28 may 2024

Libros: "Cristina Calderón, memorias de mi abuela Yagán"

Cristina Calderón, memorias de mi abuela Yagán (2016), Cristina Zárraga 

La autora vivió durante 10 años con Cristina Calderón, una abuela yagán reconocida por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile como Tesoro Humano Vivo. Durante todo ese tiempo recopiló historias y relatos del pueblo Yagán que le sirvieron para escribir sobre medicina, costumbres, lenguaje, etc. En esta biografía, Zárraga rememora los tiempos en los que los yaganes todavía llevaban un modo de vida tradicional, navegando por los canales e islas de Tierra del Fuego. La autora insiste en la existencia actual de los yaganes, cada vez más orgullosos de la historia de su pueblo ancestral: “La comunidad yagan es un grupo de familias y somos varios los nietos de mi abuela que tenemos hijos. A nuestros ancianos siempre les dicen que son los ‘últimos’ y nunca es así. Yo quiero terminar con ese eslogan”.


15 may 2024

Franceses en Malvinas

Acerca del descubrimiento, como sucede con otras tierras, se sostienen diferentes versiones sobre quién tuvo el privilegio de ser el primero en las Islas Malvinas. Un aspecto muy importante es el asentamiento de expedicionarios.


En concreto, una expedición española de 1540, organizada y financiada por Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo católico de Plasencia, fue colocada al mando de Francisco de la Ribera, con el objetivo de llegar a las Molucas, vía el Estrecho de Magallanes. Se ha establecido que un navío de esta expedición, luego de quedar a la deriva, recaló en tierras de las Islas Malvinas en 1540. Sus tripulantes desembarcaron y vivieron allí por espacio de 9 meses, hasta que pudieron recomponerlo y retornar a España.

En el diario de viaje de este navío quedó asentado que estas islas a las que habían arribado eran las que estaban detalladas en la Carta Universal de Diego de Ribero –cosmógrafo portugués al servicio de la Corona española–, elaborada unos diez años antes. Parte de la bibliografía sobre el descubrimiento de las islas asume que Ribero participó como cartógrafo en la expedición de Hernando de Magallanes que partió de la Península Ibérica en 1520.

De acuerdo con las bulas papales de 1493, “España no necesitaba descubrir las islas para tener soberanía sobre ellas pleno derecho, cualquiera fuese el descubridor”. Las Malvinas estaban dentro de la jurisdicción española, pero de todas maneras el primer avistamiento correspondió a Esteban Gómez, que luego de desertar de la flota de Magallanes en 1520, negándose a entrar al tempestuoso estrecho, regresó a España dando referencias de las islas, lo que permitió incorporarlas en algunas cartografías españolas.

El británico John Davis, un capitán acusado por deserción, integrante de la flota de Cavendish – de a que se separó en 1591 luego de un intento frustrado para entrar al Estrecho de Magallanes – informó al almirantazgo de la existencia de las islas, según afirmó: “nunca descubiertas anteriormente” – lógicamente, por los ingleses, ubicadas a “cincuenta leguas del Estrecho”.

El pirata Richard Hawkins también aseguró haberlas visto; pero ambas aseveraciones no incidieron, por imprecisas, como para que la cartografía inglesa registrara la existencia de las Islas Malvinas. No obstante, los posteriores reclamos británicos acerca de sus supuestos derechos soberanos sobre las islas se apoyaban en las referencias de Davis y Hawkins.

El holandés Sebald de Weert – capitán de la Geelof, nave que integró la expedición de Jacobo Mahu – cuando regresaba a su país, en 1600, avistó las Malvinas y recorrió parte de sus costas, situándolas correctamente, lo que indujo a algunos cartógrafos a denominarlas islas Sebaldines.

Casi un siglo después, el contrabandista inglés John Strong, arrasado por una tempestad, arribó a las Malvinas con su barco Welfare y navegó el canal que las separa, denominándolo Falkland Sound, en honor a quien financió su viaje, lord Falkland. Efectuó algunas exploraciones y apuntó que en las islas no existían nativos y tampoco árboles; fue a raíz de este viaje que la cartografía británica las denominó Falkland.

La historia de los franceses en las Malvinas

“Malvinas: nuestro legado francés”, es el libro de la autora Gisela Martínez Casado, quien ha realizado personalmente una investigación sobre la presencia francesa en las Islas Malvinas.


El nombre Malvinas, con el que las islas fueron bautizadas en español, es de origen francés y se remonta a la llegada de los franceses a las islas, en 1764. El nombre proviene de la ciudad de Saint-Malo (Bretaña - Francia), cuyos habitantes son los “malouins” o “malouines”.

Paul François Groussac, francés radicado en la República Argentina, publicó en 1910 una obra titulada “Les Iles Malouines: nouvel exposé d’un vieux litige, avec une carte de l’archipel” (“Las Islas Malvinas: nueva exposición de una vieja disputa, con un mapa del archipiélago”).

La expedición de Luis Antonio Bouganville

En cuanto a la ocupación, hay documentos que establecen que fueron los franceses los primeros en enviar una expedición con el fin de construir un asentamiento permanente. El propósito de controlar el acceso al Pacífico, evidenciado por las potencias europeas, se materializa con un emplazamiento francés, en 1764.

«Luis Antonio de Bougainville, nacido en París en 1729, diplomático y marino destacado, logró convencer al Duque de Choiseul, Ministro de Guerra y Marina de Luis XV, para realizar la colonización de las Malvinas.», tal como consta en el libro “Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, ante el conflicto con Gran Bretaña” de Laurio Destéfani.

Esta expedición, integrada por la fragata «L’Aigle» y la corbeta «Le Sphinx», zarpó del puerto de Saint-Malo, al norte de Francia, el 8 de septiembre de 1763 y arribó a las Malvinas el 31 de enero del año siguiente.

La expedición colonizadora de Bouganville denominó a la bahía donde desembarcaron como Baye Accaron y allí se asentaron en lo que denominaron Port Saint Louis, en honor a su monarca. Los ingleses llamaron posteriormente a esa misma bahía Berkeley Sound y los españoles Bahía de la Anunciación.

A comienzos de marzo construyeron un fuerte y otras edificaciones que constituyeron los asentamientos de la población francesa inaugurada el 5 de abril, donde habitaron 29 colonos.

Casi un año más tarde de la ocupación y fundación francesa, el 15 de enero de 1765, una expedición constituida por los navíos «Dolphin», «Tamar» y «Florida», provenientes de Inglaterra al mando del Comodoro de Marina John Byron, desembarcaron en la isla Malvina occidental, denominando a su lugar de desembarco como Port Edgmont, en honor al Primer Lord del Almirantazgo y Segundo Conde de Edgmont, tomando posesión bajo el nombre de Falkland Islands, al margen de la presencia que les antecedía de los franceses en la isla vecina.

Posteriormente, el Reino de España reclamó ante Francia por la ocupación de las «Iles Malouines”. Su nombre se encuentra relacionado a los marinos, exploradores y comerciantes del puerto francés de Saint-Malo, que ya desde fines del siglo XVII zarpaban de allí para llevar a cabo expediciones de comercio, descubrimiento y colonización, en la zona que abarcaba desde el Cabo San Antonio (en la actual provincia de Río Negro) hacia el oeste, los Estrechos de Magallanes y Le Maire, y las islas del Pacífico no ocupadas por otra potencia europea.

Luis XV reconoció en los foros internacionales el derecho español y las islas fueron devueltas, aunque se solicitó una indemnización para Bougainville, quien había solventado con fondos propios la construcción de sus dos buques y gran parte de las tres expediciones.

En la concepción política de Francia de la época, era preferible que las islas Malouines fueran reconocidas a la soberanía de España, y no que los ingleses establecieran una colonia en esas latitudes y lograran el dominio o proyección, desde allí, a otras tierras del Pacífico y del Índico. España asumió el control de Saint Louis y lo luego lo llamó Puerto Soledad.

Por Real Cédula del 4 de octubre de 1766, Puerto Soledad pasó a depender de la Capitanía General de Buenos Aires, designándose como Gobernador a Felipe Ruiz Puente. Los franceses legaron una gran cantidad de documentos fundacionales y mapas muy detallados que describen las «Iles Malouines», la mayoría de ellos pertenecientes al siglo XVIII.

En el Museo Mitre –ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires– y gracias al accionar del Gobernador argentino de las Malvinas Luis Vernet, se encuentra la placa original colocada en el mástil principal de la fortaleza de Saint Louis, con los nombres de los fundadores y otras ilustraciones, testimonio indiscutible de la temprana colonización francesa, anterior a la invasión inglesa.

Bougainville continuó con su vida aventurera, dio la vuelta al mundo, reclamó la isla de Tahití para Francia. Las experiencias de esta circunvalación las volcó en un libro donde describe las maravillas que vio, incluido el “paraíso polinesio”. Participó en la guerra de independencia norteamericana. Fue arrestado en tiempos de terror y estuvo a pocas horas de subir al cadalso. Napoleón lo nombró senador y fue encargado de juzgar el desempeño de sus colegas después de la derrota en Trafalgar. Murió en 1811. Su corazón está enterrado en Montmartre, mientras que su cuerpo descansa en el Panteón de París entre las glorias de Francia.

 

8 may 2024

El martirio de Allen Gardiner

“Es nuestro deseo, pues, que este trabajo sirva para dar a conocer una página olvidada de nuestra historia, para honrar la memoria de los mártires y los pioneers que se sacrificaron por nuestro Sur, por ir "hasta lo último de la tierra"', para inspirar especialmente en la juventud el deseo de ser más fieles y consagrados a Cristo y para colaborar en el engrandecimiento del Reino de Dios, a quien queremos que sea dada así toda la honra y la gloria”

“Hasta lo último de la tierra”, Arnoldo Canclini.

Marcada por la tragedia, la actividad misionera en Tierra del Fuego fue un proceso lento y arduo. A pesar de las adversidades, los misioneros anglicanos intentaron una y otra vez llevar la palabra de Dios hasta “lo último de la Tierra”. En esta batalla condenada al fracaso, los misioneros dieron todo de sí, arriesgando muchas veces hasta sus propias vidas. Esta es la historia del martirio de Allen Gardiner, el mártir de Tierra del Fuego.


Sus biógrafos y apologistas advierten que el mar, la exploración y la aventura llenaron los ensueños de su niñez. En 1808, Gardiner se incorpora al Royal Naval College de Portsmouth, del cual egresa dos años después convertido en flamante guardiamarina.

La Sociedad Misionera de la Patagonia

Pocos años después del viaje de FitzRoy, Allen F. Gardiner, capitán retirado de la marina británica y hombre de fe, creaba en Londres la Patagonian Missionary Society, misión anglicana cuyo nombre se cambiaría más tarde por el que lleva hasta la actualidad: Sociedad Misionera de Sud América. Su propósito: rescatar a los salvajes del fin del mundo de las tinieblas y llevarlos hacia la luz de la religión.

Un valor personal temerario y una inquebrantable fe guiaban a Gardiner. Poco sabía, es cierto, sobre el peligro de navegar por estas aguas, menos aún de cómo se entablaría la relación con los "nómades del mar". Lo concreto fue que ese primer intento de contacto misionero terminó de manera trágica: el territorio, atrincherado en su soledad de siglos pareció defenderse encarnizadamente de la intrusión, provocando uno de los naufragios más dramáticos que registra la historia de Tierra del Fuego.

Para la mayoría de los europeos que llegaron a Tierra del Fuego, los yámanas o yaganes, se trataba de un grupo primitivo y desgraciado de salvajes, ateos sin ley que vivían en condiciones inhumanas. Como diría Charles Darwin, eran “los seres más abyectos y desdichados que he visto en parte alguna”, según esta narrativa, no merecían tener historia. La opinión de Darwin en relación con los indios fueguinos debe entenderse en el marco del lenguaje religioso y de la Revolución Industrial que reafirmaba la superioridad de los valores morales protestantes ante culturas primitivas.

Se los ha llamado también "indios de canoa" y es una buena denominación porque habían hecho de sus embarcaciones su principal sistema de vida. En ellas recorrían los canales, deteniéndose en algún punto donde levantaban sus chozas y pasaban un tiempo cazando guanacos y comiendo mejillones. No usaban vestido alguno a pesar del frío y de la nieve.  A veces se echaban sobre las espaldas un cuero de guanaco o lobo marino que habían cazado y devorado poco antes. Ningún investigador ha logrado averiguar sus ideas religiosas y es lógico suponer que fueran muy rudimentarias. Los onas, por el contrario, tenían gran número de relatos mitológicos y leyendas.

Allen Gardiner continuó desde Inglaterra sus esfuerzos para establecer una misión en la Patagonia, creyendo que podría contar con la ayuda de la Sociedad Misionera de la Patagonia, recientemente fundada, pero que al fin no logró. Viajó por Escocia e Inglaterra dando a conocer sus planes y buscando la manera de recolectar fondos; pero la limitación de los ingresos le hizo reducir sus planes y contentarse con la organización de una expedición misionera compuesta sólo de cuatro marineros y un carpintero naval; con un navío cubierto, un ballenero; dos tiendas o carpas indias y provisiones para seis meses. Este plan fue aprobado y luego de los preparativos necesarios, el 7 de enero de 1848 salieron desde Cardiff rumbo a la Isla de los Estados, donde habían resuelto establecer la base de sus futuras operaciones evangelizadoras.

El viaje a Tierra del Fuego

Tanto los elementos de la naturaleza como los indios de la zona les fueron adversos y el 1 de abril del mismo año (recién el 17 de marzo habían llegado a su destino en Tierra del Fuego), seguían viaje hacia Payta que era el puerto de destino del “Clymene”, nave que conducía a los misioneros, aceptando así el fracaso de esa primera expedición.

Su visión y genio organizador le hizo ver que para que una expedición de esa clase pudiera hacer frente a las situaciones a que se vería afrontada debería tener una base más consistente, algo así: una misión flotante, en un bergantín de unas 120 toneladas; provisiones para un año y fácil comunicación con las colonias de las Malvinas.

Al detenerse en el Estrecho de Magallanes, frente a la costa fueguina, por todas partes se veían guanacos, pero no indígenas; Gardiner resolvió ir a tierra y prender fuego para llamar la atención. Poco después apareció un grupo de onas, cubiertos de pieles, quienes se detuvieron a cierta distancia y encendieron una hoguera. El misionero no quería alejarse mucho del bote y entonces echaron más combustible y, al agrandarse las llamas hicieron señas a los nativos. Estos se acercaron y recibieron con agrado las chucherías que les regalaron: pañuelos de colores, espejitos, cortaplumas, etc. Gardiner les dirigió algunas frases en castellano y unas pocas que conocía en tehuelche, pero fue en vano.

Regresó de Tierra del Fuego ardientemente deseoso de inducir a sus paisanos a enviar otra misión más eficientemente provista que la anterior, no considerando el viaje recién realizado como un fracaso sino como un viaje de observación. Pero encontró muy poco preparado el ambiente para considerar el asunto 15 desde el mismo punto de vista suyo, aun entre sus más decididos sostenedores. Pero seguro como estaba, con la firme convicción de que esa era la voluntad de Dios, ejerció toda su influencia para que la obra del Señor se estableciera en América del Sur sin que la falta de ayuda ni de sostén le hicieran renunciar a sus propósitos.

Dos solicitudes que presentó a la Sociedad Misionera de la Iglesia, una a la Iglesia Moraya y otra a la Sociedad de Misiones Extranjeras de la Iglesia de Escocia, en favor de la obra misionera en América del Sur, fueron en vano. El dilema que se presentaba a la Sociedad Misionera de la Patagonia era: abandonar toda esperanza de misión en Tierra del Fuego o adoptar los planes de un ardiente y desinteresado hombre que estaba presionándole a recolectar los fondos necesarios como el primer paso para realizar tal misión.

En el curso de sus viajes como conferencista, el Capitán Gardiner llegó a entablar relación con el Rev. G. P. Despard, de Redlands, Bristol, hombre de coraje, energía y mucha piedad. Una sincera amistad nació entre estos dos hombres, cuyo valor pronto pudo Gardiner apreciar. Cuando las dificultades rodeaban a la naciente sociedad, pues el dinero para la proyectada misión venía muy lentamente, fue este nuevo amigo quien puso todo su empeño por el éxito de la empresa.

Como parecía imposible obtener todo el dinero necesario para tan original plan, el capitán Gardiner lo modificó tratando de combinar la suficiente seguridad con el menor gasto. Propuso que en cambio de un bergantín se compraran dos lanchas de 8 metros de largo por 2,60 de ancho, en las cuales podrían colocarse las provisiones para seis meses, y dos pequeños botes para que sirvieran como muelles entre ellas. Creyendo que las lanchas de esas medidas serían seguras para navegar en los intrincados canales del estrecho, habló al Comité y fue oído deferentemente dada su experiencia. Sabían que Gardiner era muy confiado, pero sabían también que no era capaz de llevar a sus compañeros a un lugar de peligro.

Las lanchas propuestas para la misión debían ser de la mejor calidad, de buenas medidas y provistas con cubiertas, y para tripularlas propuso obtener la colaboración de experimentados pescadores de Cornwall, acostumbrados a navegar en el mar de Irlanda.

Otra vez, con paciente tenacidad, este hombre incansable viajó por Inglaterra y Escocia para recaudar los fondos necesarios; pero obtuvo pocos resultados, hasta que una señora, estando segura de que necesitaba el dinero para la empresa, le dio setecientas libras esterlinas de una vez y después trescientas más, con lo que la obra pudo ser inmediatamente iniciada.

El pequeño grupo se embarcó en el puerto de Liverpool, el 7 de septiembre de 1850 en el "Ocean Queen", rumbo a Tierra del Fuego. El 18 de diciembre la nave que los condujo a la isla de Picton los dejó y la expedición quedó bajo la protección de Dios y la prometida ayuda de sus hermanos de Inglaterra.

La primera visión de la Tierra del Fuego no parece resultarle atractiva a los catequistas. En el diario del doctor Williams se lee: “Es una tierra de tinieblas, un escenario de salvaje desolación; ambos, paraje y clima, concuerdan en carácter: ¡el uno es hosco y desolado, el otro tempestuosamente negro”.

Allen Gardiner y sus compañeros se habían hecho a la mar en dos pequeños barcos, el Speedwell y la Pioneer. En diciembre de 1850, llegaban a destino. Desembarcaron los suministros en la isla Picton, en la boca oriental del canal Beagle, y luego cantaron himnos de agradecimiento que deben haber sonado extraños en la profunda soledad de esa isla. Casi de inmediato, observaron columnas de humo que se elevaban de las islas cercanas. Entre regocijado y expectante, Gardiner veía avanzar las canoas de los yámanas que pronto desembarcaron y se les acercaban por la playa.

El misionero quiso ir a su encuentro, pero los indígenas se mostraron desconfiados y hostiles. Gardiner y los suyos tuvieron que emplear cierta violencia para rechazar a los que se tomaban demasiada confianza con los víveres y los suministros. Los ingleses consideraron su inferioridad numérica y Gardiner ordenó el reembarco con todo lo que se pudieran llevar a bordo. Dejaron, cerca de la costa, una inscripción en una roca indicando a posibles navegantes el rumbo que se proponían tomar. Los yámanas no parecían impresionados ni por los barcos ni por las armas de fuego, y los persiguieron por los canales sin permitirles desembarcar. Gardiner se vio huyendo de aquellos a quienes había venido a salvar.

Una noche, comenzó un vendaval. Las famosas "tempestades del Hornos" descriptas por innumerables capitanes en sus bitácoras. En medio de la oscuridad y el rugir del temporal, los dos barcos buscaron refugio en Bahía Aguirre. Gardiner pensó que hasta allí, tan lejos del canal y en, mar abierto, los indígenas no se aventurarían en sus canoas. Cuando el tiempo pareció serenarse, maniobraron para echar el ancla. Lo que no supo y los nativos sí sabían, fue que bajo las aguas aparentemente tranquilas donde habían anclado, el fondo marino pasaba abruptamente de los cien metros a un abismo oceánico de cuatro mil metros de profundidad.

Los movimientos de semejante masa de agua producían olas monstruosas. Así sucedió: al desatarse nuevamente la tempestad, el pequeño Pioneer fue elevado por una ola gigantesca que lo arrojó ferozmente contra las rocas convirtiéndolo en astillas. Sólo quedaba el Speedwell. Con heroicidad resistieron, pero Allen Gardiner y los suyos fueron vencidos por otro enemigo contra el que no pudieron luchar: el terrible invierno del Cabo de Hornos.

Refugiados en una caverna de la costa, rodeados por los eternos fuegos, esperando un rescate que sólo llegó meses después de su muerte, el capitán y los suyos perecieron de inanición en las sombrías costas fueguinas. El trágico fin de estos primeros misioneros lo conocemos por el diario que llevó Allen Gardiner hasta su último aliento.

 El martirio de los misioneros

Cuatro meses después de haber llegado a esas comarcas, comenzó el calvario de estos hombres. Ni una vez en todo ese tiempo, ni en los meses siguientes hasta que se produjo el triste final, vieron a otros hombres blancos y las esperanzas puestas en que sus hermanos de raza y fe les proporcionaran un poco de comida, de medicinas y de estímulos fueron siempre en vano. Las provisiones empezaron a escasear. Tenían alimentos para una época determinada de tiempo y esperaban poder aumentar la despensa con los productos de la caza y de la pesca. Pero por largo tiempo no pudieron cazar ni pescar.

Necesitando carne fresca, especialmente para dar a los enfermos, en cierta oportunidad armaron una trampa y con ella dieron caza a un zorro. Ese fue el único alimento que tuvieron en esos días. A medida que pasaba el tiempo la situación se hacía cada vez más desesperante. El 12 de junio, uno de los misioneros escribe en su diario esta triste reflexión: "Hemos estado mucho tiempo sin alimentación animal de ninguna clase. Nuestra dieta consiste en avena molida y polenta de arroz de vez en cuando, pero aun de esto tenemos sólo lo necesario para terminar este mes o un período muy corto después de éste".

Como si todo esto no fuera bastante, hay que agregar las dificultades ocasionadas por el tiempo: "el tiempo es muy severo, con una caída copiosa de nieve...", escribió Mr. Williams el 12 de junio.

A fines de marzo, a pesar de estar confiados en la providencia de Dios deciden hacer un esfuerzo para conseguir socorro, dada la angustiosa situación en que se encuentran: En una roca pintan un letrero con esta inscripción: "GONE TO SPANIARD HARBOUR" (Hemos ido a Puerto Español).

Y en la base de la roca entierran tres botellas con notas adentro notificando donde se hallan. Los mensajes encerrados en las botellas decían así: "Hemos ido a Spaniard Harbour, que queda en la isla principal, no lejos del Cabo Dinnaird. Tenemos enfermos a bordo; nuestras provisiones están por terminarse; si no nos relevan pronto nos moriremos de hambre. No intentamos ir a la isla de los Estados, pero permaneceremos en una bahía del lado oeste de Spaniard Harbour hasta que algún vapor nos venga a socorrer.

El mes de abril pasó en medio de esa situación angustiosa, agravada además por las enfermedades que inician sus estragos. Sin embargo, el grupo siempre siente gratitud hacia Dios por sus misericordias y sus bondades. Como una corroboración podemos citar lo que el capitán Gardiner anotaba en su diario el día 8 de mayo: "Aunque camine en medio de desgracias, tú me alentarás. Mis ojos miran a ti, oh, Jehová. Señor, en ti he confiado, no desampares mi alma" (Salmo 138:7; 141:8).


En la misma forma, cual si cada día fuera de veinticuatro interminables horas, pasan los meses de mayo y junio. En medio de esas tremendas pruebas se sienten llenos de gozo, de fe y de confianza en Dios. Pero eso no impide que el 14 de julio sea escrita esta anotación en 22 el diario del capitán: "Mr. Williams y Badcock están muy débiles; la enfermedad ha adelantado mucho".

La partida va disminuyendo. Ese 28 de junio, Badcock muere. Estaba con Mr. Williams en uno de los botes y momentos antes de morir le llamó pidiéndole que le ayudase a entonar el himno: Levanta, alma mía, levanta, echa fuera tus temores

Seis semanas después murió Erwing, el carpintero de la expedición (el 25 de agosto); el 27 partió a la eternidad John Bryant, y el 2 de septiembre John Pearce. El 27 de agosto, Allen Gardiner, sintiendo próximo su fin, escribe a su hijo una carta de despedida; el 28 escribe otra carta dirigida a su hija, y el 29 una a su esposa. En la segunda escribe: “Confío en que la pobre ‘Fueguía’ y América del Sur no serán abandonadas. La semilla misionera ha sido sembrada aquí y el mensaje divino debe seguir”.

La muerte se cernía sobre ese campamento de héroes, pero en ningún momento la fe desapareció de sus corazones. Gardiner el 3 de septiembre escribe: “No puedo dejar el lugar donde estoy... no he probado nada desde ayer... Alabado sea nuestro Padre celestial por las muchas bendiciones que he gozado; una cama confortable, ningún dolor, sin sentir hambre, aunque excesivamente débil”.

El miércoles 4 de septiembre hace otra anotación en su diario que termina así: “Cuantas bendiciones estoy recibiendo de mi Padre Celestial. ¡Bendito sea su santo nombre!” El día 5 escribe un testimonio que es digno de transcribir: “Grande y maravilloso es el amor de mi bondadoso Dios para conmigo. Me ha preservado hasta ahora y desde hace cuatro días, aunque sin comida corporal, sin ninguna sensación de hambre y sed”.

Hay una hoja, encontrada en el campamento, rota y descolorida por la acción del tiempo, pero en su mayor parte legible, que lleva fecha del 6 de septiembre. Fue, sin duda la última nota que redactara el valiente Gardiner. Es una carta dirigida a Mr. Williams y está concebida en los siguientes términos:

“Muy querido Mr. Williams: El Señor ha visto a bien llamar al hogar celestial a otro de nuestra pequeña compañía. Nuestro querido hermano que se ha ido, dejó el bote el martes al mediodía y desde entonces no volvió; indudablemente está en la presencia de su Redentor a quien él sirvió tan fielmente. Todavía un poquito más y por la gracia, quizá podremos reunirnos en esa santificada reunión para cantar alabanzas a Cristo, eternamente. No tengo hambre ni sed, aunque hace cinco días que estoy sin comida. ¡Qué amor maravilloso hacia mí, un pecador! Afectuosamente, su hermano en Cristo, Allen F. Gardiner. Septiembre 6 de 1851”.

El hallazgo de los misioneros

En octubre de 1851, el pailbote John E. Davison, entra en la bahía Banner. Este velero ha sido fletado en Montevideo por el señor Lafone, representante allí de la misión anglicana, para surtir abastecimiento a los misioneros de la expedición de Gardiner. Según noticias que le son suministradas al patrón, el lobero norteamericano W.H. Smiley, éstos deben de hallarse instalados en algunas de las islas situadas al sur de la Tierra del Fuego. No bien fondeados en aquella abrigada caleta de la isla Picton, los marinos distinguen claramente, enclavado sobre una roca cercana a la playa, un trozo de madera cruzado por una cruz con el pedido de ayuda de los misioneros.

Al día siguiente del encuentro de este angustioso aviso, el John E. Davison zarpa para el destino señalado; tienen que surtir durante la travesía del canal una fuerte sudestada, a pesar de lo cual logran finalmente introducirse en la bahía Aguirre. Allí, al enfrentar Puerto Español – ensenada abierta en el rincón noroeste de la referida bahía –, los marinos alcanzan a ver en la orilla los topos de los mástiles de una embarcación, que se ven unidos por una rastra al parecer de banderas, pero que, luego de una más detenida observación, resulta ser ropa tenida. La primera visión es, así, doméstica y por tanto tranquilizadora.

Pero no bien se acercan en dos botes a la playa, les espera un espectáculo dramático en extremo: al lado de una gran lancha de hierro embancada en la desembocadura de un riacho yace el cadáver de uno de los misioneros, horrorosamente mutilado por los picotazos de las aves marinas, en quien reconocen a Pearce. Dentro de la embarcación está otro cadáver: es el del doctor Williams. Un tercero, que resulta ser el de Badcock, se distingue, semienterrado por las arenas, en la parte más alta de la playa.

Al otro día, los tripulantes del John E. Davison cumplen con el humanitario deber de dar sepultura a esos restos mortales. La ceremonia es tristísima. Pero no les sobra tiempo para acongojarse. En el mismo instante del entierro se levanta un imprevisto y vertiginoso temporal.

“Es cierto que los protestantes, aunque hermanos nuestros en el amor común a Cristo, pertenecen a una rama familiar que se ha distanciado. Pero no puede dudarse la honestidad intelectual de los misioneros de mi historia, ni de la profunda fe y el raro espíritu de su sacrificio que caracterizaron su labor. De ahí que merezcan todo mi respeto”. Armando Braun Menéndez.

Referencias

“Hasta lo último de la tierra”, Arnoldo Canclini.

“Pequeña historia fueguina”, Armando Braun Menéndez.

Sitio web Histarmar

 

 

 

 

5 may 2024

Fuerte de Niebla

En el sur de Chile, en la Región de los Ríos, se encuentra la pequeña localidad de Niebla, ubicada a 17 kilómetros de la ciudad de Valdivia. Es uno de los balnearios más visitados de la región. Un lugar sorprendente por sus paisajes, historias y tradiciones, donde cada año se realiza una de las ferias costumbristas y gastronómicas más grandes de Chile.


El origen de Niebla se remonta a la época de la Conquista, cuando España decidió levantar numerosas fortalezas en la zona para hacer frente a la amenaza de las comunidades indígenas y el acecho de piratas ingleses, franceses y holandeses.

En Niebla sentimos la naturaleza. El sonido del mar, el efecto del choque de las olas contra la costa, la espuma de sus crestas, el aire marino, el vaivén del oleaje y las brisas suaves. Ocasionalmente, se produce el fenómeno natural, la acumulación densa de partículas de agua en la atmósfera, produciendo una bruma, popularmente se dice que de allí proviene el nombre de la localidad. 

Sin embargo, según los historiadores valdivianos y archivos del Museo de Niebla, la localidad costera no debe su nombre por la neblina, sino por el encomendero español Francisco de Niebla que habría llegado a Chile junto a la comitiva del gobernador García Hurtado de Mendoza en 1557. Poco se sabe de este encomendero, pero según la recopilación histórica del padre Gabriel Guarda, Francisco de Niebla figura en 1565 como tesorero de la Real Caja de Hacienda de Valdivia.

El Castillo de Niebla – también conocido como el “Fuerte de Niebla” es una fortificación española, construida en 1671, ubicada en el sector de Santa Helena. La Corona Española percibió tempranamente el carácter estratégico de la región austral de Chile, que a través del Estrecho de Magallanes y del Cabo de Hornos era punto intermedio para la navegación desde Europa a la costa americana del Pacífico.

Las fortificaciones españolas se dividían en tres categorías: el primer rango lo ocupan los castillos, el segundo los fuertes y el tercero las baterías; de las 229 fortalezas construidas en Chile durante el período, sólo diez fueron castillos, la mitad de ellos –Mancera, Corral, Niebla, Amargos y Cruces– estuvieron en Valdivia. La construcción de las fortalezas demandaba mucha mano de obra, y como no se utilizaban a los indios con estos fines, se recurre a los condenados por la justicia, quienes, al purgar sus delitos, prestan un servicio útil a la nación.

La construcción de fortificaciones se convirtió en una de las principales prioridades por la amenaza constante que suponían para los españoles tanto los ataques de los indígenas como el acecho de naves francesas, inglesas y holandesas que amenazaban la posición española. 

El Fuerte de Niebla es uno de los vestigios que sobrevive de la presencia española en la región. Llamado Castillo de la Pura y Limpia Concepción de Monforte de Lemos en Niebla, fue construido luego de que en 1645 el Virrey del Perú y Marqués de Mancera, Pedro de Toledo y Leiva, enviara a un contingente de 900 hombres comandados por su propio hijo a refundar y fortificar la ciudad, destruida por los indígenas en 1599 y casi tomada por la expedición holandesa de Hendrick Brouwer y Elías Herckmans en 1643, cuando se aliaron con los indígenas de la zona. 

Durante su edificación se utilizaron materias primas locales y otras importadas, entre ellas, cancagua, piedra laja, greda, madera de alerce, paja ratonera y piedra pizarra, así como cal y ladrillo. En particular, su batería y su foso, labrados en roca cancagua hicieron del Castillo de Niebla uno único en su tipo. Sólo luego de un paulatino repoblamiento español fue refundada la ciudad en su sitio original en 1647.

El Fuerte de Niebla fue declarado Monumento Histórico en el año 1950, ampliándose su zona de protección en 1991. Durante el año 1992, la Dirección de Archivos y Museos, con el apoyo del gobierno español, edificó un edificio administrativo, reconstruyó la Casa del Castellano, las cureñas y merlones de la batería; y realizó la primera excavación científica en el sitio. En la actualidad el lugar funciona como el Museo de Sitio Castillo de Niebla, reabierto al público luego de que se realizaran en el Castillo y su entorno importantes restauraciones y remodelaciones, concluidas durante el año 2015.

4 may 2024

Historias de Camarones

Es verano cuando emprendo mi travesía por la estepa patagónica. Sobre la ruta caliente, la tierra parece inmóvil, paralizada. La luz de la tarde es enorme y serena. Finalmente, luego de recorrer 252 kilómetros desde la ciudad de Trelew, llegamos a nuestro destino: Camarones, un pequeño pueblo en la costa atlántica en la provincia de Chubut. El pueblo se revela ante nuestros ojos: la aridez de la estepa patagónica, el rojo de sus formaciones rocosas y el azul del mar.


Camarones se encuentra a 1680 kilómetros de Buenos Aires. Cuenta con 1500 habitantes y su actividad principal es la pesca. Debe su nombre a que antiguamente en la bahía se encontraba una especie distintiva de camarones. La localidad fue fundada en 1900 y recién en 1958 adquirió el carácter de municipalidad.

A principios del siglo XX, era apenas un páramo. Si bien hoy en día no pasa de ser un pueblo, en aquellos tiempos lo era todavía menos, sin embargo, gracias a su puerto, que despachaba lana al mundo entero, había adquirido importancia en la región.

Antiguamente alrededor de 1890, los españoles utilizaban la bahía de Camarones para efectuar las cargas y descargas de frutos e insumos. Camarones también fue la localidad donde el presidente Juan Domingo Perón pasó su infancia, donde actualmente se lo recuerda en el Museo Perón. Camarones también es reconocido por tener la “lana camarones”, la cual se destaca por su calidad y se comercializa en todo el mundo. Fue allí por 1909 se creó la primera sociedad rural de la Patagonia.

En octubre de 1900, una ordenanza le dio su partida de nacimiento oficial, y en los años siguientes llegaron los primeros servicios y la escuela. Sin embargo, pese al paso de todo un siglo, Camarones no abandonó del todo su condición de pueblo de pioneros: se ve en sus construcciones históricas, pero también en el espíritu de sus pobladores, que llegaron en busca de nuevas oportunidades.

La presencia de España

El 21 de mayo de 1534, El Rey de España Carlos V otorga las gobernaciones de Nueva Toledo, a Diego de Almagro; de Nueva Andalucía a Pedro de Mendoza y de Nueva León a Simón de Alcazaba y Sotomayor, en tanto pocos días antes lo había hecho con Francisco Pizarro, a quien había otorgado la gobernación de Nueva Castilla.

Camarones fue la primera fundación española en territorio argentino. En 1535, Simón de Alcazaba y Sotomayor llegó a Caleta Hornos, en el Cabo Dos Bahías, al sur del actual pueblo: había sido enviado por la corona española para explorar las costas de la Patagonia y sentó las bases ese año, uno antes de la primera fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, de un esbozo de ciudad que bautizó “Nueva León”.

Simón de Alcazaba y Sotomayor había nacido en Portugal en 1470 y tras recibir el nombramiento se trasladó a Sevilla para organizar su nueva escuadra, que iba a estar compuesta por dos naves denominadas “Madre de Dios” y “San Pedro”, la primera a su mando y la segunda capitaneada por Rodrigo Martínez.

Los recursos eran insuficientes para el explorador y los barcos utilizados tenían un estado regular, por lo que tras partir de España debió hacer una escala en las Islas Canarias para reparar los navíos. La expedición contaba con unos 250 hombres y a principios de 1535 alcanzaron el estrecho de Magallanes con la idea de cruzar al Pacífico, pero la navegación se complicó por el clima, de modo que decidieron retomar hacia el norte bordeando la costa patagónica.

El 9 de marzo de 1535, Alcazaba funda en la Caleta Hornos, de la Bahía Gil, 29 kilómetros al sur de la actual localidad de Camarones, el "Puerto de los Leones" y establece las bases de la provincia de Nueva León, un territorio que de acuerdo a los registros que llegan a nuestros días ocuparía toda la franja continental ubicada entre los 36º y los 48º de latitud sur, limitando al este con el Océano Atlántico y al oeste con el Pacífico.

“Durante diez días estuvieron levantando un poblado, con una pequeña iglesia donde todos los días se rezaba misa. El 9 de marzo de 1535, el adelantado hizo formar a la tropa, junto a los pobladores, se bendijeron las banderas y leyendo las disposiciones reales, hizo jurar fidelidad a todos al rey y a él como gobernador. Quedó por lo tanto fundada la provincia de Nueva León y se inició inmediatamente una caravana hacia el interior”, señala un relato del desembarco español en las actuales costas chubutenses.

La referencia forma parte de la Hoja Histórica N° 2 del Instituto Argentino de Cultura Hispánica del Chubut, dedicada plenamente a esta significativa fecha donde se reseñan sucesos históricos desde la salida de la expedición de España de la flota al mando de Simón de Alcazaba hasta su desembarco a 28 kilómetros al sur de Camarones, el acto fundacional, la marcha hacia el interior del territorio y el regreso a España.

Se construyeron algunas chozas y una capilla, que no prosperaron: apenas los buques se fueron para terminar con su misión de exploración, el poblado empezó a desaparecer. Camarones hizo, a la medida de sus medios, una plaza en su costanera para recordar este episodio. Se dibujaron las siluetas de España y Chubut en la plaza, y se levantó un torreón con reminiscencias mozárabes que da lugar a simpáticas fotos, con el azul límpido del mar y el ocre de los barcos de pesca como fondo.

El torreón de los españoles

Lo primero que nos llama la atención al llegar a Camarones es el Torreón de los Españoles, que se erige a escasos metros de la costa con las embarcaciones del puerto como trasfondo, que resplandecen bajo el sol sobre un mar azul intenso. Fue creado en conmemoración de la fundación de la Provincia de Nueva León en 1535, tras el desembarco de Simón de Alcazaba, y junto con el monumento al Salmón es uno de los íconos del lugar.

La historia del Villarino

A lo largo de la amplia costa argentina, que abarca 4.725 kilómetros desde la provincia de Buenos Aires hasta la austral Tierra del Fuego, han ocurrido muchos naufragios, especialmente en las costas de la Patagonia, donde el Atlántico Sur es conocido por sus tormentosas aguas y fuertes tempestades.

Una de las historias más interesantes y uno de los naufragios históricos más conocidos de Argentina es el del vapor “Villarino”, el barco que en su viaje inaugural trajo desde Francia a la Argentina los restos del general José de San Martín.  El nombre del vapor es en honor a Basilio Villarino, piloto de la Real Armada Española, un histórico explorador de la Patagonia. En 1899, el legendario vapor naufragó en Bahía Camarones, en la provincia de Chubut. Desde aquel entonces, muchos de los restos del barco permanecen en las heladas aguas del Océano Atlántico.

El Villarino fue construido en los astilleros de Cammell en Inglaterra, a pedido del Ministerio de Guerra y Marina, entonces a cargo de Julio Argentino Roca, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. Fue un buque de guerra de la Armada Argentina, el primero de la armada con mandos y tripulación argentina en navegar desde Europa. Sus bodegas podían transportar hasta 500 hombres. Impulsado por una máquina de 800 HP, su velocidad crucero era de 11 nudos, la cual era bastante veloz para la época, así como también estaba provisto de 2 cañones Armstrong y 2 cañones Hotchkiss.

En 1880 el barco partió hacia el puerto de Bassin du Roi, el Havre, France, donde al mando de Ceferino Ramírez, el vapor recibió los restos mortales del general José de San Martín, los cuales fueron transportados hasta Buenos Aires. Desde aquel histórico evento, el Villarino continuó haciendo numerosos viajes, todos a la Patagonia, ya que era un barco de exploración en aquellas latitudes del sur de Argentina.

 El destino final del Villarino llegó en uno de aquellos viajes, cuando el 16 de marzo de 1889 en su travesía 101 a la Patagonia, encalló en los bancos de arena de las islas Blancas, en Bahía Camarones. Según las crónicas históricas, a pesar de quedar totalmente destruido, el accidente no causó víctimas fatales, debido a la ayuda y rescate del crucero 9 de Julio.

En 1970, un grupo de buzos pertenecientes a la “Hermandad del Escrófalo”, realizó una inmersión en el marco del “Operativo Camarones”, logrando rescatar objetos del mítico vapor, los cuales se convirtieron en patrimonio en diversos museos del país. Al visitar la ciudad de Puerto Madryn en Chubut, podemos ver uno de ellos: la hélice y parte del casco del barco. La hélice y parte del casco del barco es la que se puede ver en la ciudad de Puerto Madryn.

Durante la filmación de un documental para el programa “Historias de la Argentina secreta” en 1986, se lograron rescatar más piezas, las cuales fueron donadas al Instituto Nacional Sanmartiniano, así como también a la Armada Argentina. La Comisión Nacional de Monumentos y de Bienes Históricos aprobó en 2017 la inclusión de los restos del Villarino como “Bien de Interés Histórico Nacional”.

Circuito Histórico

En Camarones existen varios lugares que revisten gran significancia histórica, cultural y arquitectónica. Es recomendable hacer un recorrido a pie, para ir conociendo y tomando fotografías a las antiguas edificaciones con paredes de madera y techos de chapa, que datan de fines del siglo XIX y de la década del 40´ y 50´, entre los que se encuentra Casa Rabal, una casa de ramos generales, museos, el Viejo Hotel. Este circuito incluye además la visita a monumentos realizados en honor a hechos históricos como la Plazoleta Nueva León y el pintoresco Puerto Pesquero de la ciudad.

Museo Juan Domingo Perón

Continuamos nuestro recorrido por el Museo de Perón. Se ubica en el mismo predio donde se asentó la histórica vivienda. Reúne una colección de objetos que aún permanecían en la zona, así como otras piezas únicas y elementos que fueron aportados por familiares, militantes y amigos provenientes de diferentes puntos del país. Entre ellas una gran cantidad de utensilios, ropa, juguetes y el mobiliario que acompañó a la familia Perón en estas tierras sureñas. Además de las fotografías y manuscritos de relevancia sobre la historia del movimiento justicialista.

El museo arroja luz sobre esta desconocida etapa en la vida del ex presidente, su infancia y juventud, cuando su padre se instaló en Camarones como Juez de Paz en 1903. Allí pasó Perón los primeros años de su niñez, y regresaba durante los veranos mientras cursaba el Colegio Militar. Hay testimonios de vecinos que recuerdan a doña Juana, y una factura de lo que Antonio Rabal, el dueño del almacén Casa Rabal -aún en pie-, le llevó a don Mario Perón en 1917.

El museo contiene piezas importantes y únicas del general Perón y los miembros de su familia, con un fuerte contenido histórico, gestionadas y obtenidas por la Secretaría de Cultura de la provincia en distintos lugares del país, a través del contacto y la colaboración de muchos descendientes y amigos de quien fuera tres veces presidente constitucional de Argentina.

La familia Perón se afincó en esa localidad en 1903 con motivo de la designación del padre del líder y fundador del justicialismo para desempeñarse como Juez de Paz. El joven Juan Domingo fue un permanente visitante del lugar mientras realizaba sus estudios en el Colegio Militar de la Nación.

Parque Marino Costero Patagonia Austral

Se ubica a unos 28 kilómetros de Camarones. Es un área protegida creada en 2007, que funciona bajo un innovador modelo de gestión, entre el Gobierno Nacional (Administración de Parques Nacionales) y el Gobierno de la Provincia del Chubut (Ministerio de Turismo).

Su finalidad es proteger el ecosistema perteneciente a la estepa patagónica y el mar argentino a la altura del Golfo San Jorge. Abarca una superficie de 104.812 hectáreas (aproximadamente 74.000 marinas y 30.000 terrestres), desde la margen izquierda de Caleta Carolina hasta isla Quintano, entre las localidades de Camarones y Comodoro Rivadavia.

El área que se protege incluye la zona marítima, incorporando numerosas islas e islotes, entre los que se encuentran isla Leones, isla Arce, entre otros. Reconocido por contener más de cincuenta especies de aves costeras y marinas, algunas de gran valor por su endemismo o estado de conservación.

Área Natural Protegida Cabo Dos Bahías

Cabo Dos Bahías, es un Área Natural Protegida creada por la Provincia del Chubut en 1973. Allí se concentra una importante colonia de pingüinos de Magallanes o pingüino patagónico, que podemos avistar entre los meses de septiembre a abril. También hay otras especies que habitan la reserva, tales como: lobos marinos de dos pelos, guanacos, zorros grises, ñandúes entre otras especies de fauna patagónica.

La reserva cuenta con 160 hectáreas que actualmente se suman a la superficie protegida del PIMCPAT, con el fin de preservar este rico ecosistema de la franja costera.

El área puede conocerse a través de senderos peatonales autoguiados con el fin de contemplar a los ejemplares que conforman la pingüinera, y los demás recursos faunísticos presentes en el área. Del mismo modo existen sendas vehiculares, donde se puede apreciar el contraste del paisaje, con los azules profundos del mar y las formaciones rocosas en diversas tonalidades a lo largo de la costa.

Fiesta Nacional del Salmón

Camarones es sede de la Fiesta Nacional del Salmón, que se realiza todos los años en el mes de febrero, oportunidad en que se efectúa el concurso de pesca de altura en las cercanías de las islas Blancas, lugar donde en el año 1899 el buque Villarino (que trasladó los restos del Gral. San Martín desde Francia) se estrellara contra sus rocas.

Historia, paisajes únicos y naturaleza pura. Todo esto y mucho más representa Camarones. Llegar hasta este remoto lugar de Chubut resulta una verdadera experiencia patagónica.


2 may 2024

Remolcador "Enrique" de Río Gallegos

El Muelle Fiscal de Río Gallegos YCF (Yacimientos Carboníferos Fiscales) fue construido entre 1951 y 1956 para la carga en buques de carbón traído por ferrocarril desde la mina de carbón ubicada en la localidad de Río Turbio, a 300 km de Río Gallegos.

Un símbolo de la zona es el Remolcador “Enrique”. Fue construido en 1929 en Inglaterra por Goole Shipbuilding and Repairing Co Ltd. En la década del 60, la ex empresa Yacimientos Carboníferos Fiscales (Y.C.F.), adquiere el barco Remolcador, para que guíe a los barcos que ingresaban a la ría local hasta el muelle de YCF, realizando tareas de mantenimientos de estas embarcaciones.

Estaba tripulado por 6 personas, incluyendo el capitán de la embarcación.  En el año 1994, al ser privatizado el yacimiento, pasó a ser propiedad de la empresa concesionaria, Yacimiento Carbonífero Río Turbio S.A. Desde el año 1993 fue varado en la “ría”, quedando abandonado en la costa. Hoy forma parte del paisaje de la costanera de Río Gallegos.

1 may 2024

Misterios de Somuncurá

“Esos hombres parecieran hechos a la medida del paisaje y la quietud que los rodea. Da la impresión que a la larga el lugar los ha ido absorbiendo y no pueden escapar del mismo”. Jorge Castañeda

Hay lugares en la Patagonia que despiertan la curiosidad de los viajeros, ya sea por sus paisajes o historias, así como también por sus misterios y leyendas. Uno de ellos se encuentra en el corazón de la Patagonia argentina, repartido entre en las provincias de Río Negro y Chubut: la Meseta de Somuncurá.


¿Qué misterios esconde Somuncurá? ¿Cuáles son algunas de las leyendas de este remoto lugar del sur argentino? ¿Por qué es considerado un lugar inhóspito? Algunas de las preguntas que tenía en mente antes de emprender mi viaje.

La llegada a América de los primeros pueblos procedentes de Asia habría ocurrido hace 70.000 años. Por su parte los estudios arqueológicos realizados en las cuevas de la Patagonia meridional demuestran que ya había seres humanos en la región hace más de 10.000 años.

La Patagonia tiene un poblamiento inicial de una antigüedad aproximada de 13.000 años y una colonización surgida de un proceso complejo que comienza a fines del Pleistoceno, cuando las grandes masas de hielo empiezan a retirarse y el clima se vuelve más favorable para la instalación humana. A partir de allí, se suceden distintas etapas en la historia sociocultural de la Patagonia, previa a la llegada de los europeos.

La ciencia sostiene que hace cientos de millones de años los dinosaurios caminaron en estas tierras del confín del mundo, hoy desoladas estepas patagónicas. Según una leyenda, se cree también, que un grupo de navegantes europeos —los templarios—, en tiempos anteriores a Colón, trajeron un tesoro a este lugar para esconderlo.

Roberto Hosne en uno de sus libros, “La sola mención de la Patagonia alienta la idea de que hay algo diferente por conocer y experimentar, tierra desolada, inhóspita y deslumbrante a la vez. Una naturaleza agresiva e indomable requería ser enfrentada por gente recia y decidida, con espíritu pionero y metas irrenunciables. Se requirió del mito y de la utopía para enfrentar tanta adversidad”. (“Patagonia: leyenda y realidad”).

El paisaje es abrumador y desolador, el viento sopla fuerte y el sol es abrasador. Nos encontramos en la Meseta de Somuncurá, donde la vista se pierde en el horizonte infinito. En el centro de la provincia de Río Negro, los 600 kilómetros que separan el mar de la Cordillera de los Andes, conforman un llano elevado único en el planeta, un área inhóspita y virgen, donde vemos la naturaleza en estado puro y nos encontramos con un paisaje eterno y enigmático, sin obstáculos.

Todo es gigante en la Meseta de Somuncurá, la antigua tierra donde habitaron los pueblos originarios de la Patagonia: tehuelches y mapuches. “Somuncurá” significa en lengua mapuche "piedra que suena o habla". El topónimo se relaciona con el sonido de las rocas, tal vez en relación, a su vez, con el sonido del viento.


El escritor Roberto Payró, en las crónicas que escribió cuando fue a la Patagonia como enviado del diario La Nación, daba cuenta de la cualidad ambivalente que pesa sobre el territorio patagónico: la riqueza natural pero el olvido estatal, el proyecto nacional pero la amenaza extranjera, la impresión de que se tiene un diamante entre manos, pero nadie que lo sepa pulir. Cuando zarpó del puerto de Buenos Aires en 1898, Payró formaba parte de los escritores que entonces empezaban a producir obras en las que la Patagonia “inhóspita y maldita” que había descripto Charles Darwin era reformulada como fuente de riquezas naturales y como espacio por incorporar a una idea de nación y de progreso.

El título de sus crónicas compiladas, La Australia Argentina, habla de eso último: del país joven y pujante en el que se puede reproducir un modelo de progreso. Los textos reunidos en La meseta patagónica del Somuncurá La meseta patagónica de El Cuy, compilados por Ricardo F. Masera, confirman que a principios del siglo XXI la Patagonia sigue padeciendo esa misma ambivalencia en la que se gesta su estancamiento. Los dos libros describen específicamente ambas mesetas (la primera ubicada entre Chubut y Río Negro, la segunda enteramente rionegrina), los dos realzan sus potencialidades geológicas, económicas y culturales y, al mismo tiempo, denuncian las inoperancias estatales que hacen de esas potencialidades pura promesa, el eterno suspenso.

Hombres y mujeres viven en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido hace millones de años. Como llaman los pobladores, “la planicie”, es un lugar místico y especial. En lugares olvidados y perdidos de la mano de Dios, las historias de los habitantes de la Meseta de Somuncurá se entremezclan entre soledad, desolación y abandono. Desde pequeños, los niños de la meseta aprenden a ensillar los caballos, juntar los cueros, acarrear agua en baldes o encender el fogón temprano en la mañana y el farol por la noche.

Alejados de los grandes centros urbanos y olvidados por las autoridades, los habitantes de la meseta “hacen patria”, luchando por sobrevivir cada día en uno de los sitios más remotos e inhóspitos del mundo. Cuando en la Patagonia dicen “me voy a la Meseta de Somuncurá”, están diciendo que se van lejos. Muy lejos. Los viajeros más aventureros saben que se dirigen a uno de los paisajes más aislados del mundo, un lugar donde la naturaleza se abre paso en un territorio salvaje e indómito.

Como cuentan los lugareños, “las piedras ruedan solas por las noches y suena el viento al jugar con ellas en el corazón de Somuncurá”. Denominada por los geólogos como “una isla en tierra firme”, la meseta es una altiplanicie de roca volcánica ubicada entre las provincias de Río Negro y una parte al sur de Chubut. Un millón seiscientas mil hectáreas toman esa forma, levantándose hasta unos 600 metros de altura. Se estima que tiene aproximadamente 300 millones de años y surgió cuando el mar cubría aún la mayor parte de América del Sur.

La Ruta Nacional 23 y 3 bordean la Meseta de Somuncurá. Hay diferentes opciones para llegar, especialmente en excursiones desde las localidades y parajes de Sierra Grande, Los Menucos, Valcheta, Maquinchao, El Caín, Cona Niyeu y Prahuaniyeu. Así como también es posible contratar excursiones desde otros puntos de la provincia, como San Antonio Oeste, Viedma o Las Grutas.

Son trecientos cincuenta kilómetros (de tierra y por la Ruta Nacional 23) los que separan a la ciudad de Bariloche, de Los Menucos, ubicado en el centro de la Río Negro. Nos encontramos en una de las zonas más remotas del sur de Argentina, donde el clima es árido, frío y continental. Las temperaturas máximas en verano rondan los 42 C° y en invierno las mínimas los -20.

Recorrer la meseta puede ser riesgoso, especialmente para las personas que no conocen la zona. El tránsito en la meseta es difícil y de marcha lenta por la gran abundancia de piedras que tiene el camino. Desplazarse de un sitio a otro puede demorar hasta medio día, incluso si uno se encuentra a tan sólo 20 o 30 kilómetros de distancia. Es importante tener conocimientos de los caminos y viajar en un vehículo 4x4. Contar con un guía local o un operador turístico es indispensable.

La Ruta Nacional 23 atraviesa la estepa patagónica y se entrelaza con las vías del tradicional “Tren Patagónico”, que une Bariloche con Viedma, la capital de la provincia. Por esta ruta pasaron viajeros y exploradores como el Perito Moreno y el inglés George Musters, quien entre 1869 y 1870, realizó una hazaña única, recorriendo 2.700 kilómetros en una caravana con los tehuelches desde Punta Arenas hasta Carmen de Patagones.

La Meseta de Somuncurá es un Área Natural Protegida desde el año 1986. Allí donde todo parece nada, existe un área con una biodiversidad única en el mundo: más de 70 especies entre las que se encuentran águilas, martinetas, jotes, patos, cisnes y halcones, entre otros. Dos de ellas en peligro de extinción, el choique o ñandú petiso y el flamenco austral.


Una de las especies endémicas de la meseta y de la provincia de Río Negro, es la “ranita de Somuncurá”. Es totalmente acuática y vive en un área muy reducida, en las nacientes del arroyo Valcheta, que por sus aguas cálidas y transparentes se convierte en un microhábitat especial y único. La mojarra desnuda es otras de las especies típicas de la zona. Se trata de un pez único, debido a que sus escamas son reabsorbidas en el adulto, por eso su nombre. Su población se redujo por el avance de peces exóticos, como la trucha y la mojarra plateada, introducidos por el hombre. Es hábil nadadora y habita zonas de corriente que le exigen estar en permanente movimiento.

Al recorrer la meseta, observamos que esta fue una zona de una gran explosión volcánica, y de aquellos tiempos, quedaron las bocas, que hoy son los cerros. Durante el viaje por esta tierra desolada, hay referencias de los habitantes silenciosos de la región: cañadones, paredones y lagunas que forman con las lluvias. La población de la meseta se encuentra en pequeños parajes al pie de la misma. La Meseta de Somuncurá es unos de lugares menos explorados por los turistas que llegan a la Patagonia.

La mayoría de las excursiones se hacen desde el pueblo de Valcheta, desde donde es posible realizar diversas actividades turísticas, ecológicas y de aventura. Uno de los lugares imperdibles es el Cerro Corona, el símbolo espiritual de la cultura Tehuelche, que, con sus 1900 metros de altura sobre el nivel del mar, domina la planicie de la meseta. (Para acceder a al cerro Corona es necesario contar con autorización de los propietarios de los campos y de la Secretaría de Ambiente).

Hay numerosos sitios con pinturas y grabados en la Meseta de Somuncurá, los cuales se caracterizan por una notable variedad de formas y motivos. Generalmente se encuentran en las paredes de los cañadones y en aleros de rocas, cerca del agua sobre basaltos. Los motivos que predominan son “no figurativos”, es decir que no representan formas como animales o manos, aunque en algunos sitios se han encontrado algunas figuras de huellas de animales. Se estima que las pinturas tienen una antigüedad de 400 a 1.600 años. Los grabados en roca, anteriores a las pinturas, tienen hasta 2.800 años lo más antiguos.

La meseta fue tradicionalmente un territorio de caza para los tehuelches. La zona ubicada al sur de la localidad de El Caín, es conocida como “Yamnago” en lengua tehuelche, un lugar de caza de guanacos hace unos 2.000 años. Antiguamente, los nativos cazaban las crías (chulengos) desde noviembre hasta abril. Según los relatos de varios exploradores, se conocía la existencia de una piedra sagrada a la cual los tehuelches rendían tributo y pedían permiso antes de iniciar la cacería. Los misterios de la Meseta de Somuncurá comienzan a revelarse con el paso del tiempo.

En el año 2006, un grupo de investigadores dirigidos por el antropólogo Rodolfo Casamiquela llegó al sitio exacto donde se encuentra la “Piedra Sagrada” de los tehuelches, bautizada por los nativos como “La Vieja”, que había sido descubierta en 1865 por el naturalista suizo Jorge Claraz, quien dejó anotaciones en su libro de viaje y describió el sitio como “el paraíso terrenal de los indios pampas, (que) dicen que su Dios lo hizo para ellos y para que ningún indio que pasara por allí sufriera hambre”.
“Yamnago” puede considerarse como una trampa para guanacos, la laguna es pequeña, de forma alargada, orientada casi de norte a sur y desde todas las sierras vecinas bajan las tropas de guanacos a beber” había dicho el explorador.

Escribió también que los tehuelches “se acercan al montón (de leña) con respeto, no cabalgan frente a él, sino que lo rodean en un semicírculo, dirigiendo una oración a la vieja”. “Le ruegan que los proteja cuando están a caballo y que les de carne para sus campos” escribió Claraz, en sus apuntes de 1865. El guanaco ha sido históricamente el competidor de pasturas con los ovinos. En la actualidad hay apenas casi 4 mil ejemplares junto a unas 9 mil ovejas. Las cifras reflejan que el guanaco está en peligro de extinción y la Argentina, alberga de norte a sur, el 95 por ciento de la población mundial.

Una de las leyendas en torno a la Meseta de Somuncurá tiene como protagonistas a los caballeros de la Orden del Temple. Los caballeros templarios fueron una orden militar cristiana de la Edad Media, quienes lucharon contra los musulmanes por la posesión de Jerusalén. Eran monjes guerreros. La misión de ellos era custodiar a los cristianos en las peregrinaciones a Tierra Santa. Hay quienes creen y sostienen que en la provincia de Río Negro habrían llegado los Templarios, antes de que Colón llegara a América.  Los monjes templarios usaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada en él.

Según esta leyenda, los templarios llegaron a la Patagonia para esconder en la profundidad de Somuncurá los tesoros del Templo de Salomón, del cual fueron custodios, destacando entre ellos uno de los mayores tesoros del cristianismo: el “Santo Giral”, es decir la cipa en que Jesús bebió en la Última Cena. La orden de los Templarios fue fundada en 1118 por nueve caballeros, liderados por el francés Hugo de Payens.

Se iniciaron con votos de castidad, pobreza y obediencia. El lugar que esconde esta leyenda está a unos 50 kilómetros al sur del balneario de Las Grutas, en la costa de Río Negro. El Fuerte Argentino, al parecer, nació para imaginar aventuras. La particularidad del paisaje natural sugiere mitologías. Piratas, científicos y habitantes originarios lo visitaron atraídos por ese paisaje singular.

Según el Grupo de Investigaciones Esotéricas “Delphos”, allí llegó el Cáliz Sagrado en manos de Parsifal y sus sorprendidos marinos. Los pobladores cuentan historias transmitidas por sus antepasados: ese lugar fue elegido muchos años después por los españoles para instalar cañones que apuntaban hacia el golfo. En el Fuerte Argentino, los que buscaron alguna evidencia de asentamiento humano solo encontraron unas tejuelas de cerámica, que son como cuñas para poner en la carga de los barcos para que no se balancee. Y una extraña piedra con una cruz templaria en bajorrelieve, a unos 80 kilómetros, bien adentro de la Meseta de Somuncurá.

Los vestigios de los colonos ingleses también forman parte de la Meseta de Somuncurá. La Estancia Chacay perteneció a la Compañía Argentina de Lanas del Sur en 1890. Los ingleses abanderaron la zona por falta de agua y el gobierno de la provincia remató las tierras. Luego de muchos años, aún está la tranquera con una chapa que dice “Sírvase cerrar la tranquera y curar con Polvos de Cooper” (usado contra la sarna). En la actualidad, el casco de la estancia todavía conserva la edificación británica, así como también hay un museo.

La Capital Nacional de la Piedra Laja, el pueblo de Los Menucos, se encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá, donde los habitantes, en su mayoría pequeños y medianos productores de ganado ovino, han formado hace unos años el grupo “Meseta Infinita”, ofreciendo una alternativa económica para el desarrollo del pueblo. Es una agrupación de pobladores rurales con más de 10 años de existencia, cuyo objetivo principal es desarrollar turísticamente a la Meseta de Somuncurá haciendo foco en su patrimonio histórico, cultural y natural. 

Como sus integrantes cuentan “proponen ir en busca del desafío y ascender a la mítica meseta junto a quienes la han recorrido durante toda una vida. Profundos cañadones, soberbios paredones, lagunas en atardeceres que cortan el aliento, noches bajo un universo de incontables estrellas y días sólo perturbados por el murmullo del viento. Lugares que habrán de visitar en este recorrido, donde sus habitantes parecen vivir más allá del tiempo”.

Los Menucos se muestra acorde a su carácter ganadero y su vinculación histórica de la minería de la piedra laja. A pocos kilómetros y en proximidades de una laguna salada, se ve un gran mallín profundo "en él todo lo que cae desaparece", según la creencia popular.

La travesía por estas remotas tierras nos regala imágenes de película. El paisaje es siempre solitario y la vista se pierde en horizontes infinitos. El cielo azul y el desierto patagónico siempre como protagonistas a lo largo del camino, en la inmensidad de la soledad. En la Meseta de Somuncurá también se esconden historias trágicas. Las ruinas de la Mina Gonzalito, uno de los sitios más característicos de la zona, representan la imagen del olvido y la desolación. Por este lugar pasa una ruta de ripio que nace paralela a la costa de Río Negro, unos 50 kilómetros al sur de San Antonio Oeste, y nos conduce directo hacia la Meseta de Somuncurá.

En este lugar existió una mina que en su mejor momento albergó 600 personas, la mayoría eran trabajadores que extraían plomo, plata y zinc, en terribles condiciones sanitarias y a cambio de muy poco dinero. Muchos de los mineros morían antes de cumplir los 40 años. Luego de muchos años de explotación, la Mina Gonzalito abandonó la extracción a mediados de los años ochenta. Se cree que llegaron a vivir 3000 personas en la zona de la Mina Gonzalito. Con el paso de los años, las casas de la zona fueron abandonadas y el lugar quedó totalmente en ruinas. Fue un pueblo que comenzaba a crecer y progresivamente desapareció fue desapareciendo.

El final llegó definitivamente en 1982, cuando una empresa española que lo gestionaba presentó la quiebra, dejando, según los pobladores, un desastre ambiental: contaminación, polución del agua y enfermedades. Hoy solamente fantasmas deambulan por la Mina Gonzalito, uno sitio marcado por la triste realidad en este remoto lugar del país. Cándido Román, un minero que había cumplido 90 años cuando murió, fue el último habitante del lugar. Este antecedente trágico de la Mina Gonzalito no hace más que traer malos augurios cuando hablamos de la minería en la Patagonia.

En la actualidad, los representantes de las comunidades originarias, se oponen a la llegada de nuevas mineras. El año pasado, el gobierno de la provincia de Río Negro otorgó permisos de cateo a una minera. Lo hizo sin la consulta previa a las comunidades originarias que es de carácter constitucional.

Las comunidades mapuche tehuelches afirman que no permitirán el ingreso a sus territorios siempre en disputa. En junio de este año, representantes de los pueblos originarios llegaron a Viedma para denunciar “políticas de ecocidio”. Un gran número de personas se congregó en la capital de la provincia para dejar en claro que defenderán su territorio ancestral frente a la megaminería, el fracking y el hidrógeno verde.

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