar
la intervención de Felipe II. La expedición de Sarmiento había sido un fracaso
absoluto y este nunca volverá al estrecho de Magallanes ni reencontrará a los
colonos abandonados. Sarmiento falleció en 1592 sin tener noticias del destino
de los colonos. El cronista Antonio de Herrera sería uno de los primeros en
reconocer el “quijotismo” de una empresa condenada al fracaso.
Conocemos el
desenlace de la tragedia por diversas fuentes, especialmente por el inglés
Francis Pretty, que participó en el viaje alrededor del mundo de Thomas
Cavendish, y por dos testimonios de un sobreviviente de la expedición, Tomé
Hernández, que sería rescatado por Cavendish en enero de 1587. Restaban unos
veinte pobladores cuando en un confuso incidente Cavendish rescató únicamente a
Hernández. El resto de los colonos de la expedición fallecieron de frío e
inanición.
Hace unos
años, un grupo de investigadores en arqueología de Argentina terminó con el
mito del pueblo español olvidado en la Patagonia. Se trata del cementerio de
colonos españoles más austral y antiguo del territorio argentino. Es el mayor
indicio hallado hasta el momento de la primera fundación española de la
Patagonia.
La fiebre del oro
En el siglo
XIX Cabo Vírgenes cobró inusitado auge por una fugaz fiebre del oro –que se
encontraba sobre la costa– y durante la Primera Guerra Mundial la zona fue un
paso obligado para los barcos de guerra ingleses y alemanes que incluso se
enfrentaron en el lugar. Aventureros y buscadores de oro llegaron a Cabo
Vírgenes de todas partes del mundo.
Los navegantes que llegaron a la región austral de América del Sur
registraron sus adversidades con la nomenclatura que dieron a los accidentes
geográficos. Por la costa occidental pueden seguirse sus peripecias. Sabemos
que aquéllos navegan a la altura de la isla Socorro, cruzan el golfo de Penas,
se introducen en la región de la Última Esperanza, se pierden en el seno de
Obstrucción, y finalmente dan fondo en Puerto Hambre.
Según el historiador Armando Braun Menéndez, el hallazgo tuvo su origen
en un naufragio, cuando un cúter pesquero que navegaba en la zona un día de
1876 fue sorprendido por una tormenta que lo hizo encallar. Los tripulantes se
salvaron y lograron llegar a la costa. Al abrir un pozo para obtener agua
potable, encontraron mezcladas con la tierra removida partículas de oro puro.
La noticia atrajo a aventureros de diferentes partes. Pronto, un techo de
la costa abierta, desolada y ventosa del cabo, denominado Zanja a Pique por la
configuración de las barrancas carcomidas por el Atlántico, se vio cubierto de
campamentos improvisados.
En septiembre de 1884, una nave francesa llamada Arctique encalló en el cabo Vírgenes. Todas las naves que iban de
Europa al Pacífico, que eran bastantes, doblaban allí para entrar al Estrecho
de Magallanes, haciendo escala en la pujante población de Punta Arenas que
habían fundado los chilenos en 1843. La noticia llegó a la ciudad y de
inmediato, el reconocido empresario José Nogueira despachó a un grupo de
hombres para trabajar allí como “raqueros”, quienes se dedicaban a saquear los
barcos que perecían en el Estrecho de Magallanes.
Cuenta el historiador Martinic Berós: “la noticia del hallazgo cundió con
velocidad increíble y muy pronto Punta Arenas fue un hervidero de hombres
arribados de distintas partes que sólo deseaban alcanzar las barrancas
atlánticas donde yacía el oro milenario.
Los buscadores construyeron canaletas de madera, en declive, con
cavidades separadas por travesaños por donde hacían correr el agua. Las pepitas
de oro quedaban depositadas en el fondo de esas cavidades.
El gran protagonista de la fiebre del oro fue Julio Popper, un ingeniero
rumano que arribó al país en 1886. Interesa a gente influyente de la sociedad
porteña y viaja al sur con el propósito de encontrar oro, pero considera excesiva
la presencia de buscadores de oro en Cabo Vírgenes, vislumbrando el pronto
agotamiento del valioso metal. Popper obtuvo un permiso especial del gobierno y
se trasladó a Tierra del Fuego, donde instaló un lavadero de oro en una zona
conocida como “El Páramo”.
La presencia aurífera en Cabo Vírgenes fue uno de los motivos que
llevaron a cambiar la sede del territorio nacional de Santa Cruz, desde el
lugar de ese nombre a Río Gallegos. En los primeros años, se obtuvo gran
cantidad del preciado metal; sin embargo, con el pasar del tiempo, la cantidad
disminuyó considerablemente.
Finalmente, en 1918 se inaugura el canal de Panamá y la zona fue quedando
casi en el olvido –como a punto de caerse del mapa–, resguardando historias
legendarias, una naturaleza casi virgen y una postal muy simbólica de lo que
uno se imagina debe ser el panorama incógnito del fin del continente.
Conrado Asselborn, el
último buscador de oro
Conocido como
“el ermitaño de Cabo Vírgenes”, Conrado Asselborn fue un hombre duro de carácter
y solitario. Descendiente de alemanes del Volga, nació en Villa María, Entre
Ríos, el 10 de enero de 1916. Viajó desde el puerto de Paraná hacia Río
Gallegos en 1936, para nunca más volver a su tierra natal.
Conrado fue el
único que logró habitar de manera continua el área de Cabo Vírgenes, quien
luego de haber estado preso en la cárcel del fin del mundo de Ushuaia, se
instaló en un rancho precario, cerca del faro. Hasta 1992, cuando se suicidó,
vivió durante 40 años retirado del mundo, alimentándose de los animales que
cazaba y pescaba y comerciando los restos de oro que rescataba de antiguos
naufragios en la zona.
“Yo no doy
trabajo a los demás, cuando la cosa se ponga grave, sé muy bien lo que tengo
que hacer”, dijo alguna vez. El 11 de mayo de 1992 terminó con su vida de
manera repentina, pegándose un tiro. Moría de esta manera, el ermitaño de Cabo
Vírgenes. Sus restos descansan en aquella tierra inhóspita, junto a los
españoles y náufragos de todo el mundo que no pudieron dominar el tempestuoso mar
austral.
Es un día gris
y con niebla. Subo los 101 escalones que me conducen a la torre del faro de
Cabo Vírgenes. Pienso en los intrépidos navegantes y exploradores, los colonos
y buscadores de oro. Todos han dejado su huella en Cabo Vírgenes. En este confín
del continente, es inevitable no sentir el peso de la historia.