La autora vivió durante 10 años con Cristina Calderón, una abuela yagán reconocida por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile como Tesoro Humano Vivo. Durante todo ese tiempo recopiló historias y relatos del pueblo Yagán que le sirvieron para escribir sobre medicina, costumbres, lenguaje, etc. En esta biografía, Zárraga rememora los tiempos en los que los yaganes todavía llevaban un modo de vida tradicional, navegando por los canales e islas de Tierra del Fuego. La autora insiste en la existencia actual de los yaganes, cada vez más orgullosos de la historia de su pueblo ancestral: “La comunidad yagan es un grupo de familias y somos varios los nietos de mi abuela que tenemos hijos. A nuestros ancianos siempre les dicen que son los ‘últimos’ y nunca es así. Yo quiero terminar con ese eslogan”.
28 may 2024
Libros: "Cristina Calderón, memorias de mi abuela Yagán"
15 may 2024
Franceses en Malvinas
Acerca del descubrimiento, como sucede con otras tierras, se sostienen diferentes versiones sobre quién tuvo el privilegio de ser el primero en las Islas Malvinas. Un aspecto muy importante es el asentamiento de expedicionarios.
En concreto, una expedición española de 1540, organizada y financiada por Gutierre de Vargas y Carvajal, obispo católico de Plasencia, fue colocada al mando de Francisco de la Ribera, con el objetivo de llegar a las Molucas, vía el Estrecho de Magallanes. Se ha establecido que un navío de esta expedición, luego de quedar a la deriva, recaló en tierras de las Islas Malvinas en 1540. Sus tripulantes desembarcaron y vivieron allí por espacio de 9 meses, hasta que pudieron recomponerlo y retornar a España.
En el diario
de viaje de este navío quedó asentado que estas islas a las que habían arribado
eran las que estaban detalladas en la Carta Universal de Diego de Ribero
–cosmógrafo portugués al servicio de la Corona española–, elaborada unos diez
años antes. Parte de la bibliografía sobre el descubrimiento de las islas asume
que Ribero participó como cartógrafo en la expedición de Hernando de Magallanes
que partió de la Península Ibérica en 1520.
De acuerdo
con las bulas papales de 1493, “España no necesitaba descubrir las islas para
tener soberanía sobre ellas pleno derecho, cualquiera fuese el descubridor”. Las
Malvinas estaban dentro de la jurisdicción española, pero de todas maneras el
primer avistamiento correspondió a Esteban Gómez, que luego de desertar de la
flota de Magallanes en 1520, negándose a entrar al tempestuoso estrecho,
regresó a España dando referencias de las islas, lo que permitió incorporarlas
en algunas cartografías españolas.
El británico
John Davis, un capitán acusado por deserción, integrante de la flota de
Cavendish – de a que se separó en 1591 luego de un intento frustrado para
entrar al Estrecho de Magallanes – informó al almirantazgo de la existencia de
las islas, según afirmó: “nunca descubiertas anteriormente” – lógicamente, por
los ingleses, ubicadas a “cincuenta leguas del Estrecho”.
El pirata
Richard Hawkins también aseguró haberlas visto; pero ambas aseveraciones no
incidieron, por imprecisas, como para que la cartografía inglesa registrara la
existencia de las Islas Malvinas. No obstante, los posteriores reclamos
británicos acerca de sus supuestos derechos soberanos sobre las islas se
apoyaban en las referencias de Davis y Hawkins.
El holandés
Sebald de Weert – capitán de la Geelof, nave que integró la
expedición de Jacobo Mahu – cuando regresaba a su país, en 1600, avistó las
Malvinas y recorrió parte de sus costas, situándolas correctamente, lo que
indujo a algunos cartógrafos a denominarlas islas Sebaldines.
Casi un
siglo después, el contrabandista inglés John Strong, arrasado por una tempestad,
arribó a las Malvinas con su barco Welfare y navegó el canal
que las separa, denominándolo Falkland Sound, en honor a quien financió su
viaje, lord Falkland. Efectuó algunas exploraciones y apuntó que en las islas
no existían nativos y tampoco árboles; fue a raíz de este viaje que la
cartografía británica las denominó Falkland.
La
historia de los franceses en las Malvinas
“Malvinas:
nuestro legado francés”, es el libro de la autora Gisela Martínez Casado, quien
ha realizado personalmente una investigación sobre la presencia francesa en las
Islas Malvinas.
El nombre Malvinas, con el que las islas fueron bautizadas en español, es de origen francés y se remonta a la llegada de los franceses a las islas, en 1764. El nombre proviene de la ciudad de Saint-Malo (Bretaña - Francia), cuyos habitantes son los “malouins” o “malouines”.
Paul
François Groussac, francés radicado en la República Argentina, publicó en 1910
una obra titulada “Les Iles Malouines: nouvel exposé d’un vieux litige, avec
une carte de l’archipel” (“Las Islas Malvinas: nueva exposición de una vieja
disputa, con un mapa del archipiélago”).
La
expedición de Luis Antonio Bouganville
En cuanto a
la ocupación, hay documentos que establecen que fueron los franceses los
primeros en enviar una expedición con el fin de construir un asentamiento
permanente. El propósito de controlar el acceso al Pacífico, evidenciado por
las potencias europeas, se materializa con un emplazamiento francés, en 1764.
«Luis
Antonio de Bougainville, nacido en París en 1729, diplomático y marino
destacado, logró convencer al Duque de Choiseul, Ministro de Guerra y Marina de
Luis XV, para realizar la colonización de las Malvinas.», tal como consta en el
libro “Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, ante el conflicto con Gran Bretaña”
de Laurio Destéfani.
Esta
expedición, integrada por la fragata «L’Aigle» y la corbeta «Le Sphinx», zarpó
del puerto de Saint-Malo, al norte de Francia, el 8 de septiembre de 1763 y
arribó a las Malvinas el 31 de enero del año siguiente.
La
expedición colonizadora de Bouganville denominó a la bahía donde desembarcaron
como Baye Accaron y allí se asentaron en lo que denominaron Port Saint Louis,
en honor a su monarca. Los ingleses llamaron posteriormente a esa misma bahía
Berkeley Sound y los españoles Bahía de la Anunciación.
A comienzos
de marzo construyeron un fuerte y otras edificaciones que constituyeron los
asentamientos de la población francesa inaugurada el 5 de abril, donde
habitaron 29 colonos.
Casi un año
más tarde de la ocupación y fundación francesa, el 15 de enero de 1765, una
expedición constituida por los navíos «Dolphin», «Tamar» y «Florida»,
provenientes de Inglaterra al mando del Comodoro de Marina John Byron,
desembarcaron en la isla Malvina occidental, denominando a su lugar de desembarco
como Port Edgmont, en honor al Primer Lord del Almirantazgo y Segundo Conde de
Edgmont, tomando posesión bajo el nombre de Falkland Islands, al margen de la
presencia que les antecedía de los franceses en la isla vecina.
Posteriormente,
el Reino de España reclamó ante Francia por la ocupación de las «Iles
Malouines”. Su nombre se encuentra relacionado a los marinos, exploradores y
comerciantes del puerto francés de Saint-Malo, que ya desde fines del siglo
XVII zarpaban de allí para llevar a cabo expediciones de comercio,
descubrimiento y colonización, en la zona que abarcaba desde el Cabo San
Antonio (en la actual provincia de Río Negro) hacia el oeste, los Estrechos de
Magallanes y Le Maire, y las islas del Pacífico no ocupadas por otra potencia
europea.
Luis XV
reconoció en los foros internacionales el derecho español y las islas fueron
devueltas, aunque se solicitó una indemnización para Bougainville, quien había
solventado con fondos propios la construcción de sus dos buques y gran parte de
las tres expediciones.
En la
concepción política de Francia de la época, era preferible que las islas
Malouines fueran reconocidas a la soberanía de España, y no que los ingleses
establecieran una colonia en esas latitudes y lograran el dominio o proyección,
desde allí, a otras tierras del Pacífico y del Índico. España asumió el control
de Saint Louis y lo luego lo llamó Puerto Soledad.
Por Real
Cédula del 4 de octubre de 1766, Puerto Soledad pasó a depender de la Capitanía
General de Buenos Aires, designándose como Gobernador a Felipe Ruiz Puente. Los
franceses legaron una gran cantidad de documentos fundacionales y mapas muy
detallados que describen las «Iles Malouines», la mayoría de ellos
pertenecientes al siglo XVIII.
En el Museo
Mitre –ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires– y gracias al accionar del
Gobernador argentino de las Malvinas Luis Vernet, se encuentra la placa
original colocada en el mástil principal de la fortaleza de Saint Louis, con
los nombres de los fundadores y otras ilustraciones, testimonio indiscutible de
la temprana colonización francesa, anterior a la invasión inglesa.
Bougainville
continuó con su vida aventurera, dio la vuelta al mundo, reclamó la isla de
Tahití para Francia. Las experiencias de esta circunvalación las volcó en un
libro donde describe las maravillas que vio, incluido el “paraíso polinesio”.
Participó en la guerra de independencia norteamericana. Fue arrestado en
tiempos de terror y estuvo a pocas horas de subir al cadalso. Napoleón lo
nombró senador y fue encargado de juzgar el desempeño de sus colegas después de
la derrota en Trafalgar. Murió en 1811. Su corazón está enterrado en
Montmartre, mientras que su cuerpo descansa en el Panteón de París entre las
glorias de Francia.
8 may 2024
El martirio de Allen Gardiner
“Es nuestro deseo, pues, que este trabajo sirva para dar a conocer una página olvidada de nuestra historia, para honrar la memoria de los mártires y los pioneers que se sacrificaron por nuestro Sur, por ir "hasta lo último de la tierra"', para inspirar especialmente en la juventud el deseo de ser más fieles y consagrados a Cristo y para colaborar en el engrandecimiento del Reino de Dios, a quien queremos que sea dada así toda la honra y la gloria”
“Hasta lo
último de la tierra”, Arnoldo Canclini.
Marcada por
la tragedia, la actividad misionera en Tierra del Fuego fue un proceso lento y
arduo. A pesar de las adversidades, los misioneros anglicanos intentaron una y
otra vez llevar la palabra de Dios hasta “lo último de la Tierra”. En esta
batalla condenada al fracaso, los misioneros dieron todo de sí, arriesgando
muchas veces hasta sus propias vidas. Esta es la historia del martirio de Allen
Gardiner, el mártir de Tierra del Fuego.
Sus biógrafos y apologistas advierten que el mar, la exploración y la aventura llenaron los ensueños de su niñez. En 1808, Gardiner se incorpora al Royal Naval College de Portsmouth, del cual egresa dos años después convertido en flamante guardiamarina.
La Sociedad Misionera de la Patagonia
Pocos años
después del viaje de FitzRoy, Allen F. Gardiner, capitán retirado de la marina
británica y hombre de fe, creaba en Londres la Patagonian Missionary Society, misión anglicana cuyo nombre se
cambiaría más tarde por el que lleva hasta la actualidad: Sociedad Misionera de
Sud América. Su propósito: rescatar a los salvajes del fin del mundo de las
tinieblas y llevarlos hacia la luz de la religión.
Un valor
personal temerario y una inquebrantable fe guiaban a Gardiner. Poco sabía, es
cierto, sobre el peligro de navegar por estas aguas, menos aún de cómo se
entablaría la relación con los "nómades del mar". Lo concreto fue que
ese primer intento de contacto misionero terminó de manera trágica: el
territorio, atrincherado en su soledad de siglos pareció defenderse
encarnizadamente de la intrusión, provocando uno de los naufragios más
dramáticos que registra la historia de Tierra del Fuego.
Para la
mayoría de los europeos que llegaron a Tierra del Fuego, los yámanas o yaganes,
se trataba de un grupo primitivo y desgraciado de salvajes, ateos sin ley que
vivían en condiciones inhumanas. Como diría Charles Darwin, eran “los seres más
abyectos y desdichados que he visto en parte alguna”, según esta narrativa, no
merecían tener historia. La opinión de Darwin en relación con los indios
fueguinos debe entenderse en el marco del lenguaje religioso y de la Revolución
Industrial que reafirmaba la superioridad de los valores morales protestantes
ante culturas primitivas.
Se los ha
llamado también "indios de canoa" y es una buena denominación porque
habían hecho de sus embarcaciones su principal sistema de vida. En ellas
recorrían los canales, deteniéndose en algún punto donde levantaban sus chozas
y pasaban un tiempo cazando guanacos y comiendo mejillones. No usaban vestido
alguno a pesar del frío y de la nieve. A
veces se echaban sobre las espaldas un cuero de guanaco o lobo marino que
habían cazado y devorado poco antes. Ningún investigador ha logrado averiguar
sus ideas religiosas y es lógico suponer que fueran muy rudimentarias. Los
onas, por el contrario, tenían gran número de relatos mitológicos y leyendas.
Allen
Gardiner continuó desde Inglaterra sus esfuerzos para establecer una misión en
la Patagonia, creyendo que podría contar con la ayuda de la Sociedad Misionera
de la Patagonia, recientemente fundada, pero que al fin no logró. Viajó por
Escocia e Inglaterra dando a conocer sus planes y buscando la manera de
recolectar fondos; pero la limitación de los ingresos le hizo reducir sus
planes y contentarse con la organización de una expedición misionera compuesta
sólo de cuatro marineros y un carpintero naval; con un navío cubierto, un
ballenero; dos tiendas o carpas indias y provisiones para seis meses. Este plan
fue aprobado y luego de los preparativos necesarios, el 7 de enero de 1848
salieron desde Cardiff rumbo a la Isla de los Estados, donde habían resuelto
establecer la base de sus futuras operaciones evangelizadoras.
El viaje a Tierra del Fuego
Tanto los
elementos de la naturaleza como los indios de la zona les fueron adversos y el
1 de abril del mismo año (recién el 17 de marzo habían llegado a su destino en
Tierra del Fuego), seguían viaje hacia Payta que era el puerto de destino del
“Clymene”, nave que conducía a los misioneros, aceptando así el fracaso de esa
primera expedición.
Su visión y
genio organizador le hizo ver que para que una expedición de esa clase pudiera
hacer frente a las situaciones a que se vería afrontada debería tener una base
más consistente, algo así: una misión flotante, en un bergantín de unas 120
toneladas; provisiones para un año y fácil comunicación con las colonias de las
Malvinas.
Al detenerse
en el Estrecho de Magallanes, frente a la costa fueguina, por todas partes se
veían guanacos, pero no indígenas; Gardiner resolvió ir a tierra y prender
fuego para llamar la atención. Poco después apareció un grupo de onas,
cubiertos de pieles, quienes se detuvieron a cierta distancia y encendieron una
hoguera. El misionero no quería alejarse mucho del bote y entonces echaron más
combustible y, al agrandarse las llamas hicieron señas a los nativos. Estos se
acercaron y recibieron con agrado las chucherías que les regalaron: pañuelos de
colores, espejitos, cortaplumas, etc. Gardiner les dirigió algunas frases en
castellano y unas pocas que conocía en tehuelche, pero fue en vano.
Regresó de
Tierra del Fuego ardientemente deseoso de inducir a sus paisanos a enviar otra
misión más eficientemente provista que la anterior, no considerando el viaje
recién realizado como un fracaso sino como un viaje de observación. Pero
encontró muy poco preparado el ambiente para considerar el asunto 15 desde el
mismo punto de vista suyo, aun entre sus más decididos sostenedores. Pero
seguro como estaba, con la firme convicción de que esa era la voluntad de Dios,
ejerció toda su influencia para que la obra del Señor se estableciera en
América del Sur sin que la falta de ayuda ni de sostén le hicieran renunciar a
sus propósitos.
Dos
solicitudes que presentó a la Sociedad Misionera de la Iglesia, una a la
Iglesia Moraya y otra a la Sociedad de Misiones Extranjeras de la Iglesia de
Escocia, en favor de la obra misionera en América del Sur, fueron en vano. El
dilema que se presentaba a la Sociedad Misionera de la Patagonia era: abandonar
toda esperanza de misión en Tierra del Fuego o adoptar los planes de un ardiente
y desinteresado hombre que estaba presionándole a recolectar los fondos
necesarios como el primer paso para realizar tal misión.
En el curso
de sus viajes como conferencista, el Capitán Gardiner llegó a entablar relación
con el Rev. G. P. Despard, de Redlands, Bristol, hombre de coraje, energía y
mucha piedad. Una sincera amistad nació entre estos dos hombres, cuyo valor
pronto pudo Gardiner apreciar. Cuando las dificultades rodeaban a la naciente
sociedad, pues el dinero para la proyectada misión venía muy lentamente, fue
este nuevo amigo quien puso todo su empeño por el éxito de la empresa.
Como parecía
imposible obtener todo el dinero necesario para tan original plan, el capitán
Gardiner lo modificó tratando de combinar la suficiente seguridad con el menor
gasto. Propuso que en cambio de un bergantín se compraran dos lanchas de 8
metros de largo por 2,60 de ancho, en las cuales podrían colocarse las
provisiones para seis meses, y dos pequeños botes para que sirvieran como
muelles entre ellas. Creyendo que las lanchas de esas medidas serían seguras
para navegar en los intrincados canales del estrecho, habló al Comité y fue
oído deferentemente dada su experiencia. Sabían que Gardiner era muy confiado,
pero sabían también que no era capaz de llevar a sus compañeros a un lugar de
peligro.
Las lanchas
propuestas para la misión debían ser de la mejor calidad, de buenas medidas y
provistas con cubiertas, y para tripularlas propuso obtener la colaboración de
experimentados pescadores de Cornwall, acostumbrados a navegar en el mar de
Irlanda.
Otra vez,
con paciente tenacidad, este hombre incansable viajó por Inglaterra y Escocia
para recaudar los fondos necesarios; pero obtuvo pocos resultados, hasta que
una señora, estando segura de que necesitaba el dinero para la empresa, le dio
setecientas libras esterlinas de una vez y después trescientas más, con lo que
la obra pudo ser inmediatamente iniciada.
El pequeño
grupo se embarcó en el puerto de Liverpool, el 7 de septiembre de 1850 en el
"Ocean Queen", rumbo a Tierra del Fuego. El 18 de diciembre la nave
que los condujo a la isla de Picton los dejó y la expedición quedó bajo la
protección de Dios y la prometida ayuda de sus hermanos de Inglaterra.
La primera
visión de la Tierra del Fuego no parece resultarle atractiva a los catequistas.
En el diario del doctor Williams se lee: “Es una tierra de tinieblas, un
escenario de salvaje desolación; ambos, paraje y clima, concuerdan en carácter:
¡el uno es hosco y desolado, el otro tempestuosamente negro”.
Allen
Gardiner y sus compañeros se habían hecho a la mar en dos pequeños barcos,
el Speedwell y la Pioneer. En diciembre de 1850,
llegaban a destino. Desembarcaron los suministros en la isla Picton, en la boca
oriental del canal Beagle, y luego cantaron himnos de agradecimiento que deben
haber sonado extraños en la profunda soledad de esa isla. Casi de inmediato,
observaron columnas de humo que se elevaban de las islas cercanas. Entre
regocijado y expectante, Gardiner veía avanzar las canoas de los yámanas que
pronto desembarcaron y se les acercaban por la playa.
El misionero
quiso ir a su encuentro, pero los indígenas se mostraron desconfiados y
hostiles. Gardiner y los suyos tuvieron que emplear cierta violencia para
rechazar a los que se tomaban demasiada confianza con los víveres y los
suministros. Los ingleses consideraron su inferioridad numérica y Gardiner
ordenó el reembarco con todo lo que se pudieran llevar a bordo. Dejaron, cerca
de la costa, una inscripción en una roca indicando a posibles navegantes el rumbo
que se proponían tomar. Los yámanas no parecían impresionados ni por los barcos
ni por las armas de fuego, y los persiguieron por los canales sin permitirles
desembarcar. Gardiner se vio huyendo de aquellos a quienes había venido a
salvar.
Una noche,
comenzó un vendaval. Las famosas "tempestades del Hornos" descriptas
por innumerables capitanes en sus bitácoras. En medio de la oscuridad y el
rugir del temporal, los dos barcos buscaron refugio en Bahía Aguirre. Gardiner
pensó que hasta allí, tan lejos del canal y en, mar abierto, los indígenas no
se aventurarían en sus canoas. Cuando el tiempo pareció serenarse, maniobraron
para echar el ancla. Lo que no supo y los nativos sí sabían, fue que bajo las
aguas aparentemente tranquilas donde habían anclado, el fondo marino pasaba
abruptamente de los cien metros a un abismo oceánico de cuatro mil metros de
profundidad.
Los
movimientos de semejante masa de agua producían olas monstruosas. Así sucedió:
al desatarse nuevamente la tempestad, el pequeño Pioneer fue
elevado por una ola gigantesca que lo arrojó ferozmente contra las rocas
convirtiéndolo en astillas. Sólo quedaba el Speedwell.
Con heroicidad resistieron, pero Allen Gardiner y los suyos fueron vencidos por
otro enemigo contra el que no pudieron luchar: el terrible invierno del Cabo de
Hornos.
Refugiados
en una caverna de la costa, rodeados por los eternos fuegos, esperando un
rescate que sólo llegó meses después de su muerte, el capitán y los suyos
perecieron de inanición en las sombrías costas fueguinas. El trágico fin de
estos primeros misioneros lo conocemos por el diario que llevó Allen Gardiner
hasta su último aliento.
Cuatro meses
después de haber llegado a esas comarcas, comenzó el calvario de estos hombres.
Ni una vez en todo ese tiempo, ni en los meses siguientes hasta que se produjo
el triste final, vieron a otros hombres blancos y las esperanzas puestas en que
sus hermanos de raza y fe les proporcionaran un poco de comida, de medicinas y
de estímulos fueron siempre en vano. Las provisiones empezaron a escasear.
Tenían alimentos para una época determinada de tiempo y esperaban poder
aumentar la despensa con los productos de la caza y de la pesca. Pero por largo
tiempo no pudieron cazar ni pescar.
Necesitando
carne fresca, especialmente para dar a los enfermos, en cierta oportunidad
armaron una trampa y con ella dieron caza a un zorro. Ese fue el único alimento
que tuvieron en esos días. A medida que pasaba el tiempo la situación se hacía
cada vez más desesperante. El 12 de junio, uno de los misioneros escribe en su
diario esta triste reflexión: "Hemos estado mucho tiempo sin alimentación
animal de ninguna clase. Nuestra dieta consiste en avena molida y polenta de
arroz de vez en cuando, pero aun de esto tenemos sólo lo necesario para
terminar este mes o un período muy corto después de éste".
Como si todo
esto no fuera bastante, hay que agregar las dificultades ocasionadas por el
tiempo: "el tiempo es muy severo, con una caída copiosa de nieve...",
escribió Mr. Williams el 12 de junio.
A fines de
marzo, a pesar de estar confiados en la providencia de Dios deciden hacer un
esfuerzo para conseguir socorro, dada la angustiosa situación en que se
encuentran: En una roca pintan un letrero con esta inscripción: "GONE TO
SPANIARD HARBOUR" (Hemos ido a Puerto Español).
Y en la base
de la roca entierran tres botellas con notas adentro notificando donde se
hallan. Los mensajes encerrados en las botellas decían así: "Hemos ido a
Spaniard Harbour, que queda en la isla principal, no lejos del Cabo Dinnaird.
Tenemos enfermos a bordo; nuestras provisiones están por terminarse; si no nos
relevan pronto nos moriremos de hambre. No intentamos ir a la isla de los
Estados, pero permaneceremos en una bahía del lado oeste de Spaniard Harbour
hasta que algún vapor nos venga a socorrer.
El mes de
abril pasó en medio de esa situación angustiosa, agravada además por las
enfermedades que inician sus estragos. Sin embargo, el grupo siempre siente
gratitud hacia Dios por sus misericordias y sus bondades. Como una
corroboración podemos citar lo que el capitán Gardiner anotaba en su diario el
día 8 de mayo: "Aunque camine en medio de desgracias, tú me alentarás. Mis
ojos miran a ti, oh, Jehová. Señor, en ti he confiado, no desampares mi
alma" (Salmo 138:7; 141:8).
En la misma forma, cual si cada día fuera de veinticuatro interminables horas, pasan los meses de mayo y junio. En medio de esas tremendas pruebas se sienten llenos de gozo, de fe y de confianza en Dios. Pero eso no impide que el 14 de julio sea escrita esta anotación en 22 el diario del capitán: "Mr. Williams y Badcock están muy débiles; la enfermedad ha adelantado mucho".
La partida
va disminuyendo. Ese 28 de junio, Badcock muere. Estaba con Mr. Williams en uno
de los botes y momentos antes de morir le llamó pidiéndole que le ayudase a
entonar el himno: Levanta, alma mía,
levanta, echa fuera tus temores…
Seis semanas
después murió Erwing, el carpintero de la expedición (el 25 de agosto); el 27
partió a la eternidad John Bryant, y el 2 de septiembre John Pearce. El 27 de
agosto, Allen Gardiner, sintiendo próximo su fin, escribe a su hijo una carta
de despedida; el 28 escribe otra carta dirigida a su hija, y el 29 una a su
esposa. En la segunda escribe: “Confío en que la pobre ‘Fueguía’ y América del
Sur no serán abandonadas. La semilla misionera ha sido sembrada aquí y el
mensaje divino debe seguir”.
La muerte se
cernía sobre ese campamento de héroes, pero en ningún momento la fe desapareció
de sus corazones. Gardiner el 3 de septiembre escribe: “No puedo dejar el lugar
donde estoy... no he probado nada desde ayer... Alabado sea nuestro Padre
celestial por las muchas bendiciones que he gozado; una cama confortable,
ningún dolor, sin sentir hambre, aunque excesivamente débil”.
El miércoles
4 de septiembre hace otra anotación en su diario que termina así: “Cuantas
bendiciones estoy recibiendo de mi Padre Celestial. ¡Bendito sea su santo
nombre!” El día 5 escribe un testimonio que es digno de transcribir: “Grande y
maravilloso es el amor de mi bondadoso Dios para conmigo. Me ha preservado
hasta ahora y desde hace cuatro días, aunque sin comida corporal, sin ninguna
sensación de hambre y sed”.
Hay una hoja,
encontrada en el campamento, rota y descolorida por la acción del tiempo, pero
en su mayor parte legible, que lleva fecha del 6 de septiembre. Fue, sin duda
la última nota que redactara el valiente Gardiner. Es una carta dirigida a Mr.
Williams y está concebida en los siguientes términos:
“Muy querido
Mr. Williams: El Señor ha visto a bien llamar al hogar celestial a otro de
nuestra pequeña compañía. Nuestro querido hermano que se ha ido, dejó el bote
el martes al mediodía y desde entonces no volvió; indudablemente está en la
presencia de su Redentor a quien él sirvió tan fielmente. Todavía un poquito
más y por la gracia, quizá podremos reunirnos en esa santificada reunión para
cantar alabanzas a Cristo, eternamente. No tengo hambre ni sed, aunque hace cinco
días que estoy sin comida. ¡Qué amor maravilloso hacia mí, un pecador!
Afectuosamente, su hermano en Cristo, Allen F. Gardiner. Septiembre 6 de 1851”.
El hallazgo de los misioneros
En octubre
de 1851, el pailbote John E. Davison,
entra en la bahía Banner. Este velero ha sido fletado en Montevideo por el
señor Lafone, representante allí de la misión anglicana, para surtir
abastecimiento a los misioneros de la expedición de Gardiner. Según noticias
que le son suministradas al patrón, el lobero norteamericano W.H. Smiley, éstos
deben de hallarse instalados en algunas de las islas situadas al sur de la
Tierra del Fuego. No bien fondeados en aquella abrigada caleta de la isla
Picton, los marinos distinguen claramente, enclavado sobre una roca cercana a
la playa, un trozo de madera cruzado por una cruz con el pedido de ayuda de los
misioneros.
Al día
siguiente del encuentro de este angustioso aviso, el John E. Davison zarpa para el destino señalado; tienen que surtir
durante la travesía del canal una fuerte sudestada, a pesar de lo cual logran
finalmente introducirse en la bahía Aguirre. Allí, al enfrentar Puerto Español
– ensenada abierta en el rincón noroeste de la referida bahía –, los marinos
alcanzan a ver en la orilla los topos de los mástiles de una embarcación, que
se ven unidos por una rastra al parecer de banderas, pero que, luego de una más
detenida observación, resulta ser ropa tenida. La primera visión es, así,
doméstica y por tanto tranquilizadora.
Pero no bien
se acercan en dos botes a la playa, les espera un espectáculo dramático en
extremo: al lado de una gran lancha de hierro embancada en la desembocadura de
un riacho yace el cadáver de uno de los misioneros, horrorosamente mutilado por
los picotazos de las aves marinas, en quien reconocen a Pearce. Dentro de la
embarcación está otro cadáver: es el del doctor Williams. Un tercero, que
resulta ser el de Badcock, se distingue, semienterrado por las arenas, en la
parte más alta de la playa.
Al otro día,
los tripulantes del John E. Davison cumplen con el humanitario deber de dar
sepultura a esos restos mortales. La ceremonia es tristísima. Pero no les sobra
tiempo para acongojarse. En el mismo instante del entierro se levanta un
imprevisto y vertiginoso temporal.
“Es cierto
que los protestantes, aunque hermanos nuestros en el amor común a Cristo,
pertenecen a una rama familiar que se ha distanciado. Pero no puede dudarse la
honestidad intelectual de los misioneros de mi historia, ni de la profunda fe y
el raro espíritu de su sacrificio que caracterizaron su labor. De ahí que
merezcan todo mi respeto”. Armando Braun Menéndez.
Referencias
“Hasta lo último de la tierra”,
Arnoldo Canclini.
“Pequeña historia fueguina”, Armando
Braun Menéndez.
Sitio web Histarmar
5 may 2024
Fuerte de Niebla
En el sur de Chile, en la Región de los Ríos, se encuentra la pequeña localidad de Niebla, ubicada a 17 kilómetros de la ciudad de Valdivia. Es uno de los balnearios más visitados de la región. Un lugar sorprendente por sus paisajes, historias y tradiciones, donde cada año se realiza una de las ferias costumbristas y gastronómicas más grandes de Chile.
El origen de Niebla se remonta a la época de la Conquista, cuando España decidió levantar numerosas fortalezas en la zona para hacer frente a la amenaza de las comunidades indígenas y el acecho de piratas ingleses, franceses y holandeses.
En Niebla
sentimos la naturaleza. El sonido del mar, el efecto del choque de las olas
contra la costa, la espuma de sus crestas, el aire marino, el vaivén del oleaje
y las brisas suaves. Ocasionalmente, se produce el fenómeno natural, la
acumulación densa de partículas de agua en la atmósfera, produciendo una bruma,
popularmente se dice que de allí proviene el nombre de la localidad.
Sin embargo,
según los historiadores valdivianos y archivos del Museo de Niebla, la
localidad costera no debe su nombre por la neblina, sino por el encomendero
español Francisco de Niebla que habría llegado a Chile junto a la comitiva del
gobernador García Hurtado de Mendoza en 1557. Poco se sabe de este encomendero,
pero según la recopilación histórica del padre Gabriel Guarda, Francisco de
Niebla figura en 1565 como tesorero de la Real Caja de Hacienda de Valdivia.
El Castillo
de Niebla – también conocido como el “Fuerte de Niebla” es una fortificación
española, construida en 1671, ubicada en el sector de Santa Helena. La Corona
Española percibió tempranamente el carácter estratégico de la región austral de
Chile, que a través del Estrecho de Magallanes y del Cabo de Hornos era punto
intermedio para la navegación desde Europa a la costa americana del Pacífico.
Las
fortificaciones españolas se dividían en tres categorías: el primer rango lo
ocupan los castillos, el segundo los fuertes y el tercero las baterías; de las
229 fortalezas construidas en Chile durante el período, sólo diez fueron
castillos, la mitad de ellos –Mancera, Corral, Niebla, Amargos y Cruces–
estuvieron en Valdivia. La construcción de las fortalezas demandaba mucha mano
de obra, y como no se utilizaban a los indios con estos fines, se recurre a los
condenados por la justicia, quienes, al purgar sus delitos, prestan un servicio
útil a la nación.
La
construcción de fortificaciones se convirtió en una de las principales
prioridades por la amenaza constante que suponían para los españoles tanto los
ataques de los indígenas como el acecho de naves francesas, inglesas y
holandesas que amenazaban la posición española.
El Fuerte de
Niebla es uno de los vestigios que sobrevive de la presencia española en la
región. Llamado Castillo de la Pura y Limpia Concepción de Monforte de Lemos en
Niebla, fue construido luego de que en 1645 el Virrey del Perú y Marqués de
Mancera, Pedro de Toledo y Leiva, enviara a un contingente de 900 hombres
comandados por su propio hijo a refundar y fortificar la ciudad, destruida por
los indígenas en 1599 y casi tomada por la expedición holandesa de Hendrick
Brouwer y Elías Herckmans en 1643, cuando se aliaron con los indígenas de la
zona.
Durante su
edificación se utilizaron materias primas locales y otras importadas, entre
ellas, cancagua, piedra laja, greda, madera de alerce, paja ratonera y piedra
pizarra, así como cal y ladrillo. En particular, su batería y su foso, labrados
en roca cancagua hicieron del Castillo de Niebla uno único en su tipo. Sólo
luego de un paulatino repoblamiento español fue refundada la ciudad en su sitio
original en 1647.
El Fuerte de
Niebla fue declarado Monumento Histórico en el año 1950, ampliándose su zona de
protección en 1991. Durante el año 1992, la Dirección de Archivos y Museos, con
el apoyo del gobierno español, edificó un edificio administrativo, reconstruyó
la Casa del Castellano, las cureñas y merlones de la batería; y realizó la
primera excavación científica en el sitio. En la actualidad el lugar funciona
como el Museo de Sitio Castillo de Niebla, reabierto al público luego de que se
realizaran en el Castillo y su entorno importantes restauraciones y
remodelaciones, concluidas durante el año 2015.
4 may 2024
Historias de Camarones
Es verano cuando emprendo mi travesía por la estepa patagónica. Sobre la ruta caliente, la tierra parece inmóvil, paralizada. La luz de la tarde es enorme y serena. Finalmente, luego de recorrer 252 kilómetros desde la ciudad de Trelew, llegamos a nuestro destino: Camarones, un pequeño pueblo en la costa atlántica en la provincia de Chubut. El pueblo se revela ante nuestros ojos: la aridez de la estepa patagónica, el rojo de sus formaciones rocosas y el azul del mar.
Camarones se
encuentra a 1680 kilómetros de Buenos Aires. Cuenta con 1500 habitantes y su
actividad principal es la pesca. Debe su nombre a que antiguamente en la bahía
se encontraba una especie distintiva de camarones. La localidad fue fundada en
1900 y recién en 1958 adquirió el carácter de municipalidad.
A principios
del siglo XX, era apenas un páramo. Si bien hoy en día no pasa de ser un
pueblo, en aquellos tiempos lo era todavía menos, sin embargo, gracias a su
puerto, que despachaba lana al mundo entero, había adquirido importancia en la
región.
Antiguamente
alrededor de 1890, los españoles utilizaban la bahía de Camarones para efectuar
las cargas y descargas de frutos e insumos. Camarones también fue la localidad
donde el presidente Juan Domingo Perón pasó su infancia, donde actualmente se
lo recuerda en el Museo Perón. Camarones también es reconocido por tener
la “lana camarones”, la cual se destaca por su calidad y se comercializa en
todo el mundo. Fue allí por 1909 se creó la primera sociedad rural de la
Patagonia.
En octubre
de 1900, una ordenanza le dio su partida de nacimiento oficial, y en los años
siguientes llegaron los primeros servicios y la escuela. Sin embargo, pese al
paso de todo un siglo, Camarones no abandonó del todo su condición de pueblo de
pioneros: se ve en sus construcciones históricas, pero también en el espíritu
de sus pobladores, que llegaron en busca de nuevas oportunidades.
La presencia de España
El 21 de
mayo de 1534, El Rey de España Carlos V otorga las gobernaciones de Nueva
Toledo, a Diego de Almagro; de Nueva Andalucía a Pedro de Mendoza y de Nueva
León a Simón de Alcazaba y Sotomayor, en tanto pocos días antes lo había hecho
con Francisco Pizarro, a quien había otorgado la gobernación de Nueva Castilla.
Camarones
fue la primera fundación española en territorio argentino. En 1535, Simón de
Alcazaba y Sotomayor llegó a Caleta Hornos, en el Cabo Dos Bahías, al sur del
actual pueblo: había sido enviado por la corona española para explorar las
costas de la Patagonia y sentó las bases ese año, uno antes de la primera
fundación de Buenos Aires por Pedro de Mendoza, de un esbozo de ciudad que
bautizó “Nueva León”.
Simón de
Alcazaba y Sotomayor había nacido en Portugal en 1470 y tras recibir el
nombramiento se trasladó a Sevilla para organizar su nueva escuadra, que iba a
estar compuesta por dos naves denominadas “Madre de Dios” y “San Pedro”, la
primera a su mando y la segunda capitaneada por Rodrigo Martínez.
Los recursos
eran insuficientes para el explorador y los barcos utilizados tenían un estado
regular, por lo que tras partir de España debió hacer una escala en las Islas
Canarias para reparar los navíos. La expedición contaba con unos 250 hombres y
a principios de 1535 alcanzaron el estrecho de Magallanes con la idea de cruzar
al Pacífico, pero la navegación se complicó por el clima, de modo que
decidieron retomar hacia el norte bordeando la costa patagónica.
El 9 de
marzo de 1535, Alcazaba funda en la Caleta Hornos, de la Bahía Gil, 29
kilómetros al sur de la actual localidad de Camarones, el "Puerto de los
Leones" y establece las bases de la provincia de Nueva León, un territorio
que de acuerdo a los registros que llegan a nuestros días ocuparía toda la
franja continental ubicada entre los 36º y los 48º de latitud sur, limitando al
este con el Océano Atlántico y al oeste con el Pacífico.
“Durante
diez días estuvieron levantando un poblado, con una pequeña iglesia donde todos
los días se rezaba misa. El 9 de marzo de 1535, el adelantado hizo formar a la
tropa, junto a los pobladores, se bendijeron las banderas y leyendo las
disposiciones reales, hizo jurar fidelidad a todos al rey y a él como
gobernador. Quedó por lo tanto fundada la provincia de Nueva León y se inició
inmediatamente una caravana hacia el interior”, señala un relato del desembarco
español en las actuales costas chubutenses.
La
referencia forma parte de la Hoja Histórica N° 2 del Instituto Argentino de
Cultura Hispánica del Chubut, dedicada plenamente a esta significativa fecha
donde se reseñan sucesos históricos desde la salida de la expedición de España
de la flota al mando de Simón de Alcazaba hasta su desembarco a 28 kilómetros
al sur de Camarones, el acto fundacional, la marcha hacia el interior del
territorio y el regreso a España.
Se
construyeron algunas chozas y una capilla, que no prosperaron: apenas los
buques se fueron para terminar con su misión de exploración, el poblado empezó
a desaparecer. Camarones hizo, a la medida de sus medios, una plaza en su
costanera para recordar este episodio. Se dibujaron las siluetas de España y
Chubut en la plaza, y se levantó un torreón con reminiscencias mozárabes que da
lugar a simpáticas fotos, con el azul límpido del mar y el ocre de los barcos
de pesca como fondo.
El torreón de los españoles
Lo primero
que nos llama la atención al llegar a Camarones es el Torreón de los Españoles, que se erige a escasos
metros de la costa con las embarcaciones del puerto como trasfondo, que
resplandecen bajo el sol sobre un mar azul intenso. Fue creado en conmemoración
de la fundación de la Provincia de Nueva León en 1535, tras el desembarco de
Simón de Alcazaba, y junto con el monumento al
Salmón es uno de los íconos del lugar.
La historia del Villarino
A lo largo
de la amplia costa argentina, que abarca 4.725 kilómetros desde la provincia de
Buenos Aires hasta la austral Tierra del Fuego, han ocurrido muchos naufragios,
especialmente en las costas de la Patagonia, donde el Atlántico Sur es conocido
por sus tormentosas aguas y fuertes tempestades.
Una de las
historias más interesantes y uno de los naufragios históricos más conocidos de
Argentina es el del vapor “Villarino”, el barco que en su viaje inaugural trajo
desde Francia a la Argentina los restos del general José de San Martín. El nombre del vapor
es en honor a Basilio Villarino, piloto de la Real Armada Española, un
histórico explorador de la Patagonia. En 1899, el legendario vapor naufragó en
Bahía Camarones, en la provincia de Chubut. Desde aquel entonces, muchos de los
restos del barco permanecen en las heladas aguas del Océano Atlántico.
El Villarino
fue construido en los astilleros de Cammell en Inglaterra, a pedido del
Ministerio de Guerra y Marina, entonces a cargo de Julio Argentino Roca,
durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. Fue un buque de guerra de la Armada
Argentina, el primero de la armada con mandos y tripulación argentina en
navegar desde Europa. Sus bodegas podían transportar hasta 500 hombres.
Impulsado por una máquina de 800 HP, su velocidad crucero era de 11 nudos, la
cual era bastante veloz para la época, así como también estaba provisto de 2
cañones Armstrong y 2 cañones Hotchkiss.
En 1880 el
barco partió hacia el puerto de Bassin du Roi, el Havre, France, donde al mando
de Ceferino Ramírez, el vapor recibió los restos mortales del general José de
San Martín, los cuales fueron transportados hasta Buenos Aires. Desde aquel
histórico evento, el Villarino continuó haciendo numerosos viajes, todos a la
Patagonia, ya que era un barco de exploración en aquellas latitudes del sur de
Argentina.
El destino final del Villarino llegó en uno de
aquellos viajes, cuando el 16 de marzo de 1889 en su travesía 101 a la
Patagonia, encalló en los bancos de arena de las islas Blancas, en Bahía
Camarones. Según las crónicas históricas, a pesar de quedar totalmente destruido,
el accidente no causó víctimas fatales, debido a la ayuda y rescate del crucero
9 de Julio.
En 1970, un
grupo de buzos pertenecientes a la “Hermandad del Escrófalo”, realizó una
inmersión en el marco del “Operativo Camarones”, logrando rescatar objetos del
mítico vapor, los cuales se convirtieron en patrimonio en diversos museos del
país. Al visitar la ciudad de Puerto Madryn en Chubut, podemos ver uno de
ellos: la hélice y parte del casco del barco. La hélice y parte del casco del
barco es la que se puede ver en la ciudad de Puerto Madryn.
Durante la
filmación de un documental para el programa “Historias de la Argentina secreta”
en 1986, se lograron rescatar más piezas, las cuales fueron donadas al
Instituto Nacional Sanmartiniano, así como también a la Armada Argentina. La
Comisión Nacional de Monumentos y de Bienes Históricos aprobó en 2017 la
inclusión de los restos del Villarino como “Bien de Interés Histórico
Nacional”.
Circuito Histórico
En Camarones
existen varios lugares que revisten gran significancia histórica, cultural y
arquitectónica. Es recomendable hacer un recorrido a pie, para ir conociendo y
tomando fotografías a las antiguas edificaciones con paredes de madera y techos
de chapa, que datan de fines del siglo XIX y de la década del 40´ y 50´, entre
los que se encuentra Casa Rabal, una casa de ramos generales, museos, el Viejo
Hotel. Este circuito incluye además la visita a monumentos realizados en honor
a hechos históricos como la Plazoleta Nueva León y el pintoresco Puerto
Pesquero de la ciudad.
Museo Juan
Domingo Perón
Continuamos
nuestro recorrido por el Museo de Perón. Se ubica en el mismo predio donde se
asentó la histórica vivienda. Reúne una colección de objetos que aún
permanecían en la zona, así como otras piezas únicas y elementos que fueron
aportados por familiares, militantes y amigos provenientes de diferentes puntos
del país. Entre ellas una gran cantidad de utensilios, ropa, juguetes y el
mobiliario que acompañó a la familia Perón en estas tierras sureñas. Además de
las fotografías y manuscritos de relevancia sobre la historia del movimiento
justicialista.
El museo arroja
luz sobre esta desconocida etapa en la vida del ex presidente, su infancia y
juventud, cuando su padre se instaló en Camarones como Juez de Paz en 1903.
Allí pasó Perón los primeros años de su niñez, y regresaba durante los veranos
mientras cursaba el Colegio Militar. Hay testimonios de vecinos que recuerdan a
doña Juana, y una factura de lo que Antonio Rabal, el dueño del almacén Casa Rabal
-aún en pie-, le llevó a don Mario Perón en 1917.
El museo contiene
piezas importantes y únicas del general Perón y los miembros de su familia, con
un fuerte contenido histórico, gestionadas y obtenidas por la Secretaría de
Cultura de la provincia en distintos lugares del país, a través del contacto y
la colaboración de muchos descendientes y amigos de quien fuera tres veces
presidente constitucional de Argentina.
La familia
Perón se afincó en esa localidad en 1903 con motivo de la designación del padre
del líder y fundador del justicialismo para desempeñarse como Juez de Paz. El
joven Juan Domingo fue un permanente visitante del lugar mientras realizaba sus
estudios en el Colegio Militar de la Nación.
Parque Marino Costero Patagonia
Austral
Se ubica a
unos 28 kilómetros de Camarones. Es un área protegida creada en 2007, que
funciona bajo un innovador modelo de gestión, entre el Gobierno Nacional
(Administración de Parques Nacionales) y el Gobierno de la Provincia del Chubut
(Ministerio de Turismo).
Su finalidad
es proteger el ecosistema perteneciente a la estepa patagónica y el mar
argentino a la altura del Golfo San Jorge. Abarca una superficie de 104.812
hectáreas (aproximadamente 74.000 marinas y 30.000 terrestres), desde la margen
izquierda de Caleta Carolina hasta isla Quintano, entre las localidades de
Camarones y Comodoro Rivadavia.
El área que
se protege incluye la zona marítima, incorporando numerosas islas e islotes,
entre los que se encuentran isla Leones, isla Arce, entre otros. Reconocido por
contener más de cincuenta especies de aves costeras y marinas, algunas de gran
valor por su endemismo o estado de conservación.
Área Natural Protegida Cabo Dos
Bahías
Cabo Dos
Bahías, es un Área Natural Protegida creada por la Provincia del Chubut en 1973.
Allí se concentra una importante colonia de pingüinos de Magallanes o pingüino
patagónico, que podemos avistar entre los meses de septiembre a abril. También
hay otras especies que habitan la reserva, tales como: lobos marinos de dos
pelos, guanacos, zorros grises, ñandúes entre otras especies de fauna
patagónica.
La reserva
cuenta con 160 hectáreas que actualmente se suman a la superficie protegida del
PIMCPAT, con el fin de preservar este rico ecosistema de la franja costera.
El área
puede conocerse a través de senderos peatonales autoguiados con el fin de
contemplar a los ejemplares que conforman la pingüinera, y los demás recursos
faunísticos presentes en el área. Del mismo modo existen sendas vehiculares,
donde se puede apreciar el contraste del paisaje, con los azules profundos del
mar y las formaciones rocosas en diversas tonalidades a lo largo de la costa.
Fiesta Nacional del Salmón
Camarones es
sede de la Fiesta Nacional del Salmón, que se realiza todos los años en el mes
de febrero, oportunidad en que se efectúa el concurso de pesca de altura en las
cercanías de las islas Blancas, lugar donde en el año 1899 el buque Villarino
(que trasladó los restos del Gral. San Martín desde Francia) se estrellara
contra sus rocas.
Historia,
paisajes únicos y naturaleza pura. Todo esto y mucho más representa Camarones.
Llegar hasta este remoto lugar de Chubut resulta una verdadera experiencia
patagónica.
2 may 2024
Remolcador "Enrique" de Río Gallegos
El Muelle Fiscal de Río Gallegos YCF (Yacimientos Carboníferos Fiscales) fue construido entre 1951 y 1956 para la carga en buques de carbón traído por ferrocarril desde la mina de carbón ubicada en la localidad de Río Turbio, a 300 km de Río Gallegos.
Un símbolo de la zona es el Remolcador “Enrique”. Fue
construido en 1929 en Inglaterra por Goole Shipbuilding and Repairing Co Ltd. En
la década del 60, la ex empresa Yacimientos Carboníferos Fiscales (Y.C.F.),
adquiere el barco Remolcador, para que guíe a los barcos que ingresaban a la
ría local hasta el muelle de YCF, realizando tareas de mantenimientos de estas
embarcaciones.
Estaba tripulado por 6 personas, incluyendo el
capitán de la embarcación. En el año
1994, al ser privatizado el yacimiento, pasó a ser propiedad de la empresa
concesionaria, Yacimiento Carbonífero Río Turbio S.A. Desde el año 1993 fue
varado en la “ría”, quedando abandonado en la costa. Hoy forma parte del
paisaje de la costanera de Río Gallegos.
1 may 2024
Misterios de Somuncurá
“Esos hombres parecieran hechos a la medida del paisaje y la quietud que los rodea. Da la impresión que a la larga el lugar los ha ido absorbiendo y no pueden escapar del mismo”. Jorge Castañeda
Hay lugares
en la Patagonia que despiertan la curiosidad de los viajeros, ya sea por sus
paisajes o historias, así como también por sus misterios y leyendas. Uno de
ellos se encuentra en el corazón de la Patagonia argentina, repartido entre en
las provincias de Río Negro y Chubut: la Meseta
de Somuncurá.
¿Qué
misterios esconde Somuncurá? ¿Cuáles son algunas de las leyendas de este remoto
lugar del sur argentino? ¿Por qué es considerado un lugar inhóspito? Algunas de
las preguntas que tenía en mente antes de emprender mi viaje.
La llegada a
América de los primeros pueblos procedentes de Asia habría ocurrido hace 70.000
años. Por su parte los estudios arqueológicos realizados en las cuevas de la
Patagonia meridional demuestran que ya había seres humanos en la región hace
más de 10.000 años.
La Patagonia
tiene un poblamiento inicial de una antigüedad aproximada de 13.000 años y una
colonización surgida de un proceso complejo que comienza a fines del
Pleistoceno, cuando las grandes masas de hielo empiezan a retirarse y el clima
se vuelve más favorable para la instalación humana. A partir de allí, se
suceden distintas etapas en la historia sociocultural de la Patagonia, previa a
la llegada de los europeos.
La ciencia
sostiene que hace cientos de millones de años los dinosaurios caminaron en
estas tierras del confín del mundo, hoy desoladas estepas patagónicas. Según
una leyenda, se cree también, que un grupo de navegantes europeos —los
templarios—, en tiempos anteriores a Colón, trajeron un tesoro a este lugar
para esconderlo.
Roberto
Hosne en uno de sus libros, “La sola
mención de la Patagonia alienta la idea de que hay algo diferente por conocer y
experimentar, tierra desolada, inhóspita y deslumbrante a la vez. Una
naturaleza agresiva e indomable requería ser enfrentada por gente recia y
decidida, con espíritu pionero y metas irrenunciables. Se requirió del mito y
de la utopía para enfrentar tanta adversidad”. (“Patagonia: leyenda y
realidad”).
El paisaje
es abrumador y desolador, el viento sopla fuerte y el sol es abrasador. Nos
encontramos en la Meseta de Somuncurá, donde la vista se pierde en el horizonte
infinito. En el centro de la provincia de Río Negro, los 600 kilómetros que
separan el mar de la Cordillera de los Andes, conforman un llano elevado único
en el planeta, un área inhóspita y virgen, donde vemos la naturaleza en estado
puro y nos encontramos con un paisaje eterno y enigmático, sin obstáculos.
Todo es
gigante en la Meseta de Somuncurá, la antigua tierra donde habitaron los
pueblos originarios de la Patagonia: tehuelches y mapuches. “Somuncurá”
significa en lengua mapuche "piedra
que suena o habla". El topónimo se relaciona con el sonido de las
rocas, tal vez en relación, a su vez, con el sonido del viento.
El escritor Roberto Payró, en las crónicas que escribió cuando fue a la
Patagonia como enviado del diario La Nación, daba cuenta de la cualidad
ambivalente que pesa sobre el territorio patagónico: la riqueza natural pero el
olvido estatal, el proyecto nacional pero la amenaza extranjera, la impresión
de que se tiene un diamante entre manos, pero nadie que lo sepa pulir. Cuando
zarpó del puerto de Buenos Aires en 1898, Payró formaba parte de los escritores
que entonces empezaban a producir obras en las que la Patagonia “inhóspita y
maldita” que había descripto Charles Darwin era reformulada como fuente de
riquezas naturales y como espacio por incorporar a una idea de nación y de
progreso.
El título de sus crónicas compiladas, La Australia Argentina,
habla de eso último: del país joven y pujante en el que se puede reproducir un
modelo de progreso. Los textos reunidos en La meseta patagónica del
Somuncurá y La meseta patagónica de El Cuy, compilados por
Ricardo F. Masera, confirman que a principios del siglo XXI la Patagonia sigue
padeciendo esa misma ambivalencia en la que se gesta su estancamiento. Los dos
libros describen específicamente ambas mesetas (la primera ubicada entre Chubut
y Río Negro, la segunda enteramente rionegrina), los dos realzan sus
potencialidades geológicas, económicas y culturales y, al mismo tiempo,
denuncian las inoperancias estatales que hacen de esas potencialidades pura
promesa, el eterno suspenso.
Hombres y
mujeres viven en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido hace millones
de años. Como llaman los pobladores, “la planicie”, es un lugar místico y
especial. En lugares olvidados y perdidos de la mano de Dios, las historias de
los habitantes de la Meseta de Somuncurá se entremezclan entre soledad,
desolación y abandono. Desde pequeños, los niños de la meseta aprenden a
ensillar los caballos, juntar los cueros, acarrear agua en baldes o encender el
fogón temprano en la mañana y el farol por la noche.
Alejados de
los grandes centros urbanos y olvidados por las autoridades, los habitantes de
la meseta “hacen patria”, luchando por sobrevivir cada día en uno de los sitios
más remotos e inhóspitos del mundo. Cuando en la Patagonia dicen “me voy a la
Meseta de Somuncurá”, están diciendo que se van lejos. Muy lejos. Los viajeros
más aventureros saben que se dirigen a uno de los paisajes más aislados del
mundo, un lugar donde la naturaleza se abre paso en un territorio salvaje e
indómito.
Como cuentan
los lugareños, “las piedras ruedan
solas por las noches y suena el viento al jugar con ellas en el corazón
de Somuncurá”. Denominada por los geólogos como “una isla en tierra firme”,
la meseta es una altiplanicie de roca volcánica ubicada entre las
provincias de Río Negro y una parte al sur de Chubut. Un millón
seiscientas mil hectáreas toman esa forma, levantándose hasta unos 600 metros
de altura. Se estima que tiene aproximadamente 300 millones de años y surgió
cuando el mar cubría aún la mayor parte de América del Sur.
La Ruta Nacional 23 y 3 bordean la Meseta de Somuncurá. Hay diferentes
opciones para llegar, especialmente en excursiones desde las localidades y
parajes de Sierra Grande, Los Menucos, Valcheta, Maquinchao, El Caín, Cona
Niyeu y Prahuaniyeu. Así como también es posible contratar excursiones desde
otros puntos de la provincia, como San Antonio Oeste, Viedma o Las Grutas.
Son trecientos cincuenta kilómetros (de tierra y por la Ruta Nacional 23)
los que separan a la ciudad de Bariloche, de Los Menucos, ubicado en el centro
de la Río Negro. Nos encontramos en una de las zonas más remotas del sur de
Argentina, donde el clima es árido, frío y continental. Las temperaturas máximas
en verano rondan los 42 C° y en invierno las mínimas los -20.
Recorrer la meseta puede ser riesgoso, especialmente para las personas
que no conocen la zona. El tránsito en la meseta es difícil y de marcha lenta
por la gran abundancia de piedras que tiene el camino. Desplazarse de un sitio
a otro puede demorar hasta medio día, incluso si uno se encuentra a tan sólo 20
o 30 kilómetros de distancia. Es importante tener conocimientos de los caminos
y viajar en un vehículo 4x4. Contar con un guía local o un operador turístico
es indispensable.
La Ruta Nacional 23 atraviesa la estepa patagónica y se entrelaza con las
vías del tradicional “Tren Patagónico”, que une Bariloche con Viedma, la
capital de la provincia. Por esta ruta pasaron viajeros y exploradores como el
Perito Moreno y el inglés George Musters, quien entre 1869 y 1870, realizó una
hazaña única, recorriendo 2.700 kilómetros en una caravana con los tehuelches
desde Punta Arenas hasta Carmen de Patagones.
La Meseta de Somuncurá es un Área Natural Protegida desde el año 1986.
Allí donde todo parece nada, existe un área con una biodiversidad única en el
mundo: más de 70 especies entre las que se encuentran águilas, martinetas,
jotes, patos, cisnes y halcones, entre otros. Dos de ellas en peligro de
extinción, el choique o ñandú petiso y el flamenco austral.
Una de las especies endémicas de la meseta y de la provincia de Río
Negro, es la “ranita de Somuncurá”. Es totalmente acuática y vive en un área
muy reducida, en las nacientes del arroyo Valcheta, que por sus aguas cálidas y
transparentes se convierte en un microhábitat especial y único. La mojarra
desnuda es otras de las especies típicas de la zona. Se trata de un pez único,
debido a que sus escamas son reabsorbidas en el adulto, por eso su nombre. Su
población se redujo por el avance de peces exóticos, como la trucha y la
mojarra plateada, introducidos por el hombre. Es hábil nadadora y habita zonas
de corriente que le exigen estar en permanente movimiento.
Al recorrer la meseta, observamos que esta fue una zona de una gran
explosión volcánica, y de aquellos tiempos, quedaron las bocas, que hoy son los
cerros. Durante el viaje por esta tierra desolada, hay referencias de los
habitantes silenciosos de la región: cañadones, paredones y lagunas que forman
con las lluvias. La población de la meseta se encuentra en pequeños parajes al
pie de la misma. La Meseta de Somuncurá es unos de lugares menos explorados por
los turistas que llegan a la Patagonia.
La mayoría de las excursiones se hacen desde el pueblo de Valcheta, desde
donde es posible realizar diversas actividades turísticas, ecológicas y de
aventura. Uno de los lugares imperdibles es el Cerro Corona, el símbolo
espiritual de la cultura Tehuelche, que, con sus 1900 metros de altura sobre el
nivel del mar, domina la planicie de la meseta. (Para acceder a al cerro Corona
es necesario contar con autorización de los propietarios de los campos y de la
Secretaría de Ambiente).
Hay numerosos sitios con pinturas y grabados en la Meseta de Somuncurá,
los cuales se caracterizan por una notable variedad de formas y motivos.
Generalmente se encuentran en las paredes de los cañadones y en aleros de rocas,
cerca del agua sobre basaltos. Los motivos que predominan son “no figurativos”,
es decir que no representan formas como animales o manos, aunque en algunos
sitios se han encontrado algunas figuras de huellas de animales. Se estima que
las pinturas tienen una antigüedad de 400 a 1.600 años. Los grabados en roca,
anteriores a las pinturas, tienen hasta 2.800 años lo más antiguos.
La meseta fue tradicionalmente un territorio de caza para los tehuelches.
La zona ubicada al sur de la localidad de El Caín, es conocida como “Yamnago”
en lengua tehuelche, un lugar de caza de guanacos hace unos 2.000 años.
Antiguamente, los nativos cazaban las crías (chulengos) desde noviembre hasta
abril. Según los relatos de varios exploradores, se conocía la existencia de una
piedra sagrada a la cual los tehuelches rendían tributo y pedían permiso antes
de iniciar la cacería. Los misterios de la Meseta de Somuncurá comienzan a
revelarse con el paso del tiempo.
En el año 2006, un grupo de investigadores dirigidos por el antropólogo
Rodolfo Casamiquela llegó al sitio exacto donde se encuentra la “Piedra Sagrada”
de los tehuelches, bautizada por los nativos como “La Vieja”, que había sido
descubierta en 1865 por el naturalista suizo Jorge Claraz, quien dejó
anotaciones en su libro de viaje y describió el sitio como “el paraíso terrenal
de los indios pampas, (que) dicen que su Dios lo hizo para ellos y para que
ningún indio que pasara por allí sufriera hambre”.
“Yamnago” puede considerarse como una trampa para guanacos, la laguna es
pequeña, de forma alargada, orientada casi de norte a sur y desde todas las
sierras vecinas bajan las tropas de guanacos a beber” había dicho el
explorador.
Escribió también que los tehuelches “se acercan al montón (de leña) con
respeto, no cabalgan frente a él, sino que lo rodean en un semicírculo,
dirigiendo una oración a la vieja”. “Le ruegan que los proteja cuando están a
caballo y que les de carne para sus campos” escribió Claraz, en sus apuntes de
1865. El guanaco ha sido históricamente el competidor de pasturas con los
ovinos. En la actualidad hay apenas casi 4 mil ejemplares junto a unas 9 mil
ovejas. Las cifras reflejan que el guanaco está en peligro de extinción y la
Argentina, alberga de norte a sur, el 95 por ciento de la población mundial.
Una de las leyendas en torno a la Meseta de Somuncurá tiene como
protagonistas a los caballeros de la Orden del Temple. Los caballeros
templarios fueron una orden militar cristiana de la Edad Media, quienes
lucharon contra los musulmanes por la posesión de Jerusalén. Eran monjes
guerreros. La misión de ellos era custodiar a los cristianos en las
peregrinaciones a Tierra Santa. Hay quienes creen y sostienen que en la
provincia de Río Negro habrían llegado los Templarios, antes de que Colón
llegara a América. Los monjes templarios
usaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada en él.
Según esta leyenda, los templarios llegaron a la Patagonia para esconder
en la profundidad de Somuncurá los tesoros del Templo de Salomón, del cual
fueron custodios, destacando entre ellos uno de los mayores tesoros del
cristianismo: el “Santo Giral”, es decir la cipa en que Jesús bebió en la
Última Cena. La orden de los Templarios fue fundada en 1118 por nueve
caballeros, liderados por el francés Hugo de Payens.
Se iniciaron con votos de castidad, pobreza y obediencia. El lugar
que esconde esta leyenda está a unos 50 kilómetros al sur del balneario de Las
Grutas, en la costa de Río Negro. El Fuerte Argentino, al parecer, nació para
imaginar aventuras. La particularidad del paisaje natural sugiere mitologías.
Piratas, científicos y habitantes originarios lo visitaron atraídos por ese
paisaje singular.
Según el Grupo de Investigaciones Esotéricas “Delphos”, allí llegó el
Cáliz Sagrado en manos de Parsifal y sus sorprendidos marinos. Los pobladores
cuentan historias transmitidas por sus antepasados: ese lugar fue elegido
muchos años después por los españoles para instalar cañones que apuntaban hacia
el golfo. En el Fuerte Argentino, los que buscaron alguna evidencia de
asentamiento humano solo encontraron unas tejuelas de cerámica, que son como
cuñas para poner en la carga de los barcos para que no se balancee. Y una
extraña piedra con una cruz templaria en bajorrelieve, a unos 80 kilómetros,
bien adentro de la Meseta de Somuncurá.
Los vestigios de los colonos ingleses también forman parte de la Meseta
de Somuncurá. La Estancia Chacay perteneció a la Compañía Argentina de Lanas
del Sur en 1890. Los ingleses abanderaron la zona por falta de agua y el
gobierno de la provincia remató las tierras. Luego de muchos años, aún está la
tranquera con una chapa que dice “Sírvase cerrar la tranquera y curar con
Polvos de Cooper” (usado contra la sarna). En la actualidad, el casco de la
estancia todavía conserva la edificación británica, así como también hay un
museo.
La Capital Nacional de la Piedra Laja, el pueblo de Los Menucos, se
encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá, donde los habitantes, en su mayoría
pequeños y medianos productores de ganado ovino, han formado hace unos años el
grupo “Meseta Infinita”, ofreciendo
una alternativa económica para el desarrollo del pueblo. Es una agrupación de
pobladores rurales con más de 10 años de existencia, cuyo objetivo principal es
desarrollar turísticamente a la Meseta de Somuncurá haciendo foco en su
patrimonio histórico, cultural y natural.
Como sus integrantes cuentan “proponen ir en busca del desafío y
ascender a la mítica meseta junto a quienes la han recorrido durante toda una
vida. Profundos cañadones, soberbios paredones, lagunas en atardeceres que
cortan el aliento, noches bajo un universo de incontables estrellas y días sólo
perturbados por el murmullo del viento. Lugares que habrán de visitar en este
recorrido, donde sus habitantes parecen vivir más allá del tiempo”.
Los Menucos se muestra acorde a su carácter ganadero y su vinculación
histórica de la minería de la piedra laja. A pocos kilómetros y en proximidades
de una laguna salada, se ve un gran mallín profundo "en él todo lo que cae
desaparece", según la creencia popular.
La travesía por estas remotas tierras nos regala imágenes de película. El
paisaje es siempre solitario y la vista se pierde en horizontes infinitos. El
cielo azul y el desierto patagónico siempre como protagonistas a lo largo del
camino, en la inmensidad de la soledad. En la Meseta de Somuncurá también se
esconden historias trágicas. Las ruinas de la Mina Gonzalito, uno de los
sitios más característicos de la zona, representan la imagen del olvido y la
desolación. Por este lugar pasa una ruta de ripio que nace paralela a la costa
de Río Negro, unos 50 kilómetros al sur de San Antonio Oeste, y nos conduce
directo hacia la Meseta de Somuncurá.
En este lugar existió una mina que en su mejor momento albergó 600
personas, la mayoría eran trabajadores que extraían plomo, plata y zinc, en terribles
condiciones sanitarias y a cambio de muy poco dinero. Muchos de los mineros
morían antes de cumplir los 40 años. Luego de muchos años de explotación, la
Mina Gonzalito abandonó la extracción a mediados de los años ochenta. Se cree que
llegaron a vivir 3000 personas en la zona de la Mina Gonzalito. Con el paso de
los años, las casas de la zona fueron abandonadas y el lugar quedó totalmente
en ruinas. Fue un pueblo que comenzaba a crecer y progresivamente desapareció
fue desapareciendo.
El final llegó definitivamente en 1982, cuando una empresa española que
lo gestionaba presentó la quiebra, dejando, según los pobladores, un desastre
ambiental: contaminación, polución del agua y enfermedades. Hoy solamente
fantasmas deambulan por la Mina Gonzalito, uno sitio marcado por la triste
realidad en este remoto lugar del país. Cándido Román, un minero que había
cumplido 90 años cuando murió, fue el último habitante del lugar. Este
antecedente trágico de la Mina Gonzalito no hace más que traer malos augurios
cuando hablamos de la minería en la Patagonia.
En la actualidad, los representantes de las comunidades originarias, se
oponen a la llegada de nuevas mineras. El año pasado, el gobierno de la
provincia de Río Negro otorgó permisos de cateo a una minera. Lo hizo sin la
consulta previa a las comunidades originarias que es de carácter
constitucional.
Las comunidades mapuche tehuelches afirman que no permitirán el ingreso a
sus territorios siempre en disputa. En junio de este año, representantes de los
pueblos originarios llegaron a Viedma para denunciar “políticas de ecocidio”.
Un gran número de personas se congregó en la capital de la provincia para dejar
en claro que defenderán su territorio ancestral frente a la megaminería, el
fracking y el hidrógeno verde.
Mi libro "Historias de la Patagonia"
‘ Historias de la Patagonia’ es una maravillosa crónica histórica y viajera de una región especial conocida como “el fin del mundo”. Desde l...
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