27 ago 2024

Las huellas del pasado en Laguna Azul

Comienza el día con un cielo límpido en Río Gallegos, capital de la provincia de Santa Cruz. Nos dirigimos hacia el sur, a 62 kilómetros de la ciudad. Se nos presenta por delante la Ruta Nacional 3, entre los cerros bajos que constituyen la geografía del lugar, desgastados por el paso del tiempo, alisados por el viento y aplastados como si estuvieran agobiados de soportar su propio peso.

Santa Cruz es sinónimo de inmensidad. Es la segunda provincia más grande de Argentina, con una superficie en kilómetros cuadrados tan grande como la del Reino Unido. Y es también al mismo tiempo la más deshabitada. Y para el viajero eso se nota a la legua.

Pocos lugares quedan en el mundo donde uno puede apreciar en toda su plenitud la magnitud de la naturaleza; en la que se tenga la sensación de ser único testigo del despliegue de la flora, fauna y geografía al unísono, en acordes que parecen formar parte de una composición de música sacra.

Basta con salir apenas de cualquier poblado o ciudad para toparse con un horizonte de planicies interminables totalmente vacías, cubiertas por un tapiz irregular de pastos ralos llamados coirones y casi nada más, excepto las cadenas montañosas que se levantan en la lejanía. 

Cuando Charles Darwin recorrió Argentina durante casi un año en 1832, dejó plasmado en su Diario de Viaje sus impresiones de esta parte de la Patagonia.


Este es un paisaje solitario y aislado. No hay árboles. Todo lo que puedes encontrar, si tienes suerte, es un guanaco que parece estar en guardia, vigilando en lo alto de un cerro. Aunque casi no se ve ningún otro animal ni siquiera un pájaro, atravesar este desierto donde no se encuentran objetos para mirar te da un gran placer y te hace preguntarte: ¿qué edad tiene esta meseta? ¿Alguna vez se ha visto de esta manera? ¿Cuánto durará esta desolación?

¿Quién puede responder estas preguntas? Todo lo que nos rodea parece eterno. Sin embargo, las misteriosas voces que se escuchan en estas inmensidades suscitan terribles dudas”.

Hay algo atractivo en las cosas que no tienen explicación, los misterios, lo secreto. Un arcano, que es otra forma de decir lo que la mente humana no puede descifrar. Es lo que uno siente al llegar a la Reserva Geológica Laguna Azul, entre volcanes y ecos ancestrales.


La primera impresión es que estamos en un lugar donde el tiempo se detuvo. Las rocas y la lava volcánica dan cuenta de lo que fue antaño esta parte de la Patagonia Austral.


Por estas tierras, solitarias y barridas por el viento, caminaron los aonikenk o tehuelches, nómades que se desplazaban por la Patagonia, entre el río Santa Cruz (Argentina) y el Estrecho de Magallanes (Chile). Buscaban guanacos, ñandúes y otros animales que conformaban su dieta alimenticia. En pleno corazón de la fría estepa patagónica, donde pareciera no haber nada, la tierra atesora muchas historias.

Pali Aike, “lugar desolado de los malos espíritus”, es como los tehuelches llamaron a esta inmensa zona de 4500 kilómetros cuadrados. Debido a sus formaciones, los tehuelches creían que el lugar era frecuentado por espíritus oscuros. El campo volcánico Pali Aike está ubicado entre el límite de la provincia de Santa Cruz y la región chilena de Magallanes. Según los expertos, se estima que las últimas erupciones volcánicas ocurrieron hace más de 10000 años.


El campo volcánico Pali Aike está formado durante tres ciclos geológicos diferentes. El más antiguo sucedió hace 3.8 millones de años, formando una meseta de lavas basálticas, con aproximadamente 4500 km2. Mientras que el segundo formó conos como Pali Aike, hace 130000 y 17000 años. Por otra parte, el último ciclo ocurrió hace 4000 a 3000 años y fue el que dio origen al cráter donde se encuentra la Laguna Azul.


La sensación de infinitud de la estepa uniforme se disipa en esta región extrema, donde se dibujan las geométricas siluetas de volcanes apagados, conos de escoria (fragmentos de lava apilados alrededor de las chimeneas volcánicas), crestas y coladas de lava sobre rocas de basalto.


Tras un período de convulsiones telúricas, 8000 a 7000 años antes del presente, llegaron nuevos grupos humanos que posiblemente fueron los antecesores de los tehuelches, nómadas, cazadores recolectores que vivieron hasta entrado el siglo XX. Los indicios del poblamiento humano en la zona, se evidencian en rastros culturales hallados, como instrumentos óseos y líticos, pinturas rupestres y sepulturas.

Del otro lado de la frontera, en territorio chileno, es posible ver las cuevas que los tehuelches utilizaron como refugio. Excavaciones en los sitios arqueológicos “Cueva Pali Aike” y “Cueva de Fell” han demostrado la temprana presencia humana en esta parte de la Patagonia. Los restos encontrados permitieron a los arqueólogos estimar que el ser humano habitó esta zona hace más de 8000 años.


Laguna Azul provoca que la imaginación vuele.  Me viene a la mente el célebre aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, el autor de “El Principito”, quién voló por la Patagonia cumpliendo servicios para la Aeroposta Argentina, inaugurando el vuelo a Río Gallegos. Al volar por la zona, le llamó la atención las abundantes evidencias de actividad volcánica. Describe en su libro “Tierra de hombres” los centenares de cráteres que imagina arrojando en el pasado grandes cantidades de lava.

La caminata por el campo volcánico de la parte superior se vuelve un imprevisto desafío, que demanda superar las afloraciones puntiagudas de lava, gruesas capas de basalto, manchones negros dejados por fogatas y las amenazantes espinas de pequeños arbustos, como coirón y calafate. El sol acentúa el intenso color de la superficie del agua, un fenómeno originado en la ausencia de piedras en el fondo. Caminamos por un sendero unos 100 metros hasta bajar hasta la laguna.


Laguna Azul tiene también sus mitos. Uno de ellos sostiene que la laguna no tiene fondo y que está conectada con el Océano Pacífico. Sin embargo, geofísicos indicaron que tiene una profundidad cercana a los 100 metros. 

Por otra parte, hay quienes también aseguran que el lugar es visitado en ocasiones por ovnis y también otras personas mencionan que en la laguna existe un pez ciego, al que denominan Epuyén y lo consideran un pez monstruo, porque cuando es pescado por una persona, se deforma debido a la diferencia de presión.

En los últimos años, la belleza del lugar atrae fotógrafos y amantes de la naturaleza por igual. Es también considerado un campo magnético, donde personas relacionadas con lo esotérico y místico llegan para contemplar el paisaje y conectarse con lo espiritual. Nada es casual por estas tierras y todo tiene una razón. En el caso de Laguna Azul hay muchas razones para visitarla y dejarse deslumbrar por su belleza.

 

 

22 ago 2024

Cabo Vírgenes y sus historias

En el último punto de la Argentina continental, funciona desde 1904, el solitario faro de Cabo Vírgenes. Nos encontramos en la Patagonia Austral, donde el océano Atlántico se une con el Estrecho de Magallanes. Cabo Vírgenes es una tierra de extremos, un lugar de una naturaleza indómita. Y es también un lugar con muchas historias y personajes legendarios.

El 15 de abril de este año se cumplió un nuevo aniversario del mítico faro de Cabo Vírgenes. Desde 1904 guía a las embarcaciones en el extremo sur del continente. Un hito fundamental para los navegantes en una parte del mundo donde ocurrieron centenares de naufragios a lo largo de la historia.

Fue construido por la firma francesa Barbier, Bénard y Turenner, la misma que construyó la Torre Eiffel de París. Es alimentado con electricidad y guía a los barcos en la oscuridad de la noche cada cinco segundos con un alcance de 24 millas náuticas (44 km).

Inicialmente funcionaba con vapor de petróleo y en 1930 se cambió a gas de acetileno. Años después, el 20 de marzo de 1978, se modificó a sistema eléctrico y hasta la actualidad cumple un rol de vital importancia en la zona ya que permite a los buques nacionales e internacionales tener una referencia geográfica y poder navegar en forma segura en la boca del Estrecho de Magallanes.

Al lado del faro, y dependiente de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA), se encuentra el Museo de Cabo Vírgenes, una máquina del tiempo hacia el pasado. Fue inaugurado en diciembre del año 2003 y se mantiene a la fecha como el baluarte del lugar.

Cuenta una enorme historia de todos los exploradores que llegaron al lugar y que forjaron los primeros pasos en la Patagonia. Reúne objetos, documentos oficiales, información, datos históricos y cartografía del lugar; En este sentido se refaccionaron otras dos viviendas para albergar a los investigadores que cada año desarrollan trabajos de campo en el extremo sur de Argentina.

Si uno observa detenidamente un mapa de Argentina y detiene la mirada en el extremo sur de la parte continental, verá a la derecha que el territorio termina en una pequeña punta con un ángulo muy cerrado. Los navegantes de antaño denominaron a esta clase de formación “cabo” y este en particular fue denominado Cabo de las Vírgenes.

El nombre “Cabo Vírgenes” deriva en honor a la fecha en que Hernando de Magallanes llegó por primera vez a estas tierras. Al ser un 21 de octubre de 1520 se celebraba el día de las Once Mil Vírgenes, y de aquella celebración surgió su nombre.  El cronista de Magallanes, el italiano Antonio Pigafetta anotó en su diario de viaje que: "Atravesamos en el día de las once mil vírgenes un estrecho, el cabo del cual llamamos Cabo de las once mil vírgenes". 

Stefan Zweig, describe el acontecimiento en su célebre libro Magallanes: la aventura más audaz de la humanidad: “Los buques se aproximan a ese paisaje singular, imponente y severo. Lo constituyen montes escarpados de aspecto inquieto, y a lo lejos, altas cimas cubiertas de nieve, un panorama completamente nuevo en ese viaje. ¡Pero cuán muerta está esa extensión! No vive en todo el contorno un solo ser humano, apenas si ha crecido aquí o allá algún árbol o arbusto. Sólo el viento silba y zumba constantemente sobre el silencio rígido de esta bahía espectralmente desierta”.

Con la aparición inesperada de piratas ingleses y holandeses, el estrecho de Magallanes adquirió la función de espacio de control de la circulación enemiga hacia el océano Pacífico. Los españoles, preocupados por defender sus posesiones en el Perú, en tanto proseguían la frenética búsqueda de otras fuentes de riqueza, eran observados por Inglaterra, siempre ávida por establecer una base en la Patagonia.

En el año 1529, el emperador Carlos V, que necesitaba dinero para proseguir la guerra en Francia, firmó el Tratado de Zaragoza y cedió a Portugal el derecho español sobre las Molucas, con lo cual realizó una provechosa venta de territorios extranjeros. Descartado el objetivo asiático, se producen los primeros intentos de colonización de la región patagónica, a fin de establecer el dominio hispánico en el área del estrecho.

El abandono del estrecho se vio alterado por la llegada en 1578 del temido corsario inglés Francis Drake, el “pirata de hierro” de la reina Isabel. La aspiración del colonialismo inglés de explorar las tierras australes, ya presentes en los planes expansionistas de Richard Grenville hacia 1575, proseguía con este viaje que combinaba el descubrimiento y la piratería.


Los navegantes casi no tenían información sobre la región sureña: contaban apenas con el relato de Pigafetta. Sobre la expedición de Drake quedaron diversas relaciones, principalmente la de Francis Fletcher, quien destacó la dificultad del cruce el estrecho debido a los continuos cambios geográficos durante el recorrido.

Ciudad del Nombre de Jesús

A tan sólo 3 kilómetros de Cabo Vírgenes, se estableció el primer asentamiento de origen español en la Patagonia. En la actualidad, no hay restos visibles de la antigua población, sin embargo, un monolito conmemora el hecho histórico.

Fue el explorador español Sarmiento de Gamboa, quien, en 1584, fundó la ciudad del Nombre de Jesús. La corona española le había encomendado la misión. Nadie podía imaginar, ni los más pesimistas, que sería el “viaje más desafortunado de que haya memoria”, según el historiador chileno Armando Braun Menéndez. 

En octubre de 1579, Sarmiento de Gamboa fue nombrado capitán superior de la expedición de reconocimiento al Estrecho de Magallanes. No sería fácil juntar a los marineros y soldados necesarios para participar en una expedición de reconocimiento desprovista de interés comercial.

Dada la confusión de bocas y canales para ingresar al Estrecho, la ruta por el mar del sur era más complicada que la entrada atlántica. Pero se imponía “cerrar aquel paso para guardar estos reinos antes que los enemigos lo tomen”, como lo formuló Sarmiento con su tenaz noción de servicio al rey y al virrey.

Los colonos llegaron a Cabo Vírgenes el 4 de febrero de 1584, fundando el asentamiento “Nombre de Jesús”, el once del mismo mes. En marzo del mismo año, Sarmiento de Gamboa fundó una segunda ciudad, “Rey Don Felipe”, dentro del estrecho de Magallanes, muy cerca de la actual ciudad chilena de Punta Arenas.

Un grupo de 338 personas llegaba a su destino para enfrentar la tierra patagónica. “Enfrentar” es la palabra exacta, pues se estableció una lucha contra el frío, el viento constante y la escasez de alimentos, a lo que se sumaban incidentes ocasionales con los indígenas.

La fundación del asentamiento Ciudad de Nombre de Jesús el 11 de febrero de 1584, en la boca oriental del estrecho de Magallanes (hoy Punta Dungeness), da lugar al típico ritual formalista de la conquista de nuevos territorios. Se toma posesión ante escribano, se arbola una cruz donde sería construida la iglesia y en la plaza se pone el árbol de la ejecución de la justicia. El desconocimiento de la región por parte de los pobladores anuncia tragedias. Allí se materializan las dificultades de la colonización a un grado extremo.

“Chapetones” es un término despectivo que designa al peninsular español que llegaba a América y que por desconocer las costumbres tenía problemas para adaptarse. Tal desconocimiento por parte de los chapetones anuncia tragedias en la región austral del continente americano. La tierra se impone sobre la voluntad imperial de la organización, desbarata ideales y liquida cualquier sueño de enriquecimiento. Los chapetones se ven forzados a luchar por su supervivencia.

Casi sin comida y con una tormenta persistente, Sarmiento de Gamboa se dirigió a Brasil con 42 personas y abandonó a los colonizadores. Desde Río de Janeiro intentó volver al Estrecho de Magallanes transportando a bordo mantenimiento y algo de ganado para cría, pero fracasó debido a una tempestad.

Sarmiento enfrentó rebeliones en Brasil y redactó decenas de cartas a su majestad. Mensajes de socorro y de urgencia, en los cuales advierte que estaba imposibilitado de acudir al estrecho tanto por tierra como por mar, y que la ayuda no podía demorar.

En caso de tardanza, temía lo peor para los colonos en el estrecho. Sin recibir el auxilio esperado y sin recursos propios, Sarmiento retornó a España a fin de solicitar la intervención de Felipe II. La expedición de Sarmiento había sido un fracaso absoluto y este nunca volverá al estrecho de Magallanes ni reencontrará a los colonos abandonados. Sarmiento falleció en 1592 sin tener noticias del destino de los colonos. El cronista Antonio de Herrera sería uno de los primeros en reconocer el “quijotismo” de una empresa condenada al fracaso.

Conocemos el desenlace de la tragedia por diversas fuentes, especialmente por el inglés Francis Pretty, que participó en el viaje alrededor del mundo de Thomas Cavendish, y por dos testimonios de un sobreviviente de la expedición, Tomé Hernández, que sería rescatado por Cavendish en enero de 1587. Restaban unos veinte pobladores cuando en un confuso incidente Cavendish rescató únicamente a Hernández. El resto de los colonos de la expedición fallecieron de frío e inanición. 

Hace unos años, un grupo de investigadores en arqueología de Argentina terminó con el mito del pueblo español olvidado en la Patagonia. Se trata del cementerio de colonos españoles más austral y antiguo del territorio argentino. Es el mayor indicio hallado hasta el momento de la primera fundación española de la Patagonia. 

La fiebre del oro

En el siglo XIX Cabo Vírgenes cobró inusitado auge por una fugaz fiebre del oro –que se encontraba sobre la costa– y durante la Primera Guerra Mundial la zona fue un paso obligado para los barcos de guerra ingleses y alemanes que incluso se enfrentaron en el lugar. Aventureros y buscadores de oro llegaron a Cabo Vírgenes de todas partes del mundo.

Los navegantes que llegaron a la región austral de América del Sur registraron sus adversidades con la nomenclatura que dieron a los accidentes geográficos. Por la costa occidental pueden seguirse sus peripecias. Sabemos que aquéllos navegan a la altura de la isla Socorro, cruzan el golfo de Penas, se introducen en la región de la Última Esperanza, se pierden en el seno de Obstrucción, y finalmente dan fondo en Puerto Hambre.

Según el historiador Armando Braun Menéndez, el hallazgo tuvo su origen en un naufragio, cuando un cúter pesquero que navegaba en la zona un día de 1876 fue sorprendido por una tormenta que lo hizo encallar. Los tripulantes se salvaron y lograron llegar a la costa. Al abrir un pozo para obtener agua potable, encontraron mezcladas con la tierra removida partículas de oro puro.

La noticia atrajo a aventureros de diferentes partes. Pronto, un techo de la costa abierta, desolada y ventosa del cabo, denominado Zanja a Pique por la configuración de las barrancas carcomidas por el Atlántico, se vio cubierto de campamentos improvisados.

En septiembre de 1884, una nave francesa llamada Arctique encalló en el cabo Vírgenes. Todas las naves que iban de Europa al Pacífico, que eran bastantes, doblaban allí para entrar al Estrecho de Magallanes, haciendo escala en la pujante población de Punta Arenas que habían fundado los chilenos en 1843. La noticia llegó a la ciudad y de inmediato, el reconocido empresario José Nogueira despachó a un grupo de hombres para trabajar allí como “raqueros”, quienes se dedicaban a saquear los barcos que perecían en el Estrecho de Magallanes.

Cuenta el historiador Martinic Berós: “la noticia del hallazgo cundió con velocidad increíble y muy pronto Punta Arenas fue un hervidero de hombres arribados de distintas partes que sólo deseaban alcanzar las barrancas atlánticas donde yacía el oro milenario.

Los buscadores construyeron canaletas de madera, en declive, con cavidades separadas por travesaños por donde hacían correr el agua. Las pepitas de oro quedaban depositadas en el fondo de esas cavidades.

El gran protagonista de la fiebre del oro fue Julio Popper, un ingeniero rumano que arribó al país en 1886. Interesa a gente influyente de la sociedad porteña y viaja al sur con el propósito de encontrar oro, pero considera excesiva la presencia de buscadores de oro en Cabo Vírgenes, vislumbrando el pronto agotamiento del valioso metal. Popper obtuvo un permiso especial del gobierno y se trasladó a Tierra del Fuego, donde instaló un lavadero de oro en una zona conocida como “El Páramo”.

La presencia aurífera en Cabo Vírgenes fue uno de los motivos que llevaron a cambiar la sede del territorio nacional de Santa Cruz, desde el lugar de ese nombre a Río Gallegos. En los primeros años, se obtuvo gran cantidad del preciado metal; sin embargo, con el pasar del tiempo, la cantidad disminuyó considerablemente.

Finalmente, en 1918 se inaugura el canal de Panamá y la zona fue quedando casi en el olvido –como a punto de caerse del mapa–, resguardando historias legendarias, una naturaleza casi virgen y una postal muy simbólica de lo que uno se imagina debe ser el panorama incógnito del fin del continente.

Conrado Asselborn, el último buscador de oro

Conocido como “el ermitaño de Cabo Vírgenes”, Conrado Asselborn fue un hombre duro de carácter y solitario. Descendiente de alemanes del Volga, nació en Villa María, Entre Ríos, el 10 de enero de 1916. Viajó desde el puerto de Paraná hacia Río Gallegos en 1936, para nunca más volver a su tierra natal.

Conrado fue el único que logró habitar de manera continua el área de Cabo Vírgenes, quien luego de haber estado preso en la cárcel del fin del mundo de Ushuaia, se instaló en un rancho precario, cerca del faro. Hasta 1992, cuando se suicidó, vivió durante 40 años retirado del mundo, alimentándose de los animales que cazaba y pescaba y comerciando los restos de oro que rescataba de antiguos naufragios en la zona.

“Yo no doy trabajo a los demás, cuando la cosa se ponga grave, sé muy bien lo que tengo que hacer”, dijo alguna vez. El 11 de mayo de 1992 terminó con su vida de manera repentina, pegándose un tiro. Moría de esta manera, el ermitaño de Cabo Vírgenes. Sus restos descansan en aquella tierra inhóspita, junto a los españoles y náufragos de todo el mundo que no pudieron dominar el tempestuoso mar austral.

Es un día gris y con niebla. Subo los 101 escalones que me conducen a la torre del faro de Cabo Vírgenes. Pienso en los intrépidos navegantes y exploradores, los colonos y buscadores de oro. Todos han dejado su huella en Cabo Vírgenes. En este confín del continente, es inevitable no sentir el peso de la historia.

 

18 ago 2024

Elena Greenhill, la bandolera inglesa

Esta historia nos lleva por las provincias de Neuquén, Chubut y Río Negro, donde la protagonista es una mujer inglesa, Elena Greenhill, más conocida como “la bandolera de la Patagonia”. Pasiones, muertes y delincuencia en el fin del mundo hace más de un siglo. Conocemos esta historia a través del libro “La bandolera inglesa”, del escritor Elías Chucair.

Los orígenes de Elena Greenhill

La historia de Elena Geenhill Blaker comienza a miles de kilómetros de la Patagonia. Había nacido en Yorkshire, Inglaterra, en 1875. Llegó a Chile con tan solo 15 años de edad junto a sus padres y cuatro hermanos (una hermana y tres varones). Cinco años después se casó con Manuel de la Cruz Astete. Comerciante chileno que le doblaba en edad, muy apuesto y habituado a moverse a ambos lados de la cordillera haciendo negocios poco claros. Elena tuvo dos hijos antes que su esposo fuera detenido mientras llevaba un arreo a Chile, del que no pudo comprobar ser su propietario legal.

Cuando apareció el cadáver de su esposo bajo un montón de piedras, cerca de su casa, la señalaron como la única culpable. Evitó la cárcel gracias a la gestión del abogado Martín Coria. Era hijo de conocidos estancieros de la zona de Carmen de Patagones y quizás también pariente del gobernador de Buenos Aires. Lo cierto, es que en el expediente judicial se estableció que el culpable había sido un peón de la familia del que también se comentaba era amante de “La inglesa”. Martín Coria se transformó en su segundo esposo y el policía que investigó el caso fue el padrino de la boda.

El libro “La bandolera inglesa”

La historia de esta inglesa la conocemos en gran parte gracias a la investigación y relatos recopilados por querido escritor Elías Chucair, oriundo de la provincia de Río Negro. Chucair, ciudadano ilustre de la provincia de Río Negro, ex intendente y diputado, autor de más de 40 libros en donde cuenta historias de la Patagonia, publicó la historia de "La inglesa bandolera" en 1985. Luego en dos ediciones más, en los años 1996 y 2003. Chucair era de la localidad Ingeniero Jacobacci, y falleció en el año 2020, a los 94 años de edad.

Siendo muy niño, contó en el prólogo de su libro, "llegaban accidentalmente a mis oídos (...) cosas que tenían relación con aquella mujer. "Un día me picó la idea de conocer episodios y personajes del ayer, especialmente de la época en que los pioneros dejaban jirones de su vida para subsistir en un medio inhóspito, lleno de privaciones y de peligros".

Chucair pudo recopilar mucho material, inclusive su padre pudo ver y conocer a la inglesa, por lo que el relato del autor tiene mucho de testimonio viviente. La inglesa vestía ropa masculina, usaba breeches y botas altas, usaba sombrero por el cual se le escapaban cabellos rubios y "nunca abandonaba un poncho Castilla, seguramente traído desde Chile".

En aquellos tiempos, Elena Greenhill ya era famosa en la Patagonia por su habilidad y puntería con las armas y por apropiarse de lo ajeno. Dicen que vestía como hombre y era brava como una serpiente. Junto a su segundo esposo instalaron un almacén de ramos generales en el paraje Monton-Niló de Río Negro. La pareja incorporó al negocio de ramos generales la compraventa de hacienda, crianza de ovejas, robos y estafas. Se afirmaba que vendían hacienda robada y que no solían pagar a los proveedores del almacén. Elena decidió instalar a sus hijos como pupilos en un colegio de Buenos Aires, consciente del riesgo que corrían en el sur.

Una partida de 15 hombres bajo el mando del comisario Calegaris salió en busca de la “bandolera inglesa”. El causante de la búsqueda fue una denuncia por robo de ganado, la cual se presentó en la localidad de Telsen, en la provincia de Chubut.

El comisario local, de apellido Altamirano, junto a un ayudante, también se encaminaron hasta el almacén de “La inglesa” para participar de la resonante captura. Es que Altamirano se había quedado “con la sangre el ojo” tiempo atrás, tal el dicho popular. Fue cuando descubrió que el misterioso forastero al que le tintineaban espuelas de plata chilena al caminar, era en realidad una mujer de largos cabellos rubios que vestía de hombre y solía acompañarse de un respetable Winchester. En aquellos tiempos y lugares, eso era como una cachetada para los machos de la Patagonia.

Cuentan que el comisario la siguió hasta la pulpería y ordenó en voz alta que le proveyeran urgente de una falda “a la dama”. El silencio que siguió a la orden no presagiaba nada bueno. Sin embargo, Elena no le prestó atención y siguió con lo suyo. Aunque lo guardó en su memoria.

El día que iban a detenerla estaba con Carmen, una vecina, su marido y los demás hombres del grupo. Justo habían llegado unos “turcos” mercachifles y estaban eligiendo mercaderías (algunos de estos turcos fueron víctimas de salvajes episodios de canibalismo en la Patagonia). Cuando los policías quisieron rodear el rancho fueron recibidos a balazos. Luego de un largo tiroteo apareció una bandera blanca en una de las ventanas del almacén. Poco después, se abrió la puerta y salió un peón a parlamentar. El comisario Altamirano y su ayudante se adelantaron para quedarse con el mérito de la rendición y captura.

El hombre enviado a parlamentar era sordomudo (así es, un sordomudo como negociador). Mientras el comisario Altamirano intentaba entenderse con aquel hombre se sumó a terciar el marido de Elena, Martín Coria. Todo era parte de la trampa ideada por Greenhill para distraer a los policías. En efecto, cuando unos caballos se encabritaron sin razón aparente, “La inglesa”, Carmen y el resto de los hombres surgieron encañonando a los policías. El resto de los agentes huyó por estar “flojos” de municiones, según alegaron.

Elena hizo desnudar a los policías. Dicen que el sordomudo bailaba vestido con el uniforme del comisario mientras Altamirano y su ayudante eran obligados a lavar la vajilla vestidos apenas con calzoncillos. Además, les hicieron firmar las guías de arreo que certificaban que el ganado de “La inglesa” era legal (el mismo por la que la iban a detener). Después de varios días de humillaciones los dejaron en libertad. Poco después, su marido, fue encarcelado por haber torturado a un mapuche para que firmara el traspaso de titularidad de sus ovejas. Al poco tiempo salió en libertad, pero estaba muy enfermo para volver con Greenhill y partió hacia Buenos Aires, donde murió en 1914.

En tanto, Elena ya convivía con otro bandolero de nombre Martín Taboada. Dicen que se dedicaban a robar ganado en Chubut para venderlo en Chile. Los héroes suelen tener un sentimiento de inexorabilidad ante la muerte. Parece que ese sentimiento también estuvo presente en el final de “La inglesa”. Antes de emprender una nueva “recorrida” por Chubut se ocupó de dejar todos sus papeles en orden dejando a resguardo la documentación que acreditaba la titularidad del rancho, y las tierras de Monton-Niló, a nombre de sus hijos.

 “La matan en Gan Gan”. Así titula Chucair al capítulo en el cual hace alusión a la muerte de la bandolera, en el año 2015 en Gan Gan. Fue en ocasión en que ella volvió a Chubut, junto a su nuevo marido y otro secuaz, a estafar a la viuda que todavía tenía tierras y hacienda. La policía de Chubut fue informada de esta presencia. "Sabían que la inglesa iba a pasar por Gan Gan. Entonces el comisario Félix Valenciano con otros, todos de civil, la esperaron en la Angostura del Chacay y cuando apareció no le dieron tiempo a nada. "Dicen que la inglesa levantó el brazo para tirar, pero no le dieron tiempo a nada. Después le dieron unos tiros de gracia cuando estaba boca abajo en el suelo", cuenta Chucair en su primera versión. 

La otra versión es que no fueron por la viuda a cometer el delito, sino que "la inglesa y sus secuaces habían despojado a unos arrieros de la zona de Talagapa de una buena cantidad de hacienda lanar, y la policía se puso en su persecución. La partida iba al mando del comisario Valenciano y se ubicaron estratégicamente en la estrecha Angostura del Chacay". "Dicen que el tiroteo duró una hora; la inglesa no se rendía. Aún herida, desde atrás de su caballo, continuaba tirando contra la policía, pero llegó el momento en que sus fuerzas dijeron basta y cayó boca abajo".

El certificado de defunción consta en un acta del Juzgado de Paz de Gan Gan, fue firmado por Enrique Borman, juez de Paz, "el día 31 de marzo de 1915, en el Paraje denominado Laguna Fría, falleció una mujer llamada Elena Greenhill, viuda de Coria, británica y de 42 años de edad, a consecuencia de heridas de arma de fuego, ignorándose los demás antecedentes de la extinta"

Desde la época de su muerte, el cerro próximo al lugar donde la mataron se llama Cerro La Inglesa a modo de silente homenaje a una mujer que hizo historia en un territorio remoto donde reinaban los hombres. Y en el cementerio de Gan Gan descansaron sus restos hasta el año 1949, año en que una hermana que trabajaba en la Embajada Británica, los hizo exhumar y sus restos descansan hoy en el Cementerio Británico de Buenos Aires.

Referencias

“La bandolera inglesa”, Elías Chucair.

“La bandolera inglesa en la Patagonia”, Francisco N. Juárez.

 

9 ago 2024

Salesianos en Tierra del Fuego

Concebida por un hombre que más adelante sería proclamado Santo por la Iglesia Católica: Don Bosco, e impresa por tal causa de un impulso sobrenatural, la obra salesiana en la Patagonia y la Tierra del Fuego tenía necesariamente que arraigar y extenderse.


Los primeros salesianos encabezados por el padre Juan Cagliero llegaron a Buenos Aires en 1875. La obra realizada por la Pía Sociedad de San Francisco de Sales – llamada vulgarmente salesiana – tuvo un patrimonio inimaginable en bienes materiales como espirituales.

La firma del tratado de límites entre Argentina y Chile en el año 1881 tuvo como consecuencia un despliegue por parte del Estado argentino con el fin de explorar y conocer la isla de Tierra del Fuego y de reafirmar la soberanía nacional sobre ella.

El 31 de octubre de 1886 partió la primera expedición científica y militar hacia el norte y este de Tierra del Fuego, luego de que Julio Argentino Roca firmara un decreto declarando de interés nacional la exploración de la parte argentina de la isla grande. El misionero salesiano José Fagnano formó parte de la misma como capellán, dejando su propio registro escrito.

Isla Dawson 

El establecimiento de la misión salesiana de San Rafael en Isla Dawson en territorio chileno, se inicia a comienzos de 1889. La isla reunía una serie de condiciones que la constituían en un espacio privilegiado. Por una parte, contaba con ventajas naturales favorables para el asentamiento de la vida humana. Y por otra, estaba situada a cierta distancia de Punta Arenas y en una porción central del estrecho.


Pero existía una razón muy importante para la congregación: era posible reunir a los indígenas en un solo lugar, siendo además un lugar aparte. Resulta interesante reconocer que ello le permitiría desarrollar a los misioneros salesianos y a las religiosas de las Hijas de María Auxiliadora un trabajo misional tendiente a instruir a los indígenas, educar a los más pequeños, además de entregarles nociones de algunos oficios y labores, junto con alimentarlos y vestirlos.

Misión Salesiana Nuestra Señora de la Candelaria de Río Grande

En el sector argentino, la reducción salesiana se instaló en la localidad de Río Grande en 1893, y se constituyó a imagen y semejanza de Dawson. Los orígenes de la Misión Salesiana de Río Grande se remontan al año 1893, cuando Monseñor Fagnano y el padre Beauvoir instalan el primer asentamiento con el propósito de evangelizar a los nativos y acogerlos en sus instalaciones. Se solicitaron cerca de 25 mil hectáreas de terreno en donde se instaló el asentamiento misional de Nuestra Señora de La Candelaria.


La misión de San Rafael en isla Dawson y Nuestra Señora de La Candelaria en Río Grande fueron espacios que permitieron que la vida de los grupos que las habitaban transcurriese en el ciclo fundamentado por la serie de tareas relacionadas con su evangelización y civilización.

Se les enseñaba el catecismo, tenían prácticas de oración y canto, acudían a misa y recibían los sacramentos. A su vez, aprendían las tareas relacionadas, en el caso de las mujeres, con el bordado, cocina, hilado y tejido. En el caso de los hombres, sus tareas se relacionaban con el aserradero, carpintería, herrería y con labores propias de la crianza de ovejas. Todas las producciones de la misión estaban orientadas a su sustento. Niños y niñas eran instruidos, sistemáticamente, en la práctica de la aritmética, escritura, lectura y música.


La isla Dawson, por su privilegiada situación geográfica hubiera sido el lugar ideal para radicar indígenas y para lograr la supervivencia de éstos, pero el germen de la enfermedad que minaba la raza llevó a que la población de los nativos se redujera drásticamente en poco tiempo.
El “problema del indio” se agudizó en los años de 1890 a 1895, cuando los gobiernos de Argentina y Chile promovieron la concesión y venta de las tierras situadas en el norte de la Isla Grande con destino a la ganadería ovina.

Diversos factores contribuyeron a los mecanismos de extinción de los selknam (onas): los secuestros de niños y su traslado forzado a ciudades como Punta Arenas o Buenos Aires, donde bajo la excusa de civilizarlos, fueron sometidos a servidumbre, el envenenamiento de carne de oveja, con el objetivo de intoxicar letalmente a los nativos que la consumieran, la “caza de indios”, actividad mediante la cual los cazadores de nativos eran retribuidos con el pago de una libra esterlina por cada indígena capturado o asesinado. A ello se suman las reducciones en los territorios de caza y las numerosas muertes por epidemias.

Cuando en 1911 venció el plazo fijado para la concesión de la isla Dawson, y como no quedaban en ella sino muy escasos nativos, el gobierno de Chile denegó el pedido de renovación del contrato, por lo cual estos indios fueron trasladados a la misión de la Candelaria en Río Grande.

Según el historiador Braun Menéndez, ya para el año 1907, la población indígena se reduce a ochocientos. Desde aquella fecha las enfermedades comienzan a hacer estragos. En 1913 sólo se cuentan ochenta y dos residentes, mientras que, en 1934, los onas no llegaban a treinta individuos.

Referencias

“Pequeña historia fueguina”, Armando Braun Menéndez

 

 

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