¿A qué hacemos referencia cuando hablamos del “fin del mundo”? El término apropiado es “Finibusterre”: Del lat. finĭbus terrae; literalmente ‘en los confines de la tierra’, de acuerdo a la definición de la Real Academia Española. “Finibusterre” se refiere al final de la tierra conocida, y generalmente apunta a una relación conflictiva entre la tierra y el mar. Este intimida y funciona como barrera, al punto que se desconoce lo que excede la visión.
En otras latitudes lejanas a la Tierra del Fuego, han surgido asociaciones similares, por ejemplo, el cabo Finisterre de Galicia en España, o Land’s End en West Comwall, Inglaterra. Emblemática al respecto es la frase de Shakespeare en Hamlet: “¡Dios mío! Podría estar yo encerrado en una cáscara de nuez, y me tendría por rey del espacio infinito”. Los finibusterres son regionales; el fin del mundo es global. Ahora bien, al hablar del fin del mundo debemos preguntarnos: ¿desde qué lugar hablamos? ¿Podemos imaginarlo como un lugar central?
Podemos decir que, originalmente, la identificación de Tierra del Fuego con “el fin del mundo” es de autoría europea. Podemos encontrar una serie de rasgos asociados habitualmente al “fin del mundo”, todas características atribuidas por perspectivas foráneas. Algunos de los términos con los que se ha calificado a la Tierra del Fuego se relacionan con frases y palabras como: emplazamiento en el “fondo”, en “la punta”, escasa presencia humana, lejanía, vacío, soledad, inhóspito, etc.
Seguramente los aborígenes fueguinos no se consideraban a sí mismos como habitantes de ese extraño lugar ni lo designaban con tales calificativos. Un claro ejemplo de tal representación europea en relación al “fin del mundo” lo podemos encontrar en un artículo periodístico publicado en el suplemento británico Illustrated London News el 30 de enero de 1904 por el viajero inglés William Singer Barclay, “At the World’s End, Being an Account of the now almost Extinct Canoe-Dwellers and Other tribes of Tierra del Fuego” (“En el Fin del Mundo, un reporte de los ya casi extintos habitantes canoeros y otras tribus de Tierra del Fuego”).
Este artículo periodístico es uno de los primeros que explícitamente asocia a la Tierra del Fuego con “el fin del mundo”, una idea que se venía gestando desde el siglo XIX, en particular entre los expedicionarios y misioneros ingleses.
Otra aproximación a la idea del “fin del mundo” está representada en la póstuma novela de aventura de Julio Verne “El faro del fin del mundo”, la cual fue impresa en 1905. Verne había escrito la primera versión en 1901, situando el faro del fin del mundo en la Isla de los Estados. Aún hoy en día muchos confunden el faro “Les Éclaireurs” de Ushuaia con el famoso “faro del fin del mundo”, imaginado por Verne en la remota isla del Atlántico Sur.
Debido a su remota ubicación geográfica, la Tierra del Fuego fue una de las pocas zonas en el mundo donde los pueblos autóctonos habían permanecido casi intactos hasta los tiempos modernos. Hasta 1880, selknam y haush, yaganes y alcalufes, aún vivían como sus ancestros, de acuerdo a sus antiguas tradiciones.
Charles Furlong, un explorador, escritor y fotógrafo estadounidense recorrió Tierra del Fuego en la primera década del siglo XX y notó que los yaganes, que vivían en soledad, separados de otras etnias por las barreras naturales, pensaban que antes de la llegada del hombre blanco eran los únicos seres humanos.
Referencias
"Tierra del Fuego: la creación del fin del mundo", Guillermo Giucci.